Daniel Shoer Roth. EL NUEVO HERALD
“¡Has vencido, galileo!” Con esa célebre frase referida a Jesús, Juliano el Apóstata reconocía en el lecho de muerte su fracaso en descristianizar el Imperio Romano en el siglo IV.
El lunes por la noche, en una multitudinaria misa en la Plaza Antonio Maceo presidida por el papa Benedicto XVI, el gobernante cubano Raúl Castro se mostraba atento en primera fila, vestido con traje y corbata. De las gargantas de miles de jóvenes a su alrededor salían cánticos de alabanza a aquel mismo galileo que un día intentaron arrancar del corazón del pueblo cubano.
La emblemática escena verifica que el nuevo hombre con el que soñó el Che Guevara, no era un hombre privado de Dios. El nuevo hombre cubano es aquel que hoy, en medio de la desesperanza que cunde en la depauperada isla, implora a la Virgen de la Caridad del Cobre por un porvenir.
Dios no es un conocimiento que puede ser borrado ni una tradición que puede abolirse. Es una experiencia que se contagia, que se transmite de una persona a otra.
Por décadas, el gobierno cubano, oficialmente ateo hasta 1992, persiguió, excluyó e intentó aniquilar cualquier vestigio de catolicismo. Expulsó sacerdotes, cerró escuelas religiosas, prohibió la Navidad. Incluso después de que Marx y Lenin cayeron bajo los escombros del Muro de Berlín, Fidel Castro limitó la libertad religiosa.
Fue un esfuerzo titánico para monopolizar el pensamiento. La única igualdad entre los hombres se refiere a su igual dignidad como imagen y semejanza divina.
En el caso de los cubanos, fueron muchos los que resguardaron su fe del paganismo comunista. Y, al igual que en cualquier otra época o lugar en el que se intentó suprimir la noción de un ser creador, el hombre no logró apagar la llama de la espiritualidad.
En Moscú, Joseph Stalin en 1931 mandó dinamitar la Catedral de Cristo Salvador, construida en el siglo XIX cerca del Kremlin, sobre la orilla del río Moscova. En ese lugar propuso construir un grandioso Palacio de los Soviets que tendría una apoteósica estatua suya. Pero los problemas económicos, las guerras y las inundaciones del río no permitieron que se concretara la obra. En los años 60, el gobierno de Nikita Jruschow tuvo que resignarse a construir una piscina pública.
Hoy en ese terreno se levanta la iglesia ortodoxa rusa más alta del mundo.
Castro declaró el lunes que su gobierno comparte los valores con la Iglesia Católica. Pero el Papa, contradictoriamente, señaló al partir de Roma que “la ideología marxista en la forma en que fue concebida ya no corresponde a la realidad”.
En esa realidad, la libertad de expresión y prensa se consagran como los pilares de la democracia. Valores éstos que no existen en Cuba, según evidencia la golpiza que le propinaron unos trogloditas ─ uno de ellos con el uniforme de la Cruz Roja ─ a un valiente hombre que gritó: “¡Abajo el comunismo!”
La ironía de esta visita papal es que al régimen que intentó dormir una fe le toca ahora participar en su reverdecimiento. Debe ser humillante para la élite comunista tener que aceptar impotentemente al Dios que combatieron.
Muchas personas han dicho que esperan un gran milagro tras la visita del Papa. El milagro ya está sucediendo. Es la fervorosa demostración del pueblo cubano de que el marxismo no logró arrebatarles la fe cristiana o su sentido de trascendencia.
Sea como sea que lo denominemos, ese poder superior es infinito e inquebrantable.
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