Pedro X. Valverde Rivera. EL UNIVERSO
Luego del telenovelesco final del caso penal presentado por el presidente Rafael Correa contra EL UNIVERSO, los ecuatorianos miramos con atención nuevamente los grandes problemas que agobian a la nación:
-La corrupción rampante en todos los estamentos, impune gracias a la falta de fiscalización y rendición de cuentas que genera, a su vez, la falta de independencia de los poderes del Estado;
-La inexistencia de seguridad jurídica a todo nivel, que arrincona a los buenos empresarios y ahuyenta cualquier amago de inversión privada local o extranjera;
-La inseguridad ciudadana que a diario cobra inocentes víctimas de las políticas públicas irresponsables de cara a la delincuencia individual y organizada que copa más espacios y adquiere más poder.
Si usted, amigo lector, revisa la arrolladora publicidad oficial que día a día inunda los medios locales, notará que el Ecuador que yo describo es muy diferente al que se promociona en esas cuñas.
Usted notará que, según la publicidad oficial, el Ecuador es una suerte de nueva patria, llena de alegría, de carreteras espectaculares, de aulas escolares con tecnología de punta, con hospitales que no tienen nada que envidiar a Estados Unidos y Europa, con buenos funcionarios públicos honestos, preparados y eficientes y una ciudadanía feliz, libre y segura, bien protegida por una seguridad pública que tiene acorralada a la casi inexistente delincuencia.
Sin embargo, y esa es la principal molestia del régimen con la prensa libre y la razón de fondo de la obsesión por una Ley de Comunicación mordaza, si usted sintoniza los poquísimos canales de televisión independientes y revisa la prensa escrita no oficial, notará que cada día nos parecemos más al Macondo de Gabo.
Notará que pese a tener el control absoluto de todos los poderes del Estado, los ingresos más importantes de la historia de la república, producto del alto precio del petróleo y por más de cinco años haber podido contratar a dedo todas las obras públicas bajo la excusa de la emergencia sanitaria, de educación, vivienda, salud, infraestructura vial, etcétera, al día de hoy, el invierno vuelve a colapsar a la nación; las plantaciones están inundadas, miles de familias sin vivienda, otras tantas lloran la muerte de sus seres queridos, las vías públicas destruidas, los hospitales hacinados y las escuelas públicas, como siempre, no aptas para recibir a sus alumnos a tiempo para comenzar el año lectivo.
¿Y dónde quedó la nueva patria? La de los funcionarios públicos eficientes, la de los contratistas públicos perfectos, la de la nueva educación del milenio, la del agro fortalecido? ¿Dónde quedó esa patria que tanto nos repiten a diario en las cadenas nacionales y en la publicidad oficial?
¿Qué pasó con esa patria supuestamente tan diferente a la que los revolucionarios heredaron de la partidocracia? ¿Qué han hecho con tanto dinero? ¿Qué han hecho con tanto poder?
Porque la revolución ha sido tan generosa con las declaratorias de emergencias en más de cinco años y ahora, cuando el agro llora su desgracia en manos del inclemente temporal invernal, ¿tienen que desbordarse ríos y perderse vidas para declarar emergencias?
Una vez más el pueblo se siente engañado. Solo han cambiado los nombres y apellidos, el tamaño de las cuentas bancarias y el color de las camisas y banderas.
La patria NO es de todos. O por lo menos, no de las grandes mayorías; no en este invierno, no en este Gobierno.
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