Mario J. Viera
Apretada era la agenda de Benedicto XVI. Agotadora la jornada para un hombre cargado en años. Llegó a Cuba desde México. En Santiago de Cuba ofició una misa en una de esas plazas de “reafirmación revolucionaria” que en todas las cabeceras de provincia ha construido el gobierno del partido único; peregrinó hasta el Santuario del Cobre y oró ante la imagen de la Virgen Mambisa. Viajó a La Habana y este miércoles celebró una misa pública en la Plaza que el castrismo le pusiera por nombre “de la Revolución” y de frente a las imágenes de Ernesto Guevara y de Camilo Cienfuegos.
El día anterior, el Papa había cumplido con lo que establece el protocolo reuniéndose con el usurpador de turno que, no obstante, es jefe del Estado socialista y luego con toda la familia de Castro el Pequeño. La agenda del Papa estaba bien apretada, no había espacio para conceder otras audiencias, al menos no para las Damas de Blanco o para cualquier representante de la oposición cubana ─ ¡Hay tantos representantes de la oposición! ─; sin embargo ─ las decisiones del Todopoderoso son inescrutables ─, el Papa pudo encontrar libre un espacio de 30 minutos de su agenda para recibir a Fidel Castro.
Era de esperarse; ya antes de partir para México, el Papa había expresado su interés de encontrarse con Fidel Castro y hasta el funcionario que funge como Ministro de Relaciones Exteriores del castrismo se lo había dado a conocer al propio Castro.
El viejo tirano no perdió la oportunidad de concederle una entrevista al Papa aunque aparentando que era él quien solicitaba la audiencia. El sí, a los opositores el Papa los había omitido desde antes de salir del Vaticano.
Ni tardo ni perezoso redactó una muy breve de esas sus apocalípticas reflexiones para anunciar que se reuniría con el Pontífice de Roma: “Gustosamente saludaré mañana miércoles a Su Excelencia el Papa Benedicto XVI”, escribió. Su narcisismo le traicionaba: “gustosamente” se reuniría con el Vicario de Cristo a quien no denominaría así, ni siquiera le otorgaría el título de Santo Padre conformándose con asignarle el de Su Excelencia, propio para los mandatarios extranjeros. “Con gusto ─ quería decir ─ le daría la oportunidad a Su Santidad de encontrarse con él para satisfacerle su deseo de “ese modesto y sencillo contacto” tal como se lo había expresado el canciller Bruno Rodríguez.
¿Qué conversaron? Secreto de Estado; pero queda para la posteridad la foto que muestra a un conmovido Papa apretando con bondad la mano del que fuera un perseguidor de la Iglesia, un Pablo que no encontró su camino a Damasco.
Por supuesto hay que reconocer que estos no son tiempos cuando un Papa puede derrocar monarcas, ni imponer una humillación de Canossa a un irreverente rey, pero, mal hizo Benedicto XVI al concederle una audiencia a Fidel Castro y haberse negado a escuchar, aunque solo fuera por un minuto a las Damas de Blanco.
El Papa se marchó de Cuba sin que su presencia marcara un antes y un después. Todo seguirá igual; la iglesia cubana continuará inclinada ante el poder sin que en su seno surja un Arnulfo Romero capaz de denunciar los atropellos gubernamentales; los opositores seguirán bajo el acoso continuado de la seguridad del estado y de las gavillas de respuesta rápida y sin el apoyo humanitario de una jerarquía que no dudara en reclamar la fuerza policiaca para expulsar de los templos a los opositores.
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