¿Hubo golpe de estado en Paraguay?
Alvaro Vargas
Llosa
La
destitución del Presidente de Paraguay ha remecido a la región latinoamericana.
Un grupo de países capitaneados por la Venezuela de Hugo Chávez ha denunciado
un golpe de Estado y retirado a sus embajadores. Los gobiernos moderados de
centro izquierda y centro derecha, desbordados por la reacción de la izquierda
carnívora en respaldo de Fernando Lugo, el mandatario destituido, han seguido
la línea de Caracas aunque con algo menos de severidad.
Hace
cuatro años, Lugo, un ex obispo católico, interrumpió la hegemonía de seis
décadas del autoritario Partido Colorado con una victoria sorprendente. Lo hizo
a la cabeza de una improbable coalición de partidos de izquierda y liberales
que sólo tenían una cosa en común: su odio a la era de los “colorados”. Los
nexos umbilicales entre el Partido Colorado, los militares y una trama de
intereses latifundistas habían hecho de Paraguay el estereotipo del Estado
latinoamericano pre moderno o neocolonial.
Muchos
daban por descontado que Lugo bailaría al son de los hermanos Castro y Chávez.
Pero en parte por las resistencias que enfrentaba en su país y por su propio
temperamento, Lugo limitó el empleo de sus instintos socialistas a la
realización de una modesta reforma sanitaria, la repartición de subvenciones a
unas 20.000 familias y un aumento de impuestos a los productores de soja. Se le
cruzaron en el camino un cáncer y algunos hijos ilegítimos que fueron saliendo
a la luz pública con escándalo. Esto último, de todas formas, tuvo menos efecto
del que habría tenido en otras partes: en un país que perdió a la mayor parte
de sus varones jóvenes durante la Guerra de la Triple Alianza en el siglo 19,
la práctica de tener hijos ilegítimos está muy extendida. De los cuarenta y
cinco Presidentes paraguayos, ocho fueron hijos de madre soltera.
La
suma de todo esto, sin embargo, debilitó a Lugo ante sus adversarios,
incluyendo los liberales que dominaban su coalición. El aislamiento político lo
llevó a hacer esporádicas concesiones al Partido Colorado. Nunca bastaron para
aplacar a los intereses creados, especialmente a la luz de las periódicas
invasiones de terrenos por parte de campesinos a los que Lugo se resistió a
enfrentarse de forma drástica.
Es
irónico que Lugo fuera destituido tras una invasión de tierra a la que sí
respondió con fuerza. Cuando una treintena de campesinos se metieron a una
finca de la conocida familia Riquelme, su gobierno intervino. Los campesinos
armados mataron a seis policías y sufrieron once bajas, gatillando el drama que
desembocó en la destitución de Lugo una vez que el mandatario enfureció a los
liberales al sustituir al ministro del Interior con un miembro del opositor
Partido Colorado. Los diputados votaron masivamente a favor de que el Senado le
abriera un juicio político. El Senado obedeció con la velocidad del rayo y el
resto es historia.
En
un continente conocido por todas las variantes del golpe de Estado, se entiende
que haya quienes de buena fe piensan que eso es lo que hubo. Pero no lo fue. Se
siguió la letra de la Constitución, incluida la abrumadora votación
parlamentaria y la sustitución del mandatario por su Vicepresidente, el
“aliado” liberal Federico Franco. Las elecciones presidenciales programadas
para abril no han sido canceladas y los cuarteles están quietos. Es más: aunque
Lugo condenó desde un inicio la destitución, no usó la expresión “golpe de
Estado” al comienzo. Sólo cuando Chávez y compañía se encaramaron sobre la
crisis paraguaya para liderar una reacción internacional el paraguayo se
envalentonó.
Si no fue un golpe, ¿qué fue? Fue una acción
alevosa y vil por parte de un grupo de intereses que tienen en común poco más
que su desprecio a Lugo y su efecto será reblandecer las instituciones del
país. También fue una movida profundamente estúpida: echar a un Presidente por
un tipo de incidente que ocurre con (demasiada) frecuencia en las democracias
sudamericanas a nueve meses de unas elecciones que probablemente ganará el
Partido Colorado tiene la apariencia de una conspiración golpista,
especialmente si la dirige la derecha. Esto es lo que ha desarmado a la centro
izquierda y la centro derecha latinoamericanas ¿de Brasil a Chile?, que se han
dejado llevar por la reacción de Chávez y compañía.
Es evidente que Venezuela, Bolivia y Ecuador
(con sostén cubano) no son las voces más autorizadas en un esfuerzo por
restituir democracia alguna. Unos con más éxito que otros, esos gobernantes han
demolido las instituciones democráticas que les sirvieron para llegar al poder.
Su reacción a la crisis de Paraguay está dictada por el instinto de
supervivencia. Han suministrado innumerables pretextos a las agonizantes
instituciones democráticas de sus países (infinitamente más de los que
suministró el moderado Lugo) para merecer una destitución. Argentina, otro
gobierno populista que se está volviendo más autocrático y radical con cada
minuto que pasa ahora que ha implosionado el modelo económico, tiene sus
propias razones para temer una situación “paraguaya”. Que haya añadido su voz
al coro dirigido por Caracas no sorprende.
Hay otra razón por la que la destitución de
Lugo fue un craso error. Ha suministrado gratuitamente una causa a los peores
gobiernos de América Latina y expuesto la falta de espina dorsal diplomática y
de seguridad en sí mismos de que adolecen los mejores.
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