Fidel
Castro y su problema chino
Alejandro Armengol. Blog CUADERNO DE CUBA
Restaurant Quanjude, Pekín |
A la salida del salón principal del
restaurante Quanjude en Pekín hay una gran tarja de bronce que recuerda al
visitante una anotación en el diario de Mao Zedong. El Gran Timonel señala que
el Quanjude es una gloria de China y como tal debe existir por siempre.
Así que uno respira tranquilo y confiado,
porque en la próxima visita a la capital china es seguro que lo estará
esperando un suculento pato pekinés, la especialidad de la casa, en el
restaurante más famoso del país. El camarada Mao, gran previsor, lo dejó así
dispuesto, tanto para naturales como para extranjeros. Gloria eterna a su
nombre y gusto culinario.
Fidel Castro ─ quien por cierto ha comido en
el Quanjude
─ ha decidido seguir tras las huellas
de Mao, y presentarnos un pensamiento, una reflexión, una sugerencia diaria. Al
menos hasta el momento. Así que no es de extrañar que pronto veamos uno de esos
breves mensajes suyos sugiriendo una cafetería, recomendando un restaurante,
convirtiendo en plato nacional cualquier asado.
Es curioso que un hombre de largos discursos
se limite en la actualidad casi al aforismo, pero no hay necesidad ni virtud en
ello. Más bien un tono oportuno. No sólo
un afán de estar en el candelero, sino también de imponer criterios.
Podría pensarse que esta modalidad de
mini-reflexiones sería la versión de Twitter adaptada a la mentalidad de
Castro. El mundo del tuit es ajeno a un
personaje que ha confundido durante toda su vida la personalidad pública y
privada. El Twitter es demasiado individual para él. Pero a la vez es un medio
que impone sus reglas, en cuanto a emisión, número de palabras, etc. Y esto
tampoco le acomoda. Va a ser breve, pero a su antojo, y no va a enviar nada
(los tuits tienen un carácter personal, no importa que sea un ayudante o un
agente de prensa quien los cree y oprima el botón), ya que aún concibe el poder
bajo la forma de la publicación solemne. No escribe, sino promulga.
Por eso el enorme campo y el limitado espacio
de una cuenta de Twitter le es completamente ajeno. Prisionero en la arcadia
del mensaje tradicional ⎯aunque
Cubadebate haga lo posible por dar otra imagen⎯, se sentirá más a gusto
pensando en que es un creador de máximas y no un productor de noticias.
En realidad no es ninguna de las dos cosas.
Aquí el mensajero es lo que interesa a los medios de prensa que en el exterior
reproducen lo que escribe.
Esto, sin embargo, no debe servir para
menospreciar el contenido de estos mensajes, porque tras ellos se encuentra la
duda persistente sobre el alcance de esa retirada del poder obligada por la
enfermedad.
Bajo el manto de productor de máximas, Fidel
Castro ha comenzado la entrega de una serie de expresiones que aparentan
encerrar un contenido moral, en que se sintetiza una norma de conducta, sea
como consejo a los ciudadanos o en la forma de ejemplos de la actuación de
líderes políticos o deportistas. Destaca en ellos esa búsqueda de la síntesis,
casi el ideal del haikú.
En esta labor, Castro asume el disfraz de
viejo sabio, consejero de la tribu, caudal de conocimientos. Al referirse a los
llamados “FC”, aclara: “Estos constituyen un método con el cual trato de
trasmitir los modestos conocimientos adquiridos durante largos años y considero
útiles para los funcionarios cubanos responsabilizados con la producción de
alimentos esenciales para la vida de nuestro pueblo”.
Pero hacernos creer que en su etapa final
Fidel Castro ha adoptado la apariencia de monje tibetano en busca de nuevas
hierbas o de Mendel del trópico tras las leyes de la genética es un abuso a la
incredulidad del más crédulo. Basta leer un par de estas mini-reflexiones
posteriores, para descubrir que la validez universal propia de cada sentencia
aquí se ha transformado en un juego burdo para influir en la actual situación
cubana.
El 11 de junio de este año Fidel Castro
escribe: “El alemán más revolucionario que he conocido fue Erich Honecker”.
Aquí se evidencia el carácter reaccionario de Castro. El mandato de Honecker
fue particularmente represivo para los alemanes orientarles, que sufrieron los
rigores de una Stasi más poderosa. Pero a los efectos de la situación cubana
actual, lo más interesante viene después, cuando añade:
“Me correspondió el privilegio de observar su
conducta cuando este pagaba amargamente la deuda contraída por aquel que vendió
su alma al diablo por unas pocas líneas de Vodka”.
¿A quién se está refiriendo Castro? Por la
época, y por las diferencias de entonces entre los gobiernos de la República
Democrática Alemana (RDA) y la Unión de Repúblicas Socialistas Soviéticas
(URSS), es indudable que se refiere a Mijaíl Gorbachov. Pero la acusación de
borrachín a quien cuadra es a Yeltsin.
Es difícil precisar si este mezclar dos
políticos tan disímiles obedece a un desliz o a una actitud soez, aunque
resulta totalmente secundario. Lo importante aquí es que Fidel Castro elogia al
retrógrado y denigra al reformista. Hay que recordar que Honecker siempre se
negó a poner en práctica las reformas que propugnaba Gorbachov.
Más claro aún es el mensaje anti-reformista en
el texto que Castro publica el 14 de junio. Al referirse a Deng Xiaoping dice:
“Presumía de hombre sabio y, sin duda, lo era.
Pero incurrió en un pequeño error.
′Hay que castigar a Cuba, dijo un día′.
Nuestro país nunca pronunció siquiera su nombre.
Fue una ofensa absolutamente gratuita”.
¿Por qué lanza ahora esa referencia
desfavorable hacia Deng Xiaoping? Más que un ajuste con el pasado es una
advertencia a presente.
No es el único comentario desfavorable
a China que ha aparecido en las últimas reflexiones de Castro. El 9 de junio, y
tras comentar un artículo de The New York Times sobre el presidente Obama y uso
de los aviones no tripulados en la guerra contra el terrorismo, sin motivo
aparente cambia para la inclusión de buena parte de un artículo de la BBC, que
bajo el título “¿Se desinfla la economía de China?” presenta un escenario de
posible crisis económica en el país asiático. Al final, y en un único párrafo,
Castro escribe: “Estoy lejos de compartir este siniestro infundio yanki sobre
el destino de China”. Pero entonces, ¿por qué lo incluye en un texto que
comienza tratando otro tema? Y lo que es más importante: ¿por qué no lo analiza
y critica? Sólo ese párrafo oportunista, en que pretende deslindarse de lo que
acaba de publicar.
Nunca hasta ahora, desde que supuestamente
renunció al poder, Fidel Castro había hecho tantas referencias reiterativas en
contra de un pensamiento reformista, que éstas se manifiesten de forma
indirecta no les resta importancia, en un país donde es costumbre la lectura
entre líneas y la interpretación de gestos.
¿Evidencia todo esto un desacuerdo o disputa
entre Fidel y Raúl Castro? Cabe pensar todo lo contrario, que el hermano mayor
está protegiendo al más chiquito, para que no lo critiquen por no hacer algo
para cambiar la situación del país. Porque ninguno de los Castros es
reformista. En Cuba no ha surgido un Gorbachov ─ por favor, no me vengan con el
cuento de Ochoa
─ ni parece posible que aparezca pronto
en el escenario. Cabe la posibilidad de que primero surja un Putin.
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