Américo Martín. ABC DE LA SEMANA
“Ningún destino humano y social está justificado si no prepara la guerra”
Ludendorff. Compañero de Hitler en el golpe de Munich (1923)
“Sartre creía que todos los norteamericanos, exceptuando a los negros, eran agentes secretos”
Saúl Below
I
Cuando hablemos del militarismo no debemos dejar de lado al brillante general Erich Ludendorff, una de las sólidas columnas en las que cimentó Adolfo Hitler su horrendo sistema totalitario. Solía declarar que la paz sólo es un momento de transición entre dos guerras.
De los nazis, semejante pensamiento se trasladó a Argentina de la mano de Perón, autor de la primera dictadura populista del siglo XX en nuestro abrumado subhemisferio. Sin pepitas en la lengua el hoy inspirador del entusiasta presidente Chávez, abominaba la democracia. Sostenía que los nazis se vieron urgidos de edificar una férrea dictadura para imponer al pueblo su “formidable programa”. Con cínico desenfado, Perón dijo literalmente “Así será en Argentina. Nuestro gobierno será una dictadura inflexible aunque al comienzo haga las alianzas indispensables”. Tenemos ahí, definido en palabras precisas, lo que muchos años después intentará ser el socialismo del siglo XXI. Pero tomemos nota de la frase citada, in fine: “aunque al comienzo haga las alianzas indispensables”.
Basándose en esa coletilla se podría definir lo que ha sido la saga del sedicente proceso bolivariano. Al principio abierto a las más amplias alianzas y progresivamente mostrando su naturaleza antidemocrática. La percepción de semejante metamorfosis ha sido también la fuente de la recurrente ojeriza que en el campo opositor se enfila contra la dirigencia que triunfó el pasado 12 de febrero. Con altibajos, se ha alegado que esa dirigencia es conciliadora, cándida y tal vez cómplice de un gobierno que no cesa de desenmascararse mediante sucesivos ataques contra la democracia y los derechos humanos.
II
No parece que el régimen esté desarrollando una política de astutos contactos con “conciliadores” de la oposición, cuando se expande en su propio seno la sospecha obsesiva contra la proliferación de traidores ocultos. Entregando su tiempo a descubrir con lupa a los que en el PSUV están maquinando la derrota de la revolución, luce incongruente que simultáneamente quiera cultivar relaciones con los traidores confesos, que somos los del lado democrático. La paranoia no se disecciona de esa manera.
Viendo el intenso esfuerzo unitario de Capriles con el consistente estilo de mano extendida que cultiva, y a Salas manejando hábilmente la relación con el futuro alcalde Cocchiola, casi no tendría nadie que ocuparse de la persistencia de la mencionada crítica. No porque carezca de razones sino porque carece de razón. Es extremadamente emocional en un momento en que la inmanejable situación que vive el bloque gobernante aconsejaría construir espacios de coincidencia con los descontentos y perseguidos.
Los hechos, siempre tercos, lo confirman. Y de allí que mientras a la alternativa democrática encabezada por Capriles las cosas le siguen saliendo bien, el PSUV no sale de un problema para caer en otro. Desde el pronunciamiento del 12 F, la unidad opositora crece y se profundiza, en tanto que en la otra acera solo se oyen gritos histéricos denunciando agentes secretos de la CIA.
“Estoy convencido ─ proclamó el desbordado caudillo ─ que aparecerán nuevos traidores pagados por la derecha” Y poco después, Yelitza Santaella, vicepresidenta del PSUV, gritó desencajada: “¡Ya basta de traidores!”
No se necesita ser un sabio de la política para percibir que el presidente está perdiendo fuerza externa e interna. Los caciques medios entrevén que aferrarse a sus respectivas parcelas es tal vez lo que les queda por hacer. Aún con la presencia activa de Chávez –más si se ausenta ─ nadie está en capacidad de garantizar la unidad del movimiento ni de contener la ola de los llamados “traidores” Se siente un ambiente cargado de presagios y amenazas. Chávez lo sabe y hace un imprudente esfuerzo por colocarse en el medio, contraviniendo el consejo de sus médicos. Su curación y participación en las elecciones del 7 de octubre le exigen ciertas previsiones que su impaciencia puede estar irrespetando. Su participación es conveniente, su ausencia no. Pero la alternativa democrática ha ganado tanto terreno que luce indetenible cualquiera que sea la opción seguida por su rival.
III
Los que abominan el arte de comer flores, no terminan de entender que los sobresaltos del contrario son exclusivamente de ellos. La alternativa democrática va muy bien. No hay razón para que busque agentes infiltrados si dispone de la iniciativa. En tiempos de desconcierto, cuando se derriban estructuras sólidas, hay que ofrecer una alternativa estable capaz de abrirle caminos al descontento crepitante en el país. La gente busca un refugio bajo la tormenta y por eso la oposición no tiene por qué alejarla con sospechas amenazantes.
Desde el punto de vista instrumental el arte de la política consiste en incorporar a todo el que pueda ser incorporado, neutralizar a quienes no puedan serlo y establecer el deslinde con quienes no puedan ser neutralizados. Como las hojas de la cebolla, hay que irlas separando una a una y eso pide mucha serenidad, persuasión y no devolver insultos y agresiones.
Afortunadamente la juventud, libre de prejuicios, vencedora en todas las elecciones estudiantiles, factor movilizador en la prueba del 12 de febrero, y componente distinguido del actual liderazgo, está exhibiendo la estupenda mixtura de corazón hirviente y cabeza fría. Porque lo contrario, vamos hombre, sería regalarle la victoria a quien lleva la derrota dibujada en la frente.
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