Rivera y su peligroso juego político
Fabiola Santiago. EL NUEVO HERALD
No
recuerdo su nombre ni la película que realizó, pero recuerdo las insensatas
palabras de un cineasta cubano de visita en Miami para exhibir su película en
el Teatro Tower de La Pequeña Habana.
Ponderando
su futuro, me dijo que si se quedaba en Estados Unidos — lo cual podía hacer
inmediatamente dada la Ley de Ajuste Cubano de 1966 que otorga ese privilegio a
los cubanos — se mudaba a Nueva York.
Nada
había de inusual en su deseo. Muchos cubanos antes que él han optado por
realizar sus sueños en otra parte, pero el joven se sintió obligado a añadir
con un asomo de desdén en su voz: “Miami es un cementerio de artistas cubanos”.
En
aquel momento hubiera querido utilizar la jerga de sus contemporáneos para
responderle: “Ubícate, compadre”, una frase que utilizan los cubanos en la isla
para que alguien se baje de la nube en que aparentemente vive y enfrente la
realidad.
Es
una buena adición al léxico miamense, traída por las últimas generaciones que
escaparon de Cuba en las dos últimas décadas. Es el lenguaje del sobreviviente,
en el que los verbos son crudos y al grano: resolver, desmayar (que en su nueva
improvisada acepción se utiliza para decirle a alguien que es hora de abandonar
un tema problemático).
Todo
esto viene al caso para ilustrar la división cultural y política entre las
generaciones de exiliados cubanos que ha llevado al congresista republicano de
Miami David Rivera a dar un paso inconcebible: patrocinar un proyecto de ley
dirigido a reducir los beneficios de la Ley de Ajuste Cubano.
La
ley de ajuste se firmó para asegurar un estatus legal a los cubanos que huían
del régimen de Castro después de vivir aquí un año. El proyecto de ley de
Rivera obligaría a los cubanos a no visitar la isla durante los primeros cinco
años de estar aquí, so pena de perder la residencia.
El
cambio no suena tan siniestro, pero en un momento en que los sentimientos
antiinmigrantes en este país están en su punto más alto, Rivera está
incurriendo en un peligroso juego político.
La
ley de ajuste pudiera terminar reformándose en su totalidad o resultar
simplemente revocada, lo cual dejaría a las víctimas de la dictadura sin
protección alguna.
Los
llegados recientemente no quieren sufrir la separación familiar a la que se
enfrentaron quienes llegaron primero, así que viajan a Cuba a visitar a sus
familiares lo más pronto que pueden y aprovechan para llevarles todos los
productos y suministros que pueden transportar legalmente. Aunque beneficie o
no al régimen, su única motivación es ayudar a la familia, y eso no es un
delito.
Ciertamente
no es razón suficiente para reformar la única protección que los cubanos
obtuvieron para atenuar parte del daño causado por la intervención (o la falta
de intervención) de Estados Unidos. Tampoco lo es la falta de sofisticación
política de los recién llegados.
Aquella
tarde con el cineasta cubano me sentí anonadada de que alguien cuyo arte se
suponía que educara pudiera ser tan frívolo. Pero también entiendo a los
desubicados.
Me
ha tocado reportar y escribir sobre cada éxodo cubano desde Mariel y durante
tres décadas he escuchado a la gente pugnar con ideas viejas y nuevas
realidades, he sido testigo del diálogo interno para decidir si quedarse en
Cuba y combatir el sistema desde dentro o escapar y salvar a la familia.
También he visto posiciones maduras, formadas por la realidad de la vida y por
una sociedad abierta, siempre y cuando personas como Rivera no los hagan sentir
como parias, tratando de aplicarles normas que los obliguen a la
clandestinidad.
Mi
consejo al congresista: Ubícate, compadre.
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