Editorial
de EL NACIONAL de Caracas sobre la Crisis en Paraguay
EL UNIVERSAL
En las crisis que vienen produciéndose en seguidilla
en Suramérica, la de Paraguay es la que más aparatosamente expone la naturaleza
de los desafíos políticos que la Unasur, desde sus inicios, quiso evitar.
En la semana que termina, tras el enfrentamiento que
costó la vida a 17 ciudadanos paraguayos, se hizo evidente la pérdida de apoyo
de aliados políticos y sociales claves para el gobierno de Fernando Lugo. De
allí que con abrumadora mayoría fuera aprobado su enjuiciamiento político, por
77 de 80 diputados, y su destitución de la Presidencia, por 39 de 45 senadores.
La lista de acusaciones por mal desempeño de funciones
incluyó, aparte del cruento procedimiento de desalojo de invasores, la
realización de un mitin político en un cuartel militar, la instigación a la
invasión de tierras, la incapacidad para frenar la ola de inseguridad en el
país y los presuntos vínculos de su gobierno con el Ejército del Pueblo
Paraguayo, contra el que habría pruebas de secuestros y muertes de policías.
Además, se le reprochó su falta de transparencia al suscribir el protocolo
democrático de la Unasur ─ nunca remitido al Congreso ─ que, según argumentó el
diputado acusador, en lugar de proteger la democracia protege los gobiernos.
Ahora bien, al lado de la constitucionalidad de un
juicio político y la legitimidad que pudiera tener la lista de acusaciones (que
por estos lados nos suenan tan familiares), queda la enorme sombra de un
procedimiento acelerado en el que todo indica que no se respetaron las
garantías mínimas del debido proceso.
Volvamos al tema de las opacidades deliberadas de la
Unasur que ─ después de la "asonada policial" en Ecuador, nunca
investigada en profundidad ─ produjo un compromiso con la democracia deliberadamente
impreciso, para desentenderse de lo puntualizado en la Carta Democrática
Interamericana sobre las obligaciones del ejercicio gubernamental democrático.
Ha prevalecido el criterio de la no intervención, de
la variedad de las democracias en la región y, a fin de cuentas, de la
posibilidad de interpretar flexiblemente cada caso. Es decir, no hay que
comprometerse tanto.
El protocolo democrático de la Unasur se activa
"en caso de ruptura o amenaza de ruptura del orden democrático, de una
violación del orden constitucional o de cualquier situación que ponga en riesgo
el legítimo ejercicio del poder y la vigencia de los valores y principios
democráticos". Ese enunciado, en efecto, favorece a los presidentes ante
"cualquier situación" que ponga en riesgo su ejercicio del poder.
Pero tanto o más grave es que deja a la libre interpretación, los valores, los
principios y los procedimientos democráticos que deben ser respetados por los
gobiernos, en todas sus ramas, para preservar la democracia.
Ojalá que de la atención regional a la crisis
paraguaya surgieran compromisos institucionales más precisos y genuinamente
protectores de la democracia.
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