Mario J. Viera
Luis Sexto es ante todo un periodista oficialista, aunque se moviera con decoro sobre los pantanales de la humillada profesión periodística habitual en la llamada prensa “revolucionaria”.
Hombre de gran cultura, don bien escaso en la gran mayoría de los escribidores oficialistas, domina los mecanismos de la lengua literaria con fluidez y elegancia. La crónica literaria de Sexto se muestra en crónicas como Santiago, Sé por qué lo digo y Mi Secretaria.
En ocasiones, y no pocas, Luis Sexto repite los cliché oficialista para disminuir a la prensa libre, no sometida a un poder político: “No renuncio a repetir que el periodista, en la mayoría de los sitios habitables del planeta, es un personal auxiliar ─ directa o indirectamente ─ de los intereses geopolíticos de los Estados Unidos”, dice en un artículo de opinión publicado en la página oficial de la organización oficialista de periodismo “Cubaperiodistas”; no en balde se había iniciado en el oficio de periodista en 1972. Sin embargo es capaz de cuestionarse la credibilidad del periodismo panfletario que se ejerce en los medios oficiales cubanos. Ante la pregunta sobre cuál es el papel de la prensa respondió en el XI Festival de la Prensa Escrita en Pinar del Río: “Siempre que me preguntan respondo lo mismo, ¿Cuál es el principal problema de la prensa cubana en la actualidad? La credibilidad, cuántos de los que nos ven creen en nosotros, yo no sé, es algo que no me atrevo a asegurar y ¿por qué pasa esto? Porque tenemos muchas veces la mentalidad de una prensa cómoda, y no de una prensa incómoda. La prensa es siempre incómoda cuando ejerce su papel” y ese ejercicio de “prensa incómoda” es el principal conflicto de los periodistas oficiales los que, como afirma Luis Cino, “están advertidos de que no pueden cruzar la línea que separa el dentro y el fuera de la revolución. Y como nadie se ha tomado la molestia de explicarles dónde está situado exactamente ese límite, los periodistas se sienten en el riesgo permanente de quedarse cortos o excederse”.
En este difícil juego de ajedrez de adelantar la crítica sin sobrepasarse Sexto ha sido un maestro. Ataca las justificaciones y el doble pensar de los burócratas de jerarquía: “La doble moral, sin embargo, aunque pueda ser en alguna persona un don gratuito, ha tenido un condicionamiento en nuestras relaciones sociales ─ apunta en “Escobas y alfombras” del 10 de febrero en su columna Coloquiando ─. A veces ha predominado la incapacidad para clasificar la crítica como un instrumento de la dialéctica. Y sobre todo ha faltado la flexibilidad para aceptarla. ¿Qué hacer, pues, ante quien, sentado a una mesa de preeminencia, se remueve cuando oye lo que no le gusta o no le conviene, y luego manda a callar, o cuando en vez de orientar u ordenar, manda sin el matiz que admita un reparo, una salvedad? Lo sabemos: no es la primera vez que se habla o se escribe contra esa especie de alergia crítica, cuya llaga más notable es la doble moral”. Y define la doble moral “como la carencia de moral; dos morales solo pueden caber en la amoralidad, porque no parece admisible ser leal a dos causas antagónicas como la simulación y la sinceridad”.
En esta que fue su penúltima crónica, Sexto se atreve a enfocar una velada crítica a las más altas luminarias del poder:
“Últimamente, y en particular en la reciente Conferencia del Partido, hemos aludido con insistencia a la crítica y, sobre todo a la ética. Y quienes han aludido a la ética saben que esta trasciende la palabra misma y, sobre todo, supera la firma de un compromiso. Un compromiso que ha de suscribirse, sobre cualquier rúbrica, haciendo coincidir leyes y conducta, esencia y apariencias”; y agrega: “Si alguna vez fuimos permeados, de una u otra manera, por la doblez, si algunos creímos útil decir sí pensando en no, hoy, en cambio, Cuba y su empeño socialista requieren de sujetos para los cuales la verdad no se cubra con un mosquitero o se eche debajo de la alfombra”.
