Raúl vs. Fidel
Mario J. Viera
Era
el favorito de su poderoso hermano, pero no dejaba de ser un triste segundón,
el acólito que yacía bajo la sombra protectora de aquel que veía como a un
imbatible coloso. No había nacido para conductor de hombres y no contaba con
esa magia seductora que se conoce como carisma. En cambio no le faltaban
habilidades y más que un soñador de imposibles era un pragmático limitado; un
eficiente burócrata. Nunca se imaginó que podría alzarse sobre el pedestal del
Poder; pero el destino es inescrutable y a veces se produce lo inesperado…
Los
dioses son impredecibles y Atenea en contra de Ares entregó la égida a su
escogido. Astucia y poder militar adornan al favorecido del Olimpo aunque
carente de la energía de los caudillos. Poseidón se enfrenta a Zeus tronante,
pero lo hace desde la sombra del obediente servidor, moviendo delfines, sirenas
e hipocampos.
Raúl
es débil aunque aparenta energía y, más que nada, es taimado y avieso. Carece
del don de la palabra que adorna a Fidel y del poder de este para imponer sin
reclamos su voluntad. Raúl se mueve por entre escabrosos y retorcidos senderos;
Fidel se construye senderos directos con la astucia de un Vito Corleone. El
amor compartido por el poder les iguala. No los adornan los brillos del
estadista pero en Raúl es más opacado.
Mas
el heredero tiene sus propios intereses, reprimidos por más de cuatro décadas
ante el vigor, la fuerza y la violencia de su hermano. Explora, medita cada
paso: Fidel aún tiene poder, tiene su maquinaria de respuesta todavía en
marcha. Inclina la frente ante el caudillo convaleciente. “Le consultamos ─ así lo dijo ─
todas las cuestiones principales, por eso todos los dirigentes del Partido
defendimos que se postulara nuevamente como diputado de la Asamblea Nacional,
como primer paso (…) las cuestiones más importantes se le consulta,
él no interfiere en nada, pero está al tanto de todo, por suerte a mí no me
llama mucho, llama a (Carlos) Lage, a
Felipe (Pérez Roque) y a otros más…”,
así lo diría en el 2007 y un año después, tras su proclamación como presidente
redundaría en sus declaraciones de acatamiento: “Fidel es Fidel, todos lo sabemos bien, es insustituible y el pueblo
continuará su obra cuando ya no esté físicamente; aunque siempre lo estarán sus
ideas, que han hecho posible levantar el bastión de dignidad y justicia que nuestro
país representa” y reclama de la Asamblea Nacional permiso para que “las decisiones trascendentales para el
futuro del Estado, como la defensa, la política exterior y el desarrollo
socioeconómico” se les consulten a Fidel, el Comandante en Jefe.
Raúl
tiene su propia concepción de como dirigir el estado totalitario y aunque
enmarcada en el limitado pragmatismo a que se puede acceder en un sistema
cerrado, se contrapone significativamente a la concepción fidelista. El
aplicará otros métodos aunque en los primeros momentos de su poder en
equilibrio inestable tiene que ser cauteloso.
Aguarda
su momento otro año más, él tiene paciencia, la paciencia del segundón, la
misma que caracterizó a Fouché. Entonces da su más osado golpe, destituir a los
altos funcionarios, los más fieles al dictador puesto en pijamas. Se aprovecha
de la corrupción que reina entre los mandos del poder y de un plumazo destituye
a Carlos Lage y Felipe Pérez Roque. Su golpe ha sido tan bien elaborado que le
impone a Fidel acatar y apoyar la destitución. Ha logrado inclinar a Fidel. Es
su primera victoria y la disfruta.
A
partir de ese momento para él trascendental, Raúl comienza a desmantelar el
sistema que Fidel levantara. No busca democratizar el país, busca consolidar su
poder; pero todavía le quedan algunos escollos que superar, en primer lugar
mejorar su imagen ante el mundo. Para lograrlo necesitará un interlocutor creíble.
Se decidirá por echar mano a dos temas que Fidel despreciaba.
En
2003 Fidel impulsó la represión en contra de opositores, disidentes, activistas
del Proyecto Varela y periodistas independientes, condenando a 75 a largas
penas de prisión ante el asombro de la comunidad internacional y el rechazo de
gran parte de ella, incluidos algunos intelectuales zurdos. Las Damas de Blanco
ganaban el Premio Sajárov, Zapata Tamayo había muerto en huelga de hambre,
Guillermo Fariñas iniciaba un prolongado ayuno reclamando la liberación de los
presos de la Primavera Negra. Tal vez con la anuencia forzada de Fidel, Raúl
propuso un diálogo con la jerarquía católica de La Habana.
La
Iglesia católica desde la visita del Papa Juan Pablo II intentaba
infructuosamente obtener un espacio dentro de la sociedad civil. Raúl se
percató de la disposición del Cardenal Jaime Ortega al protagonismo y llamó al
empurpurado para limpiarse el rostro de la mácula de intolerancia que había
caracterizado al régimen de Fidel Castro. Un acto político que le generaría
solo beneficios. Se presentaría a sí mismo como un gobernante dispuesto al
diálogo, capaz de conceder la excarcelación de los presos políticos, y al mismo
tiempo quitarse de encima a un numeroso grupo de adversarios mediante el
recurso de la expatriación, del destierro; para ello contaba con el apoyo del
Ministro español de Relaciones Exteriores del Gobierno del PSOE. El cardenal
actuaría de facto como su vocero oficial y la Iglesia católica no obtendría
concesiones significativas dentro de la sociedad civil.
