Mario J. Viera
Si los bárbaros islamitas quieren condenarme a muerte, ¡que lo hagan!; pero estoy totalmente en contra con la aberración ideológica que representa ese salvajismo medieval llamado sharía.
El Corán, un burdo plagio de la Torah judía, redactado por un beduino delirante de poder y de pretensiones divinas, ha sido el texto básico sobre el que se sustenta el fundamentalismo religioso terrorista de Al-Qaeda.
El Corán rechaza con absoluto desprecio cualquier otra fe divergente con sus concepciones. Los infieles solo merecen la muerte; los blasfemos solo merecen la muerte entendidos como blasfemos solo aquellos que critiquen al Corán como a su emblemática figura, el autodenominado profeta Mohammed.
La sharía es el cuerpo teocrático del Derecho islámico con sanciones crueles para aquellos que violen sus preceptos. En ella se incluyen como faltas gravísimas el homosexualismo, la desobediencia de la mujer hacia la autoridad de su padre o de su esposo, las relaciones con los infieles, es decir, los no musulmanes, cristianos, judíos, budistas…, y el no cumplimiento de las normas del vestido de las mujeres. Una mujer sorprendida en acto de adulterio puede ser condenada a la pena de muerte por lapidación, una práctica que también estaba presente en la Torah judía pero abandonada hacen dos milenios pero aún vigente en numerosos países gobernados por el Islam, como Nigeria.
La mujer condenada a la lapidación es enterrada dejando su parte superior al descubierto y luego apedreada hasta la muerte.
La mujer que se encuentre sola en compañía de un hombre no perteneciente a su familia (khulwa) puede ser condenada a la flagelación.
Ni siquiera los niños escapan de los castigos más crueles como el caso de un niño de ocho años que robó pan de una panadería en Irán y sufrió la mutilación de su brazo bajo los ruedas de un auto.
De acuerdo con Lynn Welchman, director del Centro para la Ley Islámica y del medio oriente, citado por The Guardian (20 de agosto de 2002), la sharía “gobierna la vida de las personas por métodos no gobernados por la ley. Alrededor de 50 países son miembros de la Organización de la Conferencia Islámica y puede esperarse que haya alguna forma de acatamiento a la sharía tanto en la vida personal de las personas como su imposición estatal por medio de los tribunales. Muchos estados del Medio Oriente están incorporando más elementos de la sharía en sus legislaciones”.
Bajo una falsa apariencia de religiosidad y piedad, el Islam es más cruel que el nazismo. Su expansión representa un verdadero peligro para la cultura occidental contraria a la intolerancia característica de esta fe satánica.
La Organización de la Conferencia Islámica pretende imponer en la ONU una llamada ley mundial contra la blasfemia que impulsa Pakistán y ya vigente en numerosos estados islámicos. Es el oscurantismo medieval que tuvo su máxima expresión en los tribunales de la Santa Inquisición que condenaban a la hoguera a los acusados de herejía, blasfemia y tratos con las potencias demoníacas.
La propuesta ley contra la blasfemia condena las críticas que la prensa occidental hace contra los extremistas islámicos. El diario español ABC señala que muchos juristas y académicos condenan la propuesta del islamismo internacional, afirmando que la difamación puede ser jurídicamente punible solo cuando se refiere a personas, y no a conceptos y sentimientos. Como bien indica el citado diario, el “sistema penal de muchos estados musulmanes, basado en la sharía (…), establece en cambio la «ley de la blasfemia», que en la práctica se limita a condenar sólo los insultos referidos al libro sagrado y al profeta Mahoma —y lleva aparejada la muerte—, y no contempla ninguna pena para los insultos a otras religiones.
Un ejemplo palpable de lo que significaría la ley contra la blasfemia fundada en la sharía es el de la cristiana evangelista Asia Bibi que ha sido condenada a muerte en Pakistán por supuestas ofensas al Corán.
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