Más estentóreo continúa: “Si hiciéramos un examen a conciencia desnuda, posiblemente repararíamos en que algún gramo del polvo de ayer se ha convertido en barro de hoy. No tengo la intención de exagerar, ni generalizar. Pero la historia no necesita de amplias retrospectivas, de tiempo acumulado, para mostrarnos lo que en un momento resultó un mal paso, o para demostrarnos que lo que antes creímos provechoso, quizá ahora sea erróneo. De esa demanda de la actualidad, de ver qué es y qué no es, qué resulta conveniente o negativo, provendrá la efectividad en nuestra actualización”.
Quizá el cronista había, para los censores de la prensa, cruzado la línea donde se inicia el más allá, un Rubicón peligroso, no aceptado dentro de la conjunción de la crítica con la ética. Quizá fueron fuertes las críticas que recibiera de las alturas por causa de sus sutilezas ideológicas obligándole a anunciar su retiro:
“Los maestros del periodismo recomiendan que si alguna vez se abre una columna —espacio regular en su frecuencia, y caracterizado por los temas y un modo personal de enfocarlos y expresarlos—, es conveniente también cerrarla en términos estrictos. Esto es, respetar a los lectores, pocos o muchos, hasta el último día e informarles que el autor se retira del escenario prefijado”.
¿Respetar a los lectores? Así de manera relámpago pone fin a su columna, aunque aclarando: ¿Me han pedido acaso que ponga el punto final? He de aclararlo, por si alguno piensa en clave de censura. Y, créanme, he tenido por el contrario que argumentar mi decisión para convencer a quienes incluían cada viernes mis textos en JR”. No, él no cierra porque se lo hayan pedido, dice, justifica, sino porque ya pesaba excesivamente a su edad “la obligación de concebir, relacionar y publicar los temas, como los esperaba hasta hoy el lector”.
En Cuba para entender lo que se dice hay que leer entre líneas, como hay que hacer también leyendo que él “intentó interpretar el periodismo revolucionario como un instrumento crítico desde el ejercicio de la opinión, conducido por la honradez y los propósitos constructivos”. Interpretó mal, el periodismo “revolucionario” (entiéndase oficialista) no se conduce por la honradez, ni por el ejercicio de la opinión.
Leyendo lo que no escribe de modo directo sino lo que se oculta tras las palabras que no se pronuncian en su crónica final se capta un tono de despedida forzada más que un voluntario renunciar a una labor que más que oficio o profesión es un fuego que consume a quien la ejerza, a la que jamás se renuncia:
“Escribir ha sido mi vocación. No escribo por vanidad, aunque algún colega o lector lo haya dicho o pensado. Me ha movido la convicción de que el periodismo no es oficio de pavo real, sino acto de servicio. Y por ello he pretendido escribir con efectividad, pero también con mesura, para edificar y convocar”
Es quizá un romántico del socialismo, de un socialismo idealizado, imposible dentro de los cánones del marxismo-leninismo. En su crónica del 15 de diciembre, “Ver, oir, pedir cuentas” dice: “Aspiro, pues, a la consolidación de la democracia participativa en que la opinión del pueblo influya y controle a quienes solo deben ser sus servidores”. Aspiración, si sincera, peligrosa en un estado totalitario, y dice que el mayor equívoco de la prensa a su modo de ver “es permanecer callada, como si por su lado pasaran las distorsiones y los problemas sin saber que pasan”, aunque reconociendo a la prensa como instrumento del Partido la califica como “brazo auxiliar del control popular sobre los actos de quienes administran y gobiernan”. Pero su dualidad periodista-propagandista le impone la necesidad de colocar el parche antes de que salga el forúnculo: “No podré decir, sin embargo, que cada día son más los actos negativos que los positivos. No lo podré afirmar, porque no es verdad. A uno también le consta que cada día se multiplican las acciones constructivas. Si no fuera así, ¿qué razón habría para que Cuba continúe en pie, desafiando hostilidades y maniobras, retando la satanización de medios externos y de chismes internos?”
“Ser o no ser” es el conflicto del príncipe Hamlet, es también el conflicto acuciante, terrible, incómodo, estresante de los periodistas cubanos adscriptos a los órganos oficiales de manipulación mediática.
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