Monday, March 26, 2012

Las armas malditas

Pedro Caviedes. EL NUEVO HERALD

A los representantes de las empresas que venden armas en Estados Unidos, y a los políticos que gracias a sus cabilderos las defienden, les he escuchado decir a menudo que las personas tienen derecho a poseerlas básicamente por dos razones: La libertad para poder defenderse del otro, y la libertad para dedicarse a su deporte favorito, la caza. No sé qué relación tiene una pistola nueve milímetros o una metralleta con la caza de patos y venados, me parece un argumento estúpido, y no comprendo cómo es que la gente en este país lo cree. Más increíble me parece que los políticos que más lo apoyan son los que se jactan de llevar la antorcha de la moral y el cristianismo, consigo, a todas partes.

Pero me concentro en el primer argumento. La libertad para defenderse del otro. Yo viví los primeros 25 años de mi vida en un país que durante mi adolescencia soportó una de las más sangrientas guerras de mafiosos contra el Estado en la historia del planeta; cuando nací ya existía una guerrilla que arrasaba el campo, y que paulatinamente, gracias al fabuloso esfuerzo de los últimos gobiernos, el ejército y la policía han ido derrotando. Se llegó a matar por encargo por el equivalente a cien dólares; en sus años más tenebrosos se dieron más de dos mil secuestros; proliferaron sicarios que mataban a sus víctimas en la entrada de sus casas, en sus oficinas o en sus carros. Mirándolo desde un punto de vista puramente estadístico, la peor pérdida económica del país no radica en el petróleo que se derrama por los atentados de los destructores de las narcoguerrillas, sino en la cantidad de cerebros extraordinarios y almas honradas que han caído víctimas de las balas.

Muchos de esos muertos cayeron incluso rodeados de ejércitos de guardaespaldas armados, que no pudieron hacer nada para defenderlos. Hubo un punto en que entre la desesperación por el ahogamiento al que los sometió la guerrilla y en algunas ocasiones la corrupción pero también la reducida capacidad de reacción de las fuerzas militares, algunos civiles decidieron armarse. Que aquello en un principio pudo contener a la guerrilla, como algunos piensan, no lo sé (yo los vi más fuertes, a punto de hacer de Colombia un estado fallido), pero sea que sí o que no, la resulta de esa acción a mediano y largo plazo fueron ejércitos tan despiadados, mafiosos y matones como los que empezaron combatiendo, que se convirtieron en un gran agregado para la violencia del país, en lugar de en una herramienta de libre defensa para sus ciudadanos. Las masacres perpetuadas por los paramilitares son tan tenebrosas, que entre estas se cuentan la llegada a pueblos de comandos de hombres borrachos, armados con pistolas, rifles de asalto y motosierras, que desmembraban vivo a cualquiera sin razón, e iban acumulando las cabezas, los brazos, las piernas, las manos, en una pila en el centro de la plaza del pueblo, ante la mirada impotente de las madres, los padres, las esposas, los hijos.

Solo cuando el gobierno a través de sus fuerzas militares recuperó el monopolio de las armas, utilizando a los civiles estrictamente como colaboradores de información desarmados, comenzaron a frenarse las masacres, los homicidios, los secuestros, y a caer uno por uno los cabecillas de esas bandas de asesinos. El armamiento de civiles solo sirvió para atizar la hoguera del odio, recrudecer la guerra, y multiplicar la lista de muertos.

En las grabaciones de la llamada al 911 que hizo George Zimmerman a la policía de Sanford, Florida, se le escucha diciendo que va en persecución de un sospechoso, de ir caminando bajo la lluvia. Un sospechoso de ir caminando bajo la lluvia. Piénsenlo. ¿Cuántas veces entonces no han estado ustedes, o uno de sus hijos, bajo la sospecha de un tipo con una pistola? La operadora le dice que no necesita que lo siga, y sin embargo el tipo lo persigue, y mata a tiros a Trayvon Martin, un niño de 16 años, culpable de caminar bajo la lluvia, y de haberse topado con la mirada de un vigilante de barrio arrestado en dos ocasiones, amparado por una demente ley de defensa propia con nombre de película de vaqueros (Stand Your Ground) firmada por el ex gobernador Jeb Bush y respaldada por la legislación de la Florida y otros 21 estados de la Unión Americana que le siguieron, que portaba legalmente una maldita pistola.

¿Qué pasará cuando la gente decida armarse para defenderse de estos ‘vigilantes’?

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