Contra su propia sombra
Luis Cino Alvarez
Me
comentan algunos lectores que exageré en “Ni carismáticos
ni fotogénicos”. Que el
mundo sí hace caso a los disidentes
cubanos. Que si no nos prestan más atención es por culpa de nuestros errores e
insuficiencias.
Es
posible. Pero cuando no estamos en el más total anonimato, estamos en la picota
pública. A cada paso nos cuestionan,
dudan de nosotros, dicen que no hacemos lo suficiente, nos reprochan por no
estar a la cabeza del levantamiento popular…
Dicen
que la disidencia tradicional agotó sus posibilidades, pero cuando se renueva y
aparecen nuevos actores, enseguida empiezan las suspicacias. O las apuestas por
otros actores, que por difusos y esperpénticos que parezcan, cuentan con todas
las promociones. Y entonces, vienen los desencuentros y las broncas entre
nosotros, aquí adentro. Y la tormenta del lado de allá, que es donde más
exigentes se muestran.
No
debía extrañarse el exilio con los
desencuentros de la oposición cubana. Por allá, también cuecen habas. Los
instigadores de querellas, en La Habana, Miami o Madrid, son los mismos: los
agentes de la Seguridad del Estado. A
veces no espían, en el sentido estricto de la palabra, sino que se limitan a
crear bretes, intrigas y chismes. También están en el guión seguroso. Los
cubanos, de aquí y de allá, siendo como somos, hacemos el resto. Y la dictadura
es la única beneficiaria.
De
algunos rincones del exilio llueven dardos contra la oposición cubana. También contra los periodistas independientes
y los blogueros. Vapuleados por enemigos y amigos, plagiados y ninguneados.
Detrás de cada uno, ven agazapado a un colaborador de Seguridad del Estado.
Como si el defender la democracia desde Cuba sin caer presos los convirtiera
automáticamente en sospechosos. Sólo cuando van a la cárcel o los muelen a
golpes recuperan la presunción de
inocencia. A veces.
Nos
hemos tenido que resignar a todo eso. A ignorar a suspicaces, intolerantes y
paranoicos. A no hacer demasiado caso de los bravucones que gritan en llamadas
de larga distancia. A esquivar a los provocadores y malintencionados de
adentro. A conocer a las personas por sus hechos. Para que no nos vendan gato
por liebre. O nos sustituyan por una disidencia ligth, una brigada de respuesta
rápida al revés o cualquier cosa peor.
¡Vaya usted a saber!
De
guiarnos por los cazadores de infiltrados, pudiéramos llegar a la conclusión de
que la disidencia interna fue una invención de Fidel Castro, que la creó, a su
imagen y semejanza, luego que aniquiló a la oposición armada, para entretenerse
y poner a prueba la capacidad de sus servicios de inteligencia.
Las
exageraciones nunca son buenas. El exceso, tanto de ingenuidad como de cautela,
son caros pecados. La lucha por la libertad y la democracia no puede limitarse
a un safari contra espías y chivatos.
En
la lucha por la patria libre que soñamos, todo se complementa: los grupos y
partidos opositores, la prensa independiente, los blogueros, las Damas de
Blanco “Laura Pollán”…Los represores no hacen exclusiones. Nosotros tampoco
debemos hacerlas.
Si
no aprendemos a vivir en democracia ya, no lo aprenderemos nunca. El más triste
colofón de la dictadura pudiera ser el de un pueblo peleando contra su propia
sombra. Como ahora.
Cuando
llegue el momento de la verdad y la reconciliación nacional, necesaria e
ineludible, algunos represores, los menos sucios, tendrán una justificación:
obedecían órdenes. Los que luchábamos por la democracia, si fallamos, no tendremos coartadas.
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