Patricia D´Arcy Lardizábal. LA TRIBUNA
Todo escritor debe ser, antes que nada, un buen lector. Quien se aferra a los libros académicos y no lee lo que escriben los demás (y no me refiero sólo a libros, sino también a columnas de periódicos, etc.) nunca llegará a conocer sus propias cualidades y defectos. Recuerdo las palabras de mi madre que me aconsejaba: “Si algún día se le antoja escribir, pintar, y actuar, no lo piense mucho, hágalo con convicción y si decide escribir, hágalo con verdadera honestidad y mencione en sus escritos a los grandes hombres que han hecho cambiar el rumbo de la historia”.
Por lo tanto, antes de comenzar cualquier cosa, debes buscar a personas interesadas en compartir sus experiencias mediante la palabra, Si no, encuentra a personas con diferentes habilidades, porque escribir no se diferencia de cualquier actividad realizada con entusiasmo…
Son personas que no consiguen estarse de brazos cruzados, esperando que las cosas sucedan, para poder después decidir cuál es la mejor manera de contarlo: van decidiendo a medida que actúan, incluso sabiendo que eso puede ser muy arriesgado. Convivir con este tipo de personas es importante para un escritor, porque éste debe entender que, antes de ponerse frente al papel, debe ser lo bastante libre como para cambiar de dirección a medida que su imaginación viaja.
Los mejores aliados son los que no piensan como los demás. Por eso, mientras buscas a tus no siempre visibles compañeros, has de creer en tu intuición, y no le prestes oídos a los comentarios ajenos. Las personas siempre juzgan a los otros con el modelo de sus propias limitaciones – y a veces la opinión de la comunidad está llena de prejuicios y miedos.
Únete a los que nunca dijeron: “Hasta aquí he llegado, no puedo seguir”. Únete a los que cantan, cuentan historias, disfrutan de la vida, y tienen alegría en los ojos. Porque la alegría es contagiosa, e impide siempre que las personas se dejen paralizar por la depresión, por la soledad, y por las dificultades, Y cuenta tu historia, aunque sólo sea para que la lea tu familia.
Toda la energía del pensamiento termina manifestándose por la punta de una pluma. Desde luego, pero “pluma” es más romántico, ¿no es verdad? (Si, es verdad, escribimos bastante con pluma y con tinta parker, de la que manchábamos los cuadernos cuando cursábamos el quinto grado,)
Retomemos el asunto: la palabra termina por condensar una idea. El papel es apenas un soporte para esta idea. Pero la pluma permanecerá siempre contigo, y es necesario saber cómo utilizarla. La pluma no tiene conciencia: es una prolongación de la mano y del deseo del escritor. Sirve para destruir reputaciones, hacer soñar, transmitir noticias, formar bellas frases de amor… Por todo esto, procura ser siempre claro con tus intenciones.
La mano es el lugar donde todos los músculos del cuerpo, todas las intenciones del que escribe, y todo el esfuerzo para compartir lo que siente, se encuentran concentrados. No se trata únicamente de una parte de tu brazo, sino de una extensión de tu pensamiento. Toca tu pluma con el mismo respeto que un violinista tiene por su instrumento. La palabra es la intención final de todo el que desea compartir algo con sus semejantes.
Si alguien me pidiese a mí un consejo, le diría que respetase lo desconocido, y que buscara en sí mismo su fuente de inspiración. Las historias y los hechos siguen siendo los mismos, pero cuando abres una puerta de tu inconsciente, y te dejas guiar por la inspiración, ves que la manera de describir lo que viviste o soñaste es siempre mucho más rica cuando tu inconsciente guía tu pluma.
(Hemos tratado siempre de abrir la puerta de nuestra inconsciencia y nos guiamos por lo vivido, ¡qué lindo!) Cada palabra deja en tu corazón un recuerdo, y es la suma de estos recuerdos lo que conforma las frases, los párrafos, los libros. (Los libros son mis mejores amigos y los de mi nieta Valeria, de diez años.)
Las palabras tienen la naturaleza del agua: rodean las rocas, se adaptan al lecho del río, a veces se transforman en un lago hasta que la depresión se llena, y pueden así proseguir su camino. Porque la palabra, cuando ha sido escrita con sentimiento y alma, no olvida que su destino es el océano de un texto, y que más tarde o más temprano llegará hasta él.
Siento que escribir es platicar con uno mismo sin interrupción. Los libros son los compases y telescopios, los sextantes y mapas que otros hombres han construido para que nos ayuden a navegar por los mares peligrosos de esta vida humana. En los libros está el alma de todo el tiempo pasado, cuando ya el cuerpo y la sustancia material que la emitió se han desvanecido como un sueño… (“Si no quieres perderte en el olvido, tan pronto como estés muerto y corrompido, o bien escribe cosas dignas de leerse, o bien haz cosas dignas de escribirse”)
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