Tuesday, June 5, 2012


Raúl vs. Fidel

Mario J. Viera

Era el favorito de su poderoso hermano, pero no dejaba de ser un triste segundón, el acólito que yacía bajo la sombra protectora de aquel que veía como a un imbatible coloso. No había nacido para conductor de hombres y no contaba con esa magia seductora que se conoce como carisma. En cambio no le faltaban habilidades y más que un soñador de imposibles era un pragmático limitado; un eficiente burócrata. Nunca se imaginó que podría alzarse sobre el pedestal del Poder; pero el destino es inescrutable y a veces se produce lo inesperado…

Los dioses son impredecibles y Atenea en contra de Ares entregó la égida a su escogido. Astucia y poder militar adornan al favorecido del Olimpo aunque carente de la energía de los caudillos. Poseidón se enfrenta a Zeus tronante, pero lo hace desde la sombra del obediente servidor, moviendo delfines, sirenas e hipocampos.

Raúl es débil aunque aparenta energía y, más que nada, es taimado y avieso. Carece del don de la palabra que adorna a Fidel y del poder de este para imponer sin reclamos su voluntad. Raúl se mueve por entre escabrosos y retorcidos senderos; Fidel se construye senderos directos con la astucia de un Vito Corleone. El amor compartido por el poder les iguala. No los adornan los brillos del estadista pero en Raúl es más opacado.

Mas el heredero tiene sus propios intereses, reprimidos por más de cuatro décadas ante el vigor, la fuerza y la violencia de su hermano. Explora, medita cada paso: Fidel aún tiene poder, tiene su maquinaria de respuesta todavía en marcha. Inclina la frente ante el caudillo convaleciente. “Le consultamos ─ así lo dijo ─ todas las cuestiones principales, por eso todos los dirigentes del Partido defendimos que se postulara nuevamente como diputado de la Asamblea Nacional, como primer paso (…)  las cuestiones más importantes se le consulta, él no interfiere en nada, pero está al tanto de todo, por suerte a mí no me llama mucho, llama a (Carlos) Lage, a Felipe (Pérez Roque) y a otros más…”, así lo diría en el 2007 y un año después, tras su proclamación como presidente redundaría en sus declaraciones de acatamiento: “Fidel es Fidel, todos lo sabemos bien, es insustituible y el pueblo continuará su obra cuando ya no esté físicamente; aunque siempre lo estarán sus ideas, que han hecho posible levantar el bastión de dignidad y justicia que nuestro país representa” y reclama de la Asamblea Nacional permiso para que “las decisiones trascendentales para el futuro del Estado, como la defensa, la política exterior y el desarrollo socioeconómico” se les consulten a Fidel, el Comandante en Jefe.

Raúl tiene su propia concepción de como dirigir el estado totalitario y aunque enmarcada en el limitado pragmatismo a que se puede acceder en un sistema cerrado, se contrapone significativamente a la concepción fidelista. El aplicará otros métodos aunque en los primeros momentos de su poder en equilibrio inestable tiene que ser cauteloso.

Aguarda su momento otro año más, él tiene paciencia, la paciencia del segundón, la misma que caracterizó a Fouché. Entonces da su más osado golpe, destituir a los altos funcionarios, los más fieles al dictador puesto en pijamas. Se aprovecha de la corrupción que reina entre los mandos del poder y de un plumazo destituye a Carlos Lage y Felipe Pérez Roque. Su golpe ha sido tan bien elaborado que le impone a Fidel acatar y apoyar la destitución. Ha logrado inclinar a Fidel. Es su primera victoria y la disfruta.

A partir de ese momento para él trascendental, Raúl comienza a desmantelar el sistema que Fidel levantara. No busca democratizar el país, busca consolidar su poder; pero todavía le quedan algunos escollos que superar, en primer lugar mejorar su imagen ante el mundo. Para lograrlo necesitará un interlocutor creíble. Se decidirá por echar mano a dos temas que Fidel despreciaba.

En 2003 Fidel impulsó la represión en contra de opositores, disidentes, activistas del Proyecto Varela y periodistas independientes, condenando a 75 a largas penas de prisión ante el asombro de la comunidad internacional y el rechazo de gran parte de ella, incluidos algunos intelectuales zurdos. Las Damas de Blanco ganaban el Premio Sajárov, Zapata Tamayo había muerto en huelga de hambre, Guillermo Fariñas iniciaba un prolongado ayuno reclamando la liberación de los presos de la Primavera Negra. Tal vez con la anuencia forzada de Fidel, Raúl propuso un diálogo con la jerarquía católica de La Habana.

La Iglesia católica desde la visita del Papa Juan Pablo II intentaba infructuosamente obtener un espacio dentro de la sociedad civil. Raúl se percató de la disposición del Cardenal Jaime Ortega al protagonismo y llamó al empurpurado para limpiarse el rostro de la mácula de intolerancia que había caracterizado al régimen de Fidel Castro. Un acto político que le generaría solo beneficios. Se presentaría a sí mismo como un gobernante dispuesto al diálogo, capaz de conceder la excarcelación de los presos políticos, y al mismo tiempo quitarse de encima a un numeroso grupo de adversarios mediante el recurso de la expatriación, del destierro; para ello contaba con el apoyo del Ministro español de Relaciones Exteriores del Gobierno del PSOE. El cardenal actuaría de facto como su vocero oficial y la Iglesia católica no obtendría concesiones significativas dentro de la sociedad civil.

