Saturday, June 16, 2012


El poder y la muerte

Alfonso Oramas Gross. EL UNIVERSO

El pasado lunes, Hugo Chávez inscribió formalmente su candidatura a las elecciones presidenciales que se celebrarán en Venezuela el próximo mes de octubre; mientras lo hacía, varios de sus seguidores continuaban colocando en las azoteas de edificios y casas, muñecos inflables de cinco metros de altura que representan al gobernante venezolano con su camisa roja y el puño en alto. Se dice que uno de esos muñecos terminó desinflándose rápidamente, ante lo cual la gente imaginó un mal presagio.

Ojalá no sea así, pero la pregunta es válida: ¿la reelección que busca Hugo Chávez es políticamente ética a pesar de los pronósticos reservados sobre su salud, o lo honesto hubiera sido que se abstenga de participar en la contienda electoral precisamente por su delicado estado de salud?, a lo que se debe sumar un planteamiento adicional: ¿tiene un país derecho a conocer la real condición de salud de su gobernante o tiene ese mandatario la opción de guardar ese dato como un secreto de Estado alegando su derecho a la privacidad? En ese punto, hay que señalar que lo que se conoce de la enfermedad de Chávez, Rabdomiosarcoma (RMS) metastásico agresivo, es básicamente por la información proporcionada por terceros independientes que no ha hecho sino ratificar lo que el presidente Chávez ha tratado de desmentir, es decir, que quizás no le quede un tiempo prolongado de vida.

Debe advertirse algo: los venezolanos saben obviamente de la enfermedad de Chávez, pero no tienen una idea cierta de la gravedad de su dolencia ni de la expectativa de vida del gobernante. La enfermedad como tal puede generar empatía y compasión con los electores, sin embargo, no está claro si esos mismos votantes elegirían a un gobernante con el conocimiento de que su enfermedad es posiblemente terminal; en otras palabras, ¿votarían los venezolanos por Chávez sabiendo dicho detalle? Como la respuesta es ambigua, Chávez se ha encargado de mantener la realidad de su enfermedad en una radical reserva, más allá de que se comente que el relevo se encuentra listo si hay un empeoramiento dramático de su salud.

Vuelvo al dilema ético de la discusión respecto de que si un gobernante que adolece una enfermedad terminal está en el derecho, no solo de seguir ejerciendo su cargo, sino también de buscar la reelección y, honestamente, no encuentro una respuesta contundente, pues así como se pudiese argumentar el engaño y el irrespeto hacia sus electores, otros podrán argumentar que resulta irreprochable el deseo de un mandatario de mantenerse en el poder hasta su último respiro, como máxima demostración de amor a su pueblo. Otra cosa es que el gobernante, aún con su enfermedad, siga pensando que es inmortal. El poder, en ocasiones, hace olvidar qué tan cerca ronda la muerte.

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