Omar López Montenegro
Desde sus inicios, la trama de la mal llamada ocupación mostró un sinnúmero de rotos y descosidos. El propio término empleado para definir la acción no fue el más acertado, puesto que los manifestantes nunca tomaron control del templo. De hecho, se retiraron del lugar sin que ninguna de sus demandas fuese concedida y, para mayor confusión, sus peticiones variaron con el transcurso de los días, de una reunión de la disidencia con el Papa a una huelga general, hasta llegar a un gobierno de transición. De haber continuado la “ocupación”, no se sabe hasta dónde llegarían los reclamos.
Todo el incidente siguió el mismo patrón de un hecho similar ocurrido en la embajada de México en La Habana durante el gobierno de Vicente Fox, que tuvo el mismo final, con agentes sin armas escoltando a los ocupantes fuera, y hasta un video que parecía más un desfile de Primero de Mayo que una operación de búsqueda y captura. Al final de ambas historias, el régimen emergió con la misma imagen de “mesurado” y “resolvedor” de problemas.
Todo parece indicar que en la ocupación de marras, el Cardenal y los órganos represivos del Régimen se entendieron a las mil maravillas, tal y como esbozó de cierta manera en Roma el embajador cubano ante la Santa Sede, Eduardo García Delgado, un viejo oficial de inteligencia, cuando dijo que “La Iglesia y el Gobierno hablan el mismo idioma”. El diplomático castrista llegó a afirmar que “lo que persigue la Revolución cubana es lo mismo que persigue la Iglesia Católica”. El idioma español es bien rico, y el verbo perseguir tiene más de una acepción, aunque todas parecen encajar en este caso. A buen entendedor, pocas palabras.
La imagen aparece entonces bien clara, con la propuesta común de la jerarquía católica y la dictadura castrista. Las élites se entienden y al pueblo sólo le queda esperar, que para eso hay reformas, visitas y eventos, como el de la Reina Sofía y Alicia Alonso en Madrid, dos vetustos ejemplos de sistemas relegados por la Historia, la monarquía y el comunismo, en una patética búsqueda de cómo reinventar sus roles en un mundo cada vez más abierto y dinámico, con cada vez menos espacio para dogmas e imposiciones. Una Reina homenajeando a una Momia.
También un Papa visita a una dictadura, y previo al evento se busca demonizar a la oposición al presentarla como irrespetuosa, generadora de problemas, irreverente, y hasta extremista. Justo antes de la ocupación de la Iglesia de La Caridad, Esteban Lazo declaró a la emisora CMKC de Santiago de Cuba que cualquier acto de politizar la visita del Papa sería considerado una provocación, y dos días antes, Lenier González y Roberto Veiga, editores de la revista Espacio Laical, calificaron a la oposición de extremista en una entrevista con el diario mexicano La Jornada. También García Delgado puso su grano de arena en este asunto, al afirmar en Roma que si Benedicto XVI se reunía con la oposición sería un “insulto al gobierno y el pueblo cubano”.
Los hechos son los hechos, y a cada cual le corresponde hilvanarlos a su gusto y forma. De cualquier manera, la “invitación” del Cardenal Ortega a las fuerzas represivas a entrar en un templo y desalojar a personas es un insulto no sólo a la grey católica, sino a la misión de la Iglesia Católica misma. Dicen que para cualquier roto hay un descosido, pero en este caso, la realidad no engaña. El hilo pasa por una Reina (la jerarquía Católica); una Momia (el régimen castrista); y un Papa (Benedicto XVI). Contrario al axioma matemático, aquí el orden de los factores siempre altera el producto.
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