Axel Capriles. EL UNIVERSAL
En días pasados comentaba Fausto Masó que, en política, la izquierda siempre es más simpática, sus planteamientos son más bonitos y queridos. El comentario merece ampliación. Reiteradamente me he preguntado por qué los dictadores de derecha son tanto más perversos y malvados que los de la izquierda. ¿Por qué el general Augusto Pinochet es universalmente condenado mientras que el comandante Fidel Castro es todavía en, ciertos sectores, aclamado y celebrado? Si es por número de crímenes y asesinatos, represión y eliminación de libertades, personalismo, autoritarismo, perpetuación y concentración de poder, pobreza y destrucción del bienestar material, Fidel Castro le lleva varias cabezas de ventaja a Pinochet. Si es por hambrunas, muertes masivas y exterminio de la población, ningún dictador de derecha aventaja a Joseph Stalin, Pol Pot o Mao Tse-Tung. Entonces, ¿por qué existe esa matriz de opinión, sobre todo en círculos de intelectuales y políticos que dicen ser progresistas y afirman tener sensibilidad social? ¿Por qué hay una especie de consenso general que perdona en la izquierda lo que sanciona en la derecha?
El uso de la terminología izquierda y derecha es hoy totalmente anacrónico y ha perdido significación. La derecha puede ser cualquier cosa, desde la aplicación de políticas liberales hasta un golpe de Estado y establecimiento de una dictadura militar. Por la otra parte, el único significado que le queda a la palabra izquierda es concentración de poder en el Estado y manejo populista de los mecanismos de dependencia de la población. Y esto nos da la señal de su simpatía. Hace muchos años, el psicoanalista Erich Fromm escribió un famoso libro llamado El miedo a la libertad. En él estudiaba los procesos inconscientes que nos hacían amar figuras que nos mantenían en estado regresivo. Como la madre consentidora que es más querida que la rígida y dura que nos exige, la izquierda populista esconde las tareas difíciles y antipáticas que nos permiten crecer.
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