¿Qué hacer con la Ley de Ajuste Cubano?
José Hugo
Fernández. CUBANET
¿Hago
bien si ayudo a quien me necesita, sabiendo que esa ayuda beneficiará también a
mi enemigo? Es un dilema ético tan antiguo como la civilización. Sólo los
políticos ortodoxos (de izquierda y derecha) no lo ven como un dilema, pues no
les remuerde negar la ayuda, en tanto nada humano o divino les satisface más
que combatir al enemigo. Pero ya sabemos que la civilización no cuenta para
ellos.
¿Es
justo favorecer a un pobre diablo con la Ley de Ajuste Cubano para que luego,
apenas instalado en territorio estadounidense, vuelva de turista a la Isla, a
gastar sus dólares en los mercados del régimen y a pavonearse por nuestras
calles, llevando al cuello la cadena de oro, del tipo rueda de carreta, que
alquiló en Hialeah?
Si
en nuestro caso el dilema fuera así de simple, no llegaría a constituir un
dilema. De hecho, tal vez por ello los políticos ortodoxos no lo vean como tal,
proclives como son a simplificar las cosas, despojándolas de sentimiento y
racionalidad.
Son
otras, en cambio, las conclusiones a las que se puede llegar cuando repasas el
asunto desde la perspectiva del ciudadano de la Cuba profunda, estos millones
de seres esclavizados e indefensos ante todo poder, que al igual que se burlan
del estúpido epíteto de Ley Asesina con que el régimen pretende demonizar la
Ley de Ajuste Cubano, también se asustan y se desesperan cuando oyen hablar de
su posible derogación o de su debilitamiento por enmienda.
No
hace falta aclarar que aquel pobre diablo con su cadena rueda de carreta es una
mera representación grupal dentro del variado espectro de familias (miles,
cientos de miles) que hoy viven como seres civilizados, humilde pero
libremente, gracias a la Ley de Ajuste Cubano, apliquen o no formalmente dentro
del grupo de perseguidos por el régimen, otra calificación que mucho parece
importar a los ortodoxos, pero que no aporta demasiado a la hora de evaluar a
los habitantes de un país que en su totalidad es víctima y rehén de la
política.
¿Privar
a esa ley de su carácter eminentemente humanitario, reduciéndola a un grosero
intercambio político, no es acaso una pretensión tan equivocada como la de
aquellos que alegan que no debe beneficiar en exclusiva a los cubanos,
olvidando que en Latinoamérica, y aun tal vez en todo el mundo, no existe otro
país con una dictadura tan férrea, empobrecedora, cruel y larga como la de
Cuba?
Es
una lástima que no esté escrita una ley, de obligatorio cumplimiento para todo
el planeta, en la que se prohíba politizar la compasión entre los seres humanos.
Sería quizás la única ley imposible de quebrantar sin detrimento de la
integridad moral.
Pero
ya que no existe, ni llegará a existir nunca esa ley, tal vez valdría una
última apelación al sentido común (es decir, político) de quienes politizan la
compasión:
¿Qué
medida ha influido más en el desprestigio del régimen cubano y en el
agradecimiento y la admiración de nuestra gente de a pie hacia Estados Unidos:
el embargo económico, o la Ley de Ajuste Cubano con todas sus demonizaciones?
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