El castrismo y la destitución de Lugo
Mario J. Viera
Fernando Lugo junto a Raúl y Fidel
Castro con quienes se reunió el viernes 18 de febrero de 2011 en La Habana
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Fernando
Lugo nunca fue de mi agrado; y no fue de mi agrado por varias razones; primero
porque nunca he confiado en la llamada “teología de la liberación” en la que se
afilia Lugo, esa hipócrita organización dentro y fuera de la Iglesia católica
que liga al marxismo, el guevarismo y el castrismo con los dogmas católicos;
segundo, por su alianza con los comunistas dentro del Frente Guasú y, tercero
por su colección de hijos regados por todo el Paraguay a los que se viera
obligado a reconocer por las demandas interpuestas en su contra. Sin embargo,
Lugo fue electo democráticamente en elecciones libres y no se entregó, como
otros han hecho, al carro de los vertederos del bolivarianismo de Hugo Chávez y
mantuvo al Paraguay fuera de la ALBA.
Su
destitución relámpago por el Senado paraguayo fue un acto oportunista y
revanchista impulsado por el partido colorado, el partido de Stroessner, y por el Partido Liberal Radical Auténtico que
aspiraba a más dentro del gobierno de Lugo. El sumarísimo juicio político
incoado en contra de Lugo violó los principios del debido proceso al no
permitirle hacer uso de su derecho a la defensa y al cuestionamiento de las
acusaciones. Lugo no había violado la Constitución.
Según
Peter Orsi de The Associated Press (El Nuevo Herald, 25 de junio de 2012) lo
que hizo posible el juicio político contra Fernando Lugo “fue otra tendencia política en este empobrecido país mediterráneo, el
desencanto de cientos de miles de izquierdistas y pobres campesinos que habían
formado la base política del presidente (…) Lugo alienó a sus nuevos aliados en el Congreso (el Partido Liberal
y aliados izquierdistas) al darles sólo
una representación simbólica en su gabinete. Poco después los liberales se
quejaron que no se les consultaba en las decisiones importantes, tales como la
respuesta a invasiones de haciendas por manifestantes sin tierra y una ofensiva
del ejército contra el Ejército del Pueblo Paraguayo (EPP) una incipiente banda
rebelde principalmente dedicada a los secuestros por pago de rescate”.
Michael
Shifter del Inter-American Dialogue consideró que “Lugo ha sido un presidente políticamente débil desde el comienzo de su
mandato''; su apoyo “ha ido
erosionado y los opositores de su gobierno se han fortalecido con el tiempo''.
De
acuerdo con un periodicucho castrista de provincia, “Lugo no se abocó a la tarea de consolidar la multitudinaria pero
heterogénea fuerza social que con gran entusiasmo lo elevó a la presidencia en
Agosto del 2008” a pesar, señala,
que fuera advertido por “numerosos
aliados dentro y fuera de Paraguay”, refiriéndose, quizá, a las posibles
recomendaciones que le hicierna los Castro cuando visitara Cuba en febrero de
2011.
“Su gravitación en el Congreso era
absolutamente mínima”, sentenció la publicación castrista, y agregó que “sólo la capacidad de movilización que
pudiera demostrar en las calles era lo único que podía conferirle
gobernabilidad a su gestión”. Ciertamente las manifestaciones de apoyo al
destituido mandatario fueron débiles sin alcanzar las dramáticas movilizaciones
que provocaran la violenta destitución de Manuel Zelaya en Honduras.
Indudablemente
la interpretación literal del Artículo 225 de la Constitución del Paraguay que
establece el Juicio Político fue desacertada y políticamente incorrecta,
apartándose, como indicara Michael Shifter, del principio democrático. “En este caso ─ agregó Shifter ─, es difícil discutir con quienes argumentan
que la voluntad del pueblo que eligió a Lugo no está siendo respetada. Es
difícil ver las acusaciones dirigidas contra él no sean más que un pretexto
para la eliminación de un presidente impopular. Si los presidentes fueron
derrocados por las razones citadas, habría pocos presidentes latinoamericanos
que se queden en la presidencia''.
