El poder y la muerte
Alfonso
Oramas Gross. EL UNIVERSO
El
pasado lunes, Hugo Chávez inscribió formalmente su candidatura a las elecciones
presidenciales que se celebrarán en Venezuela el próximo mes de octubre;
mientras lo hacía, varios de sus seguidores continuaban colocando en las
azoteas de edificios y casas, muñecos inflables de cinco metros de altura que
representan al gobernante venezolano con su camisa roja y el puño en alto. Se
dice que uno de esos muñecos terminó desinflándose rápidamente, ante lo cual la
gente imaginó un mal presagio.
Ojalá
no sea así, pero la pregunta es válida: ¿la reelección que busca Hugo Chávez es
políticamente ética a pesar de los pronósticos reservados sobre su salud, o lo
honesto hubiera sido que se abstenga de participar en la contienda electoral
precisamente por su delicado estado de salud?, a lo que se debe sumar un
planteamiento adicional: ¿tiene un país derecho a conocer la real condición de
salud de su gobernante o tiene ese mandatario la opción de guardar ese dato
como un secreto de Estado alegando su derecho a la privacidad? En ese punto,
hay que señalar que lo que se conoce de la enfermedad de Chávez,
Rabdomiosarcoma (RMS) metastásico agresivo, es básicamente por la información
proporcionada por terceros independientes que no ha hecho sino ratificar lo que
el presidente Chávez ha tratado de desmentir, es decir, que quizás no le quede
un tiempo prolongado de vida.
Debe
advertirse algo: los venezolanos saben obviamente de la enfermedad de Chávez,
pero no tienen una idea cierta de la gravedad de su dolencia ni de la
expectativa de vida del gobernante. La enfermedad como tal puede generar
empatía y compasión con los electores, sin embargo, no está claro si esos
mismos votantes elegirían a un gobernante con el conocimiento de que su
enfermedad es posiblemente terminal; en otras palabras, ¿votarían los
venezolanos por Chávez sabiendo dicho detalle? Como la respuesta es ambigua,
Chávez se ha encargado de mantener la realidad de su enfermedad en una radical
reserva, más allá de que se comente que el relevo se encuentra listo si hay un
empeoramiento dramático de su salud.
Vuelvo
al dilema ético de la discusión respecto de que si un gobernante que adolece
una enfermedad terminal está en el derecho, no solo de seguir ejerciendo su
cargo, sino también de buscar la reelección y, honestamente, no encuentro una
respuesta contundente, pues así como se pudiese argumentar el engaño y el
irrespeto hacia sus electores, otros podrán argumentar que resulta
irreprochable el deseo de un mandatario de mantenerse en el poder hasta su
último respiro, como máxima demostración de amor a su pueblo. Otra cosa es que
el gobernante, aún con su enfermedad, siga pensando que es inmortal. El poder,
en ocasiones, hace olvidar qué tan cerca ronda la muerte.
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