Tania Díaz Castro
LA HABANA, Cuba, marzo, www.cubanet.org -Todo ocurrió en marzo de 2003. El propio Fidel Castro lo escribió en una Reflexión, el 24 de enero de ese año: ¨El mismo día que Bush inició su criminal guerra contra Iraq, solicité a las autoridades de nuestro país el cese de la tolerancia que se aplicaba a los cabecillas contrarrevolucionarios…¨
Muchos se preguntan qué tenía que ver una cosa con la otra. Si al dictador cubano le dolía tanto una guerra contra su amigo Sadan Hussein, ¿por qué no lo defendió con su ejército, uno de los mayores de Latinoamérica, en vez de ensañarse contra miembros del movimiento de Derechos Humanos, compuesto por opositores pacíficos y periodistas independientes de la Isla?
Dentro de sus planes maquiavélicos no sólo estaba condenar a 75 de ellos a largos años de prisión, mediante juicios sumarios, sino, además, darles publicidad a diez personas, de los miles con que contaba y cuenta la oposición, que se habían pasado a las filas de la dictadura, gente ingenua y de poca monta, para ser proclamados como espías, aunque nunca se ha sabido qué fue lo que espiaron dentro de un movimiento transparente, que lucha pacíficamente por la Defensa de los Derechos Humanos y la democracia.
Todavía recuerdo la carcajada que nos inspiró Manuel David Orrio cuando expresó, en el juicio contra el periodista Raúl Rivero: “Soy un militar de honor que recibe órdenes”. Qué ridículo. Y también recuerdo la pena que sentimos cuando supimos que entre los llamados espías se encontraba aquel infeliz matrimonio de Güines, Yamila y Noel, que llegaban a mi casa y, muy asustados, no permanecían ni cinco minutos, pidiendo medicinas, porque como se alimentaban mal, siempre andaban enfermos.
Igualmente, recuerdo al viejito Luis Viño, y a Néstor Baguer. Este último, con 82 años, tal vez accedió a disfrazarse de espía del régimen para recuperar la vieja casona familiar de los Sánchez-Galarraga, en El Cerro. Pero murió al poco tiempo, solo y sin visitas en un hospital.
De todos, es posible que fuera Aleida Godines quien hizo algún daño, con sus intrigas, chismes y golpes bajos, como los que lanzó contra mí esta amazona de amplios pantalones.
El final de la historia era de esperar: Como manada, fueron exhibidos a lo largo del país, presentándolos como ejemplos de héroes en la Escuela superior de Contrainteligencia Hermanos Martínez Tamayo. Les regalaron cacharros de automóviles sólo a tres del grupo, pero sin gasolina. Por último, las mujeres fueron condecoradas en el Consejo de Estado, donde les entregaron diplomas de papel bond y les brindaron una merienda a base de un pan con jamón Viki, un producto tan malo que es desconocido en el mundo, y un refresco importado de latica para cada una.
Odilia Collazo pudo salir de la cueva donde vivía, en un barrio marginal, y lograr un apartamento de bajo costo en el municipio habanero de Playa. Pero la anciana mamá de la “agente Aleida” tuvo que seguir bajando y subiendo escaleras en su apartamentico de Alamar, alimentándose gracias a una vecina.
Hoy deben estar lamentando su metedura de pata, porque en los ocho años transcurridos desde entonces, nunca más la prensa nacional ha vuelto a mencionar sus actos “heroicos”. Pobre gente. ¿Se habrán dado cuenta ya de que las dictaduras suelen utilizar a los tontos y abandonarlos?
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