El
otro tema que abrazaría es el escabroso de los derechos de los homosexuales,
tema antes tabú dentro de un régimen machista como el que impulsaba Fidel. Su
caballo de batalla sería su primogénita, Mariela Castro Espín, una sexóloga
mediocre que impulsaría el lavatorio de cara del régimen paterno por medio de
un organismo cuasi autónomo, el CENESEX (Centro Nacional de Educación Sexual).
Ya
en el Sexto Congreso del Partido Comunista planteaba una velada crítica a los
métodos fidelista de imponer sus opiniones, criticando lo que denominó falsa
unanimidad y exigiendo, claro que “en el
lugar adecuado, en el momento oportuno y de forma correcta, o sea, en las
reuniones”, que era legítimo discrepar, “discrepar incluso de lo que digan los jefes, cuando consideramos que
nos asiste la razón”. Por supuesto que el derecho de discrepancia que Raúl
proclama no tiene carácter universal, es el derecho solo de los burócratas del
partido y del gobierno a expresar sus opiniones dentro de los marcos del
secretismo y la disciplina partidista algo que, en realidad, es una forma
encubierta de la unanimidad de opiniones en cuanto al acatamiento de las
opiniones de los jerarcas.
Quizá
Fidel hiciera una mueca de disgusto cuando analizó el sentido de la frase de
Raúl cuando dijera en la Primera Conferencia del Partido Comunista que “lo único que puede conducir a la derrota de
la Revolución y el Socialismo en Cuba, sería nuestra incapacidad para erradicar
los errores cometidos en los más de 50 años transcurridos desde el primero de
enero de 1959 y los nuevos en que pudiéramos incurrir en el futuro”.
Desafiando
a Fidel, Raúl autorizó la compraventa de casas y autos, esto último había
marcado la caída en desgracia de Diocles Torralba cuando discrepara
públicamente en una sesión de la Asamblea Nacional con Fidel sobre la venta de
autos a los funcionarios que los tenían asignados.
Raúl
se presenta como el gran reformador, aunque no es el Martín Lutero del
comunismo protestando en contra de los dogmas establecidos. Raúl fundamenta sus
reformas en todo aquello que, a su juicio, mina el poder absolutista del
régimen comunista y si tiene que desmontar el sistema elaborado por Fidel lo
hará indefectiblemente, solo que, mientras viva el hermano mayor, lo hará sin
prisa, cautelosamente. Su objetivo es permitir que el castrismo sobreviva y se
continúe dentro de la dinastía Castro-Espín. El no será el factor necesario
hacia la transición democrática: “Renunciar
al principio de un solo partido ─ señala rotundamente ─ equivaldría, sencillamente, a legalizar al
partido o los partidos del imperialismo en suelo patrio y sacrificar el arma
estratégica de la unidad de los cubanos”. No hay un proceso de verdaderas
reformas impulsadas por Raúl, no se dirigen a cambios políticos”; cree
firmemente que “Patria, Revolución y
Socialismo, están fusionados indisolublemente”.
Sus
reformas van dirigidas hacia la integración de un Estado Corporativo al estilo
de Mussolini, hacia el fortalecimiento del totalitarismo. No abandona
completamente el modelo estalinista que implantara Fidel; no recurrirá en lo
posible al encarcelamiento de los opositores condenados a largas penas de
prisión, pero intentará aplastar a golpes a los inconformes y desarrollará métodos
represivos semejantes a los empleados por los regímenes militares que
prevalecieron en la América Latina.
Raúl
no remozará los mandos de su gobierno, no le abrirá las puertas a los jóvenes;
él se siente seguro rodeado por los desgastados representantes de la
“generación histórica” de la Sierra Maestra y principalmente por aquellos que
provienen del Segundo Frente Oriental que estaba bajo su comandancia, todos muy
comprometidos con el sistema y con suficientes años a cuestas como para
decidirse a disputarle el poder. Siempre los mantendrá a raya impulsando la
cruzada contra la corrupción que tan bien le sirviera antes a Fidel. Sin
embargo no desconoce que existen intrigas palaciegas y se prepara para
enfrentarlas. Cualquiera entre sus corifeos puede ser un posible peligro para
su hegemonía, cualquier fallo puede costarle caro; quizá un descuido tras el
fallecimiento de Fidel puede propiciar un golpe palaciego. Es por ello que se
apoya en su hijo menor, colocado al frente de la lucha contra la corrupción y
en su nieto como jefe de su guardia pretoriana.
Aunque
pretende dar la idea de una ejecutoria que puede contradecir lo levantado por
Fidel, Raúl no es ajeno al valor de los símbolos por ello mantiene el símbolo
castrista, por eso hace referencias a discursos del hermano mayor; quiere que
el símbolo sea un detente contra la infidelidad. Fidel es el símbolo útil de
Raúl; es la esfinge vigilante en el panteón revolucionario. Tampoco desconoce
el narcisismo político de Fidel y lo utiliza sagazmente. Al mismo tiempo que
con fotos y vídeos muestra que todavía Fidel está vivo y vigilante también le
es útil para resaltar su propia persona al mostrar como se desvanece la figura
vibrante del caudillo y permitiendo que todos vean la patética condición a la
que ha quedado reducido un Fidel anciano, achacoso, vacilante, que va, lenta y
fatalmente desdibujándose. Raúl se crece con el deterioro público del
patriarca.
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