Francisco Rivero Valera. EL UNIVERSAL
Chávez es un eterno Carnaval. Con 3 máscaras.
En Aló Presidente siempre usa la máscara celestial: no de ángel sino de arcángel, para decir que todo está bien en el país. Y mientras habla en su maratónica cadena nacional, los querubines y serafines invitados en VIP aplauden cada palabra y hasta se ríen de sus chistes malos.
También dice que está haciendo inversiones millonarias para arrancar de una vez por todas con el socialismo del siglo XXI, pero nunca menciona las veces que ha repetido la misma cantaleta en los 13 años de su gobierno ni las obras concluidas ni la inseguridad ni la corrupción.
De paso, trata de endulzar el oído de los incautos, por no decir alcornoques, con el cuento ese de que las actuales inversiones, por ejemplo en vivienda, nos van a permitir una vida de paraíso celestial, no en el 2012 sino en el 2015 o en el 2021.
Nunca asume su irresponsabilidad directa como origen del problema. Todo lo contrario: crea más problemas y, cada día, impone más sacrificios a un país sumergido, como el Titanic, en el deterioro progresivo de su calidad de vida, a pesar de los cuantiosos ingresos petroleros.
Y es que, al fin y al cabo, Carnaval, mascarada y engaño es lo mismo.
La segunda máscara de Chávez es internacional: de emperador romano, como César Augusto. Y sería César Chávez el Magnánimo.
Imagine al César Chávez en una gran caravana de autos negros, de pie, con una corona de olivo en la frente; saludando al público con la mano izquierda, por lo de zurdo e izquierdista; y lanzando billetes venezolanos como serpentinas y papelillo. Después, alardeando de su generosidad, firmando a diestra y siniestra convenios a futuro, para beneficio de otros países, a expensas de las riquezas de Venezuela que, al final, queda como la guayabera: por fuera.
Pero la máscara preferida de Chávez es la máscara satánica. Con un solo objetivo: infundir miedo como estrategia vital para lograr la entrega de la población y la implantación de su régimen comunista en Venezuela. E induce el miedo con intención y alevosía, sabiendo que la condición natural del ser humano es vivir en libertad y sin miedo porque libertad es la ausencia de miedo, contrario a sus perversos intereses políticos.
Y también sabe que el ser humano es capaz de sacrificar su libertad ante la manipulación del miedo, como reacción instintiva de sobrevivir con sus derechos básicos: el derecho a la vida, al trabajo y a no parar en la cárcel, aunque sea cargando con el yugo de gobiernos comunistas que irrespetan todos los derechos humanos. Por esa razón, amenaza la vida al reprimir la disidencia con las mismas Fuerzas Armadas que fueron creadas para cuidar los intereses de la nación y a sus ciudadanos; amenaza el derecho al trabajo con la lista Tascón y las expropiaciones, y amenaza con privación de la libertad de todo lo que huela a oposición o a contrarrobolución.
Pero, para mala suerte de Chávez, Venezuela ya no tiene miedo. Se lo demostró el 12 de febrero con 3 millones de votos en las primarias de la oposición democrática, a pesar de sus zancadillas. Con la participación voluntaria de todo el pueblo. Y con la firme intención de salir de su pésimo gobierno para rescatar la democracia el 7 de octubre.
Creo que llegó la hora de quitarse las máscaras: el Carnaval termina el miércoles de ceniza. Y el rescate de la democracia apenas ha comenzado.
Que así sea.
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