José Hugo Fernández
Ignacio Ramonet recibe título de Doctor Honoris Causa del claustro castrista de la Unversidad de La Habana |
LA HABANA, Cuba, febrero, www.cubanet.org. Uno nunca sabe qué nuevo globito se están inflando los funámbulos de la izquierda ortodoxa cuando echan garra a sus armas, dicen que ideológicas. Pero no hace falta saberlo para lanzar la trompetilla. Basta con que abran la boca.
Ignacio Ramonet ha estado otra vez en Cuba, a recoger título de Doctor Honoris Causa, para lo cual marcó en la cola detrás del nucleario Mahmud Ahmadineyad. Pero también, de paso, Ramonet vino (otra vez) a bailar en la casa del trompo, con la teoría de que hace falta crear el poder del activismo social para contraponerlo a los medios dominantes, a Internet y a las redes sociales.
Muy sólida debe ser la confianza que han depositado en él nuestros caciques para que no les resulte sospechoso oírle proclamar, justo en La Habana, la necesidad del activismo social para enfrentar a quienes lo dominan todo. Por algo semejante aquí le tiran encima a cualquiera un ataque de hordas paramilitares.
Claro que una cosa es con violín y otra con tumbadora. Y lo que estos fósiles redivivos del estalinismo parecen entender por activismo social no es sino su antinomia.
Por ejemplo, a los rancios comunistas españoles se les ha gastado la saliva tratando, inútilmente, de hacer activismo social entre esos Indignados que hoy salen a las calles para protestar por las retrogradaciones que sufre la democracia, aunque aún se encuentre situada a miles de años luz por delante del totalitarismo de izquierda.
Van y les dicen a los Indignados lo que diría aquel loco en el viejo chiste criollo: “puedes hacer la revolución revolviendo dentro de un tanque un poco de excremento, pero si llenas el tanque, entonces lograrás construir el comunismo sin paso previo”.
Es un tipo de activismo social que sin duda provoca risas entre los Indignados, lo que no impide que los rancios comunistas españoles se sientan ilusionados con esta nueva oportunidad que les concede la democracia para que hagan el ridículo, creyendo que hacen valer su mejor herramienta, que es el oportunismo político.
Por otras razones – aunque, bien miradas, son las mismas ─ también Ramonet ha venido a hacer el ridículo en Cuba, al invitarnos a competir con el poder de internet y de las redes sociales, dentro de un marco en que el único poder es el del régimen que prohíbe al pueblo el libre acceso y el conocimiento de tales herramientas.
Ya se sabe que para estos funámbulos del estalinismo, el pueblo no cuenta, jamás contó. Sólo cuenta su escolástica sectaria y fría. Y es una lástima, pues quizá a Ignacio Ramonet no le costaría un gran esfuerzo medir el alcance, justo en La Habana, de lo que ellos entienden por activismo social o político o doctrinario.
Le habría bastado con observar cómo por estos días, en la Feria del Libro, los habaneros se apolisman en molotes frente a los muy escasos locales dedicados a la venta de best seller internacionales, mientras pasan de largo, sin dispensar siquiera un leve vistazo, ante el aluvión interminable de panfletos políticos.
Demasiadas veces se ha dicho que una imagen vale más que mil palabras. Pues a ver si Ramonet capta el significado de esta imagen: nuestra gente de a pie, que a lo largo de varios decenios no ha recibido más “activismo social” que aquel que impone el régimen, a toda hora y por todos los medios posibles, prefiere leer, cuando lee, las banalidades de cualquier best seller, sobre el que jamás le llegó la menor promoción mediática.
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