Gramática del autoritarismo
Juan Guerrero. EL
UNIVERSAL
Entre
los dones y aprendizajes fascinantes de la vida, el lenguaje es quizá la
capacidad más trascendental que ha podido desarrollar el hombre para elevarse a
la categoría de lo humano. Y esto es así porque las palabras no son sólo
estructuras que pueden pronunciarse y escribirse, sino que también poseen
esencia para visualizarse en realizaciones concretas, materializarse y por
tanto, generar creación. Además, el lenguaje se modela y sigue patrones que
otros copian. Por eso existen las sociedades, los grupos humanos que se
integran más allá de realidades espacio-temporales, en gestos, expresiones,
modales y otras manifestaciones del lenguaje verbal y no verbal, que a la larga
cohesiona y da sentido de pertenencia a un lugar, a un territorio.
Por
eso es tan delicado el lenguaje. Por eso uno de los vehículos que posibilita este
acto transformador, la lengua, está tan escondida y protegida: tapada por los
labios y encerrada entre los dientes. Y sin embargo, cuando abrimos la boca
generamos actos de habla que, más allá de la secuencia oracional para hacernos
entender, están los reforzadores corporales que fijan las palabras y las hacen
permanecer más allá de los instantes que duraron nuestras secuencias acústicas,
nuestro sonido, nuestro timbre y nuestras cadencias.
La
vida ciudadana posee unos códigos mesurados en el discurso. Es generalmente de
corte melódico razonado, por tanto tiende a ser más reposado. Los individuos
que ejercen su ciudadanía tienden a ser personas que respetan al Otro
diferente. La palabra del otro es para él motivo de interés, de reflexión,
aunque no esté necesariamente de acuerdo en sus afirmaciones. La práctica de la
ciudadanía exige por lo tanto un lenguaje, una estructura gramatical sobre un
discurso que sea coherente con aquello que se práctica: el ejercicio de la
libertad. Porque ejercer la ciudadanía
es sinónimo de libertad. Y la libertad se practica en espacios donde la paz
activa es un acto cotidiano que se ejerce en el uso de un lenguaje acorde con
esa práctica. Por lo tanto, el lenguaje de la libertad es inclusivo y fomenta
en la cotidianidad el ejercicio de la búsqueda constante de verdades que sean
consensuadas y sometidas constantemente a la reflexión entre todos los
individuos. La palabra entonces, permanentemente es renovada y brillan las
verdades en acuerdos que llevan al ejercicio del poder-compartido y el trabajo
grupal, donde se construye el protagonismo colectivo, como paradigma de los
nuevos tiempos.
Y
el tiempo actual es de una voz colectiva. Es el protagonismo del colectivo que
señala al individuo lo que debe hacer y le da la responsabilidad de ejercer un
cargo, por tiempo definido, específico. El lenguaje por tanto, tiene la
impronta de un grupo, de seres humanos que poseen cadencias, ritmos, tonos y
timbres de una sonoridad ética que orienta la dinámica social desde las
coordenadas de un lenguaje dialógico, compartido y hermanado en la búsqueda
permanente de la amplitud discursiva.
Resulta
extraño, raro y obsceno que en pleno nuevo siglo XXI aún se continúe escuchando
un lenguaje militarista, cargado de ruidos que construye una terminología
obsoleta donde palabras, tales como "batalla", "campaña",
"comando", "batallones", "milicias",
"brigadas", "escuadrones", se combinen para aplicarse en la
vida ciudadana y den la sensación de algo normal y corriente. Así las cosas,
podemos encontrar programas, proyectos, empresas que poseen como principio
alguno de estos términos: "La batalla de las ideas", "Comando
eléctrico", "Milicias socialistas", "Campaña
electoral".
Este
lenguaje remite indudablemente al ejercicio de actos autoritarios en quienes
ejercen el poder del Estado, presidente, ministros, gobernadores, alcaldes,
entre otros, en la práctica de una ciudadanía que la convierte en manera
autoritaria de vida. En actos de lenguaje y modos de vida caracterizados por
una voz y unos modales cargados de fuerza corporal que en nada ennoblecen la
razón de ser de una ciudadanía.
La
práctica de la ciudadanía es contraria a la práctica del autoritarismo. No es
posible ejercer actos ciudadanos cuando el liderazgo sociopolítico en el
gobierno del Estado está marcado por actos autoritarios trazados por la vida
militar.
En
las sociedades nuevas cada vez es más raro encontrar militares ejerciendo
oficios, labores ciudadanas. Ellos están cada vez más centrados en sus espacios
y son vistos como seres de segunda categoría. Sólo necesarios para ejercer la
fuerza bruta que ahora se disfraza con la tecnología y la robótica. Ellos son
muestra de una antigua vida donde el maltrato al semejante era manera de ser
cotidiana y por tanto, daba sensación de seguridad. Ahora la seguridad está en
la razón, la verdad compartida y la palabra ejercida con serenidad y en paz.
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