Thursday, July 5, 2012


A su salud
America’s health care system is neither healthy, caring, nor a system.
Walter Cronkite

A pesar del sonido y la furia de los traficantes en miedo, la Corte Suprema validó la reforma sanitaria que aprobó el Congreso y promulgó el presidente Obama. Es quizás la legislación más importante y progresista que se ha adoptado en el país en décadas, concretamente desde que el presidente Lyndon B. Johnson impulsara con éxito las leyes que conformaron los programas de su Gran Sociedad, tales como la Ley del Derecho de los Votantes de 1965, la Ley de Inmigración de 1965 y las Leyes de Derechos Civiles de 1964 y 1968. Se dice que el guiño sorpresivo que le dio el Supremo a la reforma representa un extraordinario triunfo político para Obama y otra garantía de que la historia le reservará un nicho relevante. Pero, como advirtiera el propio presidente, la decisión es por encima de todo un triunfo de los norteamericanos corrientes, aunque muchos aún no entiendan por qué ni hasta qué punto. Y es que ahora apenas comienza la fase crucial de hacer realidad la mayoría de los beneficios que implica y extenderlos a la mayor cantidad posible de personas.
No será nada fácil. Como sucedió con la Gran Sociedad de Johnson, que hizo al país legalmente más igualitario y justo, la reforma sanitaria enfrentará la oposición ciega, sorda y resentida de los conservadores más extremistas. También presentará los retos de lo desconocido o nunca antes visto y practicado en el país. Y al igual que otros programas sociales visionarios, como el welfare, el Medicaid y el Medicare, será económicamente costosa y requerirá un sostenido compromiso financiero, no exento de dificultades, por parte de los gobiernos federal y estatales. Imposible predecir los enconados debates que suscitará el intento de ponerla en vigor y consolidarla.

Precisamente porque se trata de una medida cara, complicada y novedosa para el país, sus partidarios tampoco deberían cerrarse a las sugerencias y críticas constructivas que formulen sus adversarios moderados. Después de todo persisten interrogantes fundamentales, como por ejemplo, de qué manera se va a financiar a mediano y largo plazo. Y de qué forma se podrá extender la cobertura de seguro a quienes no se beneficien al principio. La independiente Oficina Presupuestaria del Congreso estima que, si todo sale bien, la cobertura médica abarcará a 30 millones de no asegurados en los próximos años. Pero aún quedarían entre 15 y 20 millones por cubrir, sin contar a 6 millones de indocumentados que ni siquiera califican bajo los términos de la ley.
No obstante los enormes desafíos pendientes, la reforma sanitaria tiene el mérito extraordinario de haber allanado el camino para empezar a enmendar nuestro disfuncional sistema nacional de salud, verdadero esperpento cuya indignidad debería pesar sobre la conciencia de todos los norteamericanos. El síntoma más evidente y grave de esa disfuncionalidad es que 72 personas mueren a diario en el país por carecer de seguro médico, según cálculos del Centro Pew de Investigaciones. Pero el actual sistema se ha vuelto además tan abusivamente oneroso que desalienta a muchas personas a buscar atención médica adecuada y arruina a numerosas familias cada año.
El principio fundamental que justifica la reforma sanitaria es una verdad de Perogrullo: comoquiera que todos somos usuarios de nuestro sistema nacional de salud, todos debemos poner de nuestra parte para adecentarlo y hacerlo accesible al mayor número posible de nuestros conciudadanos. Los gobiernos federal y estatales tienen la responsabilidad de ofrecernos buenas opciones de seguro. Muchas personas pueden contribuir adquiriendo, si pueden pagárselo, alguno de los planes que se harán disponibles en los futuros mercados de seguro. Otras, ofreciéndoles cobertura costeable a sus empleados. Y aun otras acogiéndose a los diversos planes que brindarán los gobiernos a los pobres. Aun así, por supuesto, la reforma no será una panacea para los males profundos de nuestro sistema de salud, sino una alternativa superior al vergonzoso e intolerable status quo.

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