Para
el Secretario General de la OEA, José Miguel Insulza, las conclusiones del
juicio político han “causado conmoción” la percepción generalizada en toda la
región “sobre el irrespeto al debido
proceso y al derecho de legítima defensa”. Insulza agregó: “La letra de la ley nunca puede amparar la
violación de los principios”.
Ahora
Lugo se ha convertido en la bandera de la retórica antimperialista de Hugo
Chávez, Rafael Correa, Evo Morales y Daniel Ortega presentándose como ardientes
defensores de los principios democráticos que ellos mismo han pisoteado
reiteradamente. Por supuesto, los Castro no han guardado silencio y hacen una
demagógica declaración de rechazo o condena a la destitución del mediocre
mandatario paraguayo.
Por
intermedio de una declaración de su Ministerio de Relaciones Exteriores, el
gobierno de Raúl Castro “condena
enérgicamente el golpe de estado parlamentario” del senado paraguayo que en
su opinión “se suma a la larga lista de
atentados contra la autodeterminación de los pueblos latinoamericanos, siempre
realizados por las oligarquías con la autoría, la complicidad o la tolerancia
del gobierno de los Estados Unidos”, o lo que es lo mismo, dicho en cubano
vernáculo, “la culpa siempre la carga el totí” es decir, los Estados Unidos.
Para
los Castro las decisiones de su gobierno representan la manifestación de la
autodeterminación del pueblo cubano; sin embargo las decisiones que un Estado
toma desde su legislativo, si chocan con lo que el castrismo considera correcto,
constituyen violaciones de la autodeterminación de los pueblos, vaya qué
antinomia castrista.
Mas
los Castros en ocasiones tienen mala memoria cuando hablan de “golpe
parlamentario”; se olvidan que en este aspecto ellos también tienen cola de
paja. ¿Han olvidado el golpe con que se destituyó al presidente Manuel Urrutia
Lleó? Un golpe que Manuel Prieres en Amigos del pais-Guaracabuya, definiera
como “el golpe de estado más sui géneris
del mundo al utilizarse en vez de tanques...pantallas de televisión”.
Fidel
Castro se había presentado ante la televisión con el propósito de hacerle un
juicio político al presidente provisional del gobierno revolucionario,
acusándole de entorpecer el avance de la revolución y presentando, hábilmente,
su renuncia al cargo de Primer Ministro, con el propósito de presentar al
funcionario como desleal y traidor. Urrutia no tuvo oportunidad de ejercitar el
derecho a la debida defensa; no se presentaron cargos contra él ante un
Legislativo que había sido eliminado de la Constitución de un plumazo. Tuvo que
renunciar y buscar asilo en una embajada.
En
su declaración, el gobierno castrista señala que “no reconocerá autoridad alguna que no emane del sufragio legítimo y el
ejercicio de la soberanía por parte del pueblo paraguayo”. Esta afirmación
es, sin duda alguna, un desacato a la inteligencia. Es una burla que un
gobierno que no admite elecciones libres, participativas, en la que participen
diferentes partidos políticos para la designación de sus autoridades, declare
su no reconocimiento a las autoridades que no emanen del sufragio legítimo. ¿De
dónde emana la “autoridad” de Raúl Castro para fungir como Presidente de la República
de Cuba? ¿Acaso su designación como diputado a la unipartidista Asamblea
Nacional del Poder Popular por un municipio oriental le confiere su autoridad?
Por
supuesto, una cosa son los “principios” y otra los negocios. La declaración del
Ministerio de Relaciones Exteriores reafirma en su párrafo final que “mantendrá su colaboración médica,
estrictamente humanitaria, al servicio de la población de ese país” una
colaboración tan estrictamente humanitaria que no se ofrece gratuitamente y
representa una importante fuente de ingresos para el gobierno de los Castro.
Aunque
un error político, aunque un mal ejercicio de la democracia el método de
destitución de Fernando Lugo, todo pasará, tras algún breve tiempo los medios
se ocuparán del caso, luego el interés noticioso se volcará hacia otros temas y
Lugo, como Celaya serán solo recuerdos, como algún día el castrismo será un mal
recuerdo para los cubanos.
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