Saturday, June 23, 2012


Destitución de Lugo. Editorial de ABC COLOR

Otra etapa con nuevas esperanzas
El presidente Federico Franco con el nuncio apostólico Eliseo Ariotti,  al fondo el retrato de Francia el "Protector Supremo" y "Karai Guasu" del Paraguay

La situación de expectativa generada por la decisión de los legisladores de someter al presidente Fernando Lugo a juicio político fue finalmente resuelta de un modo ordenado, pacífico y respetuoso de la legalidad, la institucionalidad y los esenciales criterios de equidad que deben presidir procesos tan delicados como el que acaba de ser llevado a buen término.

La destitución de Fernando Lugo de la Presidencia de la República y el reconocimiento y admisión de esta decisión que el mismo afectado realizó, con actitud razonable y prudente, es un hecho que abre la puerta para reencauzar nuestro rumbo político hacia nuevos horizontes, con optimismo y fundadas esperanzas de mejor porvenir.

En cuanto a la ciudadanía, cabe dedicarle los más entusiastas elogios, porque, con su conducta ordenada y obediente de las reglas fundamentales de convivencia social, hizo posible que este difícil trance que durante algunos días sumió al país en la incertidumbre haya tenido un desenlace sin traumatismos susceptibles de agravar los males citados.

La ciudadanía paraguaya acaba de demostrar, a sí misma y a los que nos observan desde el exterior, que está cívicamente madura y es capaz de encarar las crisis políticas con serenidad y actitud constructiva. Ningún hecho violento se registró en el país, ningún enfrentamiento lesivo ni otros sucesos desdorosos ensombrecieron el paisaje democrático en estos días, de tal suerte que los extranjeros que, observándonos y juzgándonos, estaban quizás alentando en lo profundo de su pensamiento la oscura intención de desacreditar el proceso de destitución del presidente Lugo y hasta encontrar algún pretexto para intentar intervenciones en nuestros asuntos internos, han quedado, felizmente y gracias a la conducta ejemplar de la ciudadanía, desprovistos de todo argumento para ejecutar tales designios.

El nuevo mandatario que toma las riendas del Poder Ejecutivo, Federico Franco, tiene ante sí una tarea ímproba por delante. Nada le será fácil, porque todo lo que queda por hacer o corregir es urgente. Le resta un año escaso para demostrar que es capaz de recuperar lo más posible del tiempo perdido en los asuntos más acuciantes que nos aquejan como sociedad, y de dejar lo demás bien arreglado para que su sucesor político encuentre una senda más llana.

Le aguardan titánicas tareas, como las de recuperar la sensación de seguridad pública tan gravemente lesionada por los recientes sucesos de Curuguaty; la de pacificar los ánimos en los sectores rurales desahuciados; la de reordenar la institucionalidad y eficiencia del Estado reponiendo en sus cargos a los funcionarios desplazados injustamente; de nombrar colaboradores inteligentes, idóneos y dignos de respeto y confianza, cualquiera sea su partido o ideología política, y de conservar a los que ya están en funciones y reúnen dichas condiciones.

Si en el corto tiempo de gestión que tendrá el presidente Franco logra éxitos en ciertos puntos críticos de nuestra realidad social y política actual, será suficiente para que con todo derecho se ufane, en el futuro, de haber cumplido su misión con responsabilidad y patriotismo.

Finalmente, las generaciones actuales, tanto como la historia, serán los jueces de fallo inapelable de la actuación de Federico Franco como primer magistrado, responsabilidad que él deberá tener muy presente, y que lo tiene, a juzgar por lo expresado en su discurso de asunción al mando.

Pero después de esta tensa experiencia vivida en las jornadas de ayer y anteayer, todo presidente de la República o de los otros Poderes del Estado e, incluso, jefes superiores de la administración pública y políticos en general, tienen que ser muy conscientes de que frente a ellos ya no hay más un pueblo tonto y fácilmente engañable, sino una ciudadanía poseedora de opinión, carácter y de voluntad, herramientas que, eventualmente, las podrá utilizar para votarlos, enjuiciarlos o destituirlos. Esta es la mejor lección histórica que puede sacarse de los recientes sucesos.

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