Andrés Oppenheimer. EL NUEVO HERALD
La visita del papa Benedicto XVI a Cuba no producirá grandes cambios, al menos en lo inmediato, pero todo el mundo — el Papa, el régimen militar cubano, los disidentes e incluso los exiliados cubanos — podrán adjudicarse algo parecido a una victoria tras su paso por la isla. La gran pregunta es quién ganó más.
El gobernante Raúl Castro, y su hermano Fidel lograron cumplir con su propósito de contrarrestar su imagen de parias internacionales, a los que muchos líderes mundiales no visitan por no haber permitido elecciones libres, ni partidos políticos de oposición, ni medios independientes desde hace más de cinco décadas.
Al recibir a Benedicto XVI y darle un discurso de bienvenida que fue emitido en vivo en Cuba y en el exterior, Raúl Castro tuvo una tribuna de lujo para culpar a Estados Unidos de todos los males de la isla. La mera foto sonriente de Raúl Castro y el Papa, así como la reunión del Papa con Fidel Castro, contribuyeron a darle legitimidad al régimen cubano ante los ojos de muchos.
Al mismo tiempo, el hecho de que Raúl Castro asistiera a la misa oficiada por el Papa en La Habana ayudó al régimen cubano a dar la impresión de que hay una apertura en la isla.
Los octogenarios líderes cubanos necesitan convencer al mundo de que Cuba está cambiando.
Les preocupa que Venezuela pueda dejar de otorgar hasta $10,000 millones anuales de subsidios a la isla si el presidente Hugo Chávez pierde su lucha contra el cáncer, o si la oposición venezolana gana las elecciones presidenciales de octubre. Necesitan dar la impresión de mayor apertura para atraer inversiones extranjeras.
El Papa, a su vez, casi seguramente cumplió su objetivo de abrir nuevos espacios para la Iglesia Católica en Cuba. No sólo le dio mayor visibilidad a la iglesia en los medios del gobierno — los únicos autorizados en la isla —, ya que todas sus ceremonias fueron emitidas por la televisión estatal, sino que además tuvo la oportunidad de instar públicamente al gobierno a permitirle a la iglesia mayores libertades, incluyendo el derecho a abrir escuelas religiosas.
Y aunque su mensaje de que “Cuba y el mundo necesitan cambiar” fue un eco del discurso que Juan Pablo II pronunció en Cuba 14 años atrás, en el que rogó que “Cuba se abra al mundo, y el mundo se abra a Cuba”, Benedicto XVI también demostró cierta audacia.
Poco antes de la visita declaró que la ideología marxista “ya no se corresponde con la realidad” — algo que es obvio para muchos de nosotros pero que es una declaración audaz en Cuba — y repetidamente pidió verdad, libertad, reconciliación y diálogo en la isla.
Los disidentes pacíficos de Cuba, como las Damas de Blanco, que piden la liberación de los presos políticos y que solicitaron una reunión de un minuto con el Papa, aparentemente no lograron ser recibidas por él, según los reportes de prensa en momentos de escribirse estas líneas, pero de todas maneras ganaron por default: durante la visita papal, el mundo entero pudo ver la naturaleza represiva de la dictadura cubana.
Al menos 210 disidentes pacíficos fueron arrestados pocas horas antes de la llegada del Papa a Cuba, para impedirles asistir a las reuniones públicas del Papa, según los grupos defensores de los derechos humanos. Y un disidente que gritó “abajo el comunismo” durante la misa del Papa en Santiago fue golpeado y arrestado frente a las cámaras de TV.
Los exiliados cubanos también ganaron, a su vez, ya que demostraron a sus compatriotas de la isla que muchos exiliados quieren una reconciliación nacional pacífica, y que el exilio no es una supuesta “mafia terrorista” que quiere venganza y recuperar sus bienes, como el régimen cubano pretende caracterizarlo. Alrededor de 800 exiliados cubanos fueron a la isla en una peregrinación organizada por la Arquidiócesis de Miami.
Mi opinión: A menos que salgan a la luz en los próximos días reportes de que el Papa se reunió con las Damas de Blanco, el Vaticano habrá cometido un gran error al no darles el minuto que las Damas pedían.
El Vaticano había dicho que el Papa conoce sus reclamos y las lleva en el corazón, pero que su agenda no le dejaba tiempo para reunirse con ellas. Sin embargo, el Vaticano sí encontró tiempo para que el Papa se encontrara durante 30 minutos en una reunión no programada con Fidel Castro, quien oficialmente ya no es el gobernante de Cuba.
Al final del día, ganaron todos. Podríamos decir que fue un empate técnico, aunque hubiera sido lindo que el Papa pusiera en práctica el diálogo que estaba predicando y se hubiera reunido con todos los sectores de la sociedad, y no solo con sus gobernantes.
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