El otro tema que abrazaría es el escabroso de los derechos de los homosexuales, tema antes tabú dentro de un régimen machista como el que impulsaba Fidel. Su caballo de batalla sería su primogénita, Mariela Castro Espín, una sexóloga mediocre que impulsaría el lavatorio de cara del régimen paterno por medio de un organismo cuasi autónomo, el CENESEX (Centro Nacional de Educación Sexual).

Ya en el Sexto Congreso del Partido Comunista planteaba una velada crítica a los métodos fidelista de imponer sus opiniones, criticando lo que denominó falsa unanimidad y exigiendo, claro que “en el lugar adecuado, en el momento oportuno y de forma correcta, o sea, en las reuniones”, que era legítimo discrepar, “discrepar incluso de lo que digan los jefes, cuando consideramos que nos asiste la razón”. Por supuesto que el derecho de discrepancia que Raúl proclama no tiene carácter universal, es el derecho solo de los burócratas del partido y del gobierno a expresar sus opiniones dentro de los marcos del secretismo y la disciplina partidista algo que, en realidad, es una forma encubierta de la unanimidad de opiniones en cuanto al acatamiento de las opiniones de los jerarcas.

Quizá Fidel hiciera una mueca de disgusto cuando analizó el sentido de la frase de Raúl cuando dijera en la Primera Conferencia del Partido Comunista que “lo único que puede conducir a la derrota de la Revolución y el Socialismo en Cuba, sería nuestra incapacidad para erradicar los errores cometidos en los más de 50 años transcurridos desde el primero de enero de 1959 y los nuevos en que pudiéramos incurrir en el futuro”.

Desafiando a Fidel, Raúl autorizó la compraventa de casas y autos, esto último había marcado la caída en desgracia de Diocles Torralba cuando discrepara públicamente en una sesión de la Asamblea Nacional con Fidel sobre la venta de autos a los funcionarios que los tenían asignados.

Raúl se presenta como el gran reformador, aunque no es el Martín Lutero del comunismo protestando en contra de los dogmas establecidos. Raúl fundamenta sus reformas en todo aquello que, a su juicio, mina el poder absolutista del régimen comunista y si tiene que desmontar el sistema elaborado por Fidel lo hará indefectiblemente, solo que, mientras viva el hermano mayor, lo hará sin prisa, cautelosamente. Su objetivo es permitir que el castrismo sobreviva y se continúe dentro de la dinastía Castro-Espín. El no será el factor necesario hacia la transición democrática: “Renunciar al principio de un solo partido ─ señala rotundamente ─ equivaldría, sencillamente, a legalizar al partido o los partidos del imperialismo en suelo patrio y sacrificar el arma estratégica de la unidad de los cubanos”. No hay un proceso de verdaderas reformas impulsadas por Raúl, no se dirigen a cambios políticos”; cree firmemente que “Patria, Revolución y Socialismo, están fusionados indisolublemente”.

Sus reformas van dirigidas hacia la integración de un Estado Corporativo al estilo de Mussolini, hacia el fortalecimiento del totalitarismo. No abandona completamente el modelo estalinista que implantara Fidel; no recurrirá en lo posible al encarcelamiento de los opositores condenados a largas penas de prisión, pero intentará aplastar a golpes a los inconformes y desarrollará métodos represivos semejantes a los empleados por los regímenes militares que prevalecieron en la América Latina.

Raúl no remozará los mandos de su gobierno, no le abrirá las puertas a los jóvenes; él se siente seguro rodeado por los desgastados representantes de la “generación histórica” de la Sierra Maestra y principalmente por aquellos que provienen del Segundo Frente Oriental que estaba bajo su comandancia, todos muy comprometidos con el sistema y con suficientes años a cuestas como para decidirse a disputarle el poder. Siempre los mantendrá a raya impulsando la cruzada contra la corrupción que tan bien le sirviera antes a Fidel. Sin embargo no desconoce que existen intrigas palaciegas y se prepara para enfrentarlas. Cualquiera entre sus corifeos puede ser un posible peligro para su hegemonía, cualquier fallo puede costarle caro; quizá un descuido tras el fallecimiento de Fidel puede propiciar un golpe palaciego. Es por ello que se apoya en su hijo menor, colocado al frente de la lucha contra la corrupción y en su nieto como jefe de su guardia pretoriana.

Aunque pretende dar la idea de una ejecutoria que puede contradecir lo levantado por Fidel, Raúl no es ajeno al valor de los símbolos por ello mantiene el símbolo castrista, por eso hace referencias a discursos del hermano mayor; quiere que el símbolo sea un detente contra la infidelidad. Fidel es el símbolo útil de Raúl; es la esfinge vigilante en el panteón revolucionario. Tampoco desconoce el narcisismo político de Fidel y lo utiliza sagazmente. Al mismo tiempo que con fotos y vídeos muestra que todavía Fidel está vivo y vigilante también le es útil para resaltar su propia persona al mostrar como se desvanece la figura vibrante del caudillo y permitiendo que todos vean la patética condición a la que ha quedado reducido un Fidel anciano, achacoso, vacilante, que va, lenta y fatalmente desdibujándose. Raúl se crece con el deterioro público del patriarca.

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