Mario J. Viera
Una tarde cualquiera, allá en la Galilea, Jesús de Nazaret miró fijamente a sus discípulos y con una breve sonrisa en sus labios les dijo: “Solo la verdad les hará libre”. Un pensamiento simple en su expresión pero de una tremenda profundidad. La verdad nos hace libre. Vivir dentro de la verdad es la convicción de lo cierto como mecanismo de liberación espiritual. El hombre liberado de los prejuicios, de la mentira impuesta puede emprender el vuelo hacia su auto liberación y ser libre incluso en medio de un poder autoritario, despótico e intolerante. La verdad genera fuerza.
Este concepto liberador de la verdad lo entendió muy claramente Vaclav Havel en su “Poder de los sin poder” cuando identificó al comunismo como sistema levantado sobre la mentira y demostró que la fuerza liberadora en contra de tal sistema se fundaba en la voluntad de vivir en la verdad.
El cristianismo elevó el concepto de la verdad hasta el punto de identificarla con la esencia divina de Jesucristo. La verdad asume forma, esencia elemental de la figura de Dios; la mentira, en cambio se le considera como la esencia del Maligno. Jesús identifica al demonio con la mentira: “El diablo ha sido un asesino desde el principio. No se mantiene en la verdad. Cuando dice mentiras, habla como lo que es; porque es mentiroso y es el padre de la mentira” (Jn 8.44)
Para los hebreos solo era condenable el falso testimonio contra el prójimo y así se recogía en el decálogo de Moisés, sin embargo, el cristianismo fue más allá y condenó como pecado de muerte en el octavo mandamiento a la mentira: “No mentir”. Se supone entonces que un cristiano confesante debe negarse a la mentira; no puede mentir. Tal vez por un instinto de conservación se le pueda justificar el ocultar la verdad pero no es aceptable bajo ninguna circunstancia mentir sabiendo que miente. Mentir es no solo un acto de cobardía sino una grave trasgresión para el cristiano.
Si grave es, desde el punto de vista del cristianismo e indigno desde todo punto de vista ético, que alguien mienta, más grave es la mentira puesta en la boca de un alto funcionario eclesiástico.
Con motivo de la visita del Sumo Pontífice de la Iglesia católica a Cuba, el cardenal Jaime Ortega ha declarado tranquilamente que en la isla no hay presos políticos y cuando unos periodistas le preguntaron que diferencia había en la Cuba que visita Benedicto XVI con la que encontrara, catorce años atrás Juan Pablo II, respondió: “Hay nuevas estructuras en el Gobierno; ha habido un cambio presidencial hace cuatro años con nuevos ministros y funcionarios. Se ha iniciado una reforma económica de importancia en cuanto al cultivo de la tierra, la construcción de viviendas, el crédito, la compra y venta de casas y automóviles, la creación de pequeñas empresas privadas…”.
Un escenario idílico de Cuba presentaba a los periodistas el cardenal. Sin embargo omitió aspectos de tremenda importancia que diferencian las dos Cuba, la de ahora y la de Juan Pablo II. Omitió que dos opositores habían ofrendado su vida en huelgas de hambre que conducían en reclamo de sus derechos, como Orlando Zapata Tamayo y Wilman Villar. Omitió el feroz acoso en contra de los opositores por parte de la policía política y sus bandas de facinerosos, las continuadas y arbitrarias detenciones, las golpizas que sufren aquellos que se niegan a convivir con la mentira y se han decidido por la vida en la verdad.
Las declaraciones de Ortega fueron contrastadas por Elizardo Sánchez, presidente de la Comisión Cubana de Derechos Humanos y Reconciliación Nacional: “El cardenal Ortega está diciendo cosas que están divorciadas de la realidad para estar en buenos términos con el régimen. Existe un listado de 46 prisioneros políticos y hace 10 días le entregamos un CD con información para que se la remitiera al Vaticano. Si el cardenal ha visto ese documento, ¿por qué dice que no hay presos políticos? También el Gobierno dice que no hay, pero sí hay”.
Cuando aún no había llegado el Papa a Cuba, a pocas horas de su arribo, el gobierno desató una cacería de brujas en contra de los opositores, movilizando a fuerzas especiales de la policía.
"Hay un despliegue de tropas especiales en las calles de barrios con amplia presencia de opositores” denunciaba desde la región oriental José Daniel Ferrer García, coordinador de la Unión Patriótica de Cuba. Ya cuando el Papa se encontraba en Santiago de Cuba en el oriente del país se habían detenido a más de 140 opositores, incluidas varias Damas de Blanco. En Santiago de Cuba y en La Habana, como indicara el presidente del Movimiento Cristiano Liberación, Oswaldo Payá existía un "estado de sitio no declarado".
Mentir es un pecado para los cristianos, entonces ¿Por qué miente Jaime Cardenal Ortega?
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