Destitución
de Lugo. Editorial de ABC COLOR
Otra
etapa con nuevas esperanzas
El presidente Federico Franco con el nuncio
apostólico Eliseo Ariotti, al fondo el
retrato de Francia el "Protector Supremo" y "Karai Guasu"
del Paraguay
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La situación de expectativa generada por la decisión de los
legisladores de someter al presidente Fernando Lugo a juicio político fue
finalmente resuelta de un modo ordenado, pacífico y respetuoso de la legalidad,
la institucionalidad y los esenciales criterios de equidad que deben presidir
procesos tan delicados como el que acaba de ser llevado a buen término.
La destitución de Fernando Lugo de la Presidencia de la
República y el reconocimiento y admisión de esta decisión que el mismo afectado
realizó, con actitud razonable y prudente, es un hecho que abre la puerta para
reencauzar nuestro rumbo político hacia nuevos horizontes, con optimismo y
fundadas esperanzas de mejor porvenir.
En cuanto a la ciudadanía, cabe dedicarle los más
entusiastas elogios, porque, con su conducta ordenada y obediente de las reglas
fundamentales de convivencia social, hizo posible que este difícil trance que
durante algunos días sumió al país en la incertidumbre haya tenido un desenlace
sin traumatismos susceptibles de agravar los males citados.
La ciudadanía paraguaya acaba de demostrar, a sí misma y a
los que nos observan desde el exterior, que está cívicamente madura y es capaz
de encarar las crisis políticas con serenidad y actitud constructiva. Ningún
hecho violento se registró en el país, ningún enfrentamiento lesivo ni otros
sucesos desdorosos ensombrecieron el paisaje democrático en estos días, de tal
suerte que los extranjeros que, observándonos y juzgándonos, estaban quizás
alentando en lo profundo de su pensamiento la oscura intención de desacreditar
el proceso de destitución del presidente Lugo y hasta encontrar algún pretexto
para intentar intervenciones en nuestros asuntos internos, han quedado,
felizmente y gracias a la conducta ejemplar de la ciudadanía, desprovistos de
todo argumento para ejecutar tales designios.
El nuevo mandatario que toma las riendas del Poder Ejecutivo,
Federico Franco, tiene ante sí una tarea ímproba por delante. Nada le será
fácil, porque todo lo que queda por hacer o corregir es urgente. Le resta un
año escaso para demostrar que es capaz de recuperar lo más posible del tiempo
perdido en los asuntos más acuciantes que nos aquejan como sociedad, y de dejar
lo demás bien arreglado para que su sucesor político encuentre una senda más
llana.
Le aguardan titánicas tareas, como las de recuperar la
sensación de seguridad pública tan gravemente lesionada por los recientes
sucesos de Curuguaty; la de pacificar los ánimos en los sectores rurales
desahuciados; la de reordenar la institucionalidad y eficiencia del Estado
reponiendo en sus cargos a los funcionarios desplazados injustamente; de
nombrar colaboradores inteligentes, idóneos y dignos de respeto y confianza,
cualquiera sea su partido o ideología política, y de conservar a los que ya
están en funciones y reúnen dichas condiciones.
Si en el corto tiempo de gestión que tendrá el presidente
Franco logra éxitos en ciertos puntos críticos de nuestra realidad social y
política actual, será suficiente para que con todo derecho se ufane, en el
futuro, de haber cumplido su misión con responsabilidad y patriotismo.
Finalmente, las generaciones actuales, tanto como la
historia, serán los jueces de fallo inapelable de la actuación de Federico
Franco como primer magistrado, responsabilidad que él deberá tener muy
presente, y que lo tiene, a juzgar por lo expresado en su discurso de asunción
al mando.
Pero después de esta tensa experiencia vivida en las
jornadas de ayer y anteayer, todo presidente de la República o de los otros
Poderes del Estado e, incluso, jefes superiores de la administración pública y
políticos en general, tienen que ser muy conscientes de que frente a ellos ya
no hay más un pueblo tonto y fácilmente engañable, sino una ciudadanía
poseedora de opinión, carácter y de voluntad, herramientas que, eventualmente,
las podrá utilizar para votarlos, enjuiciarlos o destituirlos. Esta es la mejor
lección histórica que puede sacarse de los recientes sucesos.
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