Los aforismos castristas
Mario J. Viera
Los aforismos son frases breves,
relampagueantes y chispeantes que encierran el modo de sus autores de ver un
aspecto de la vida. En su brevedad se expresa la genialidad. Un aforismo
preciso, fulminante, se queda en la mente colectiva como frase que de tanto uso
se torna en trillada.
Muchos aforismos son sencillos apotegmas
con un fuerte contenido moral, ético y sapiencial. José Martí con su fina
agudeza dejó para la posteridad brillantes ejemplos de apotegmas enmarcados
dentro de sus brillantes crónicas periodísticas. Quién no ha repetido aquel
apotegma suyo que decía: “La patria es
ara, no pedestal”; o este tan repetido y conocido de “ser culto es la única manera de ser libres”.
Acaso, ¿no es hermoso y elocuente el
aforismo martiano con el que se refirió a la América hispana? “Pueblo, y no pueblos, decimos de intento,
por no parecernos que no hay más que uno del Bravo a la Patagonia. Una ha de
ser, pues que lo es, América”
Una preciosa colección de aforismos se
recoge en la Biblia dentro de los libros sapienciales donde su autor o autores
recogen los frutos de sus experiencias para exponerlos con frases cortas como
consejos, como proverbios útiles para normar la vida. Y hermosos y profundos
son los aforismos del maestro cubano del sigo XIX José de la Luz y Caballero
que es raro el cubano que no recuerde o cite alguna que otra de esas hermosas
perlas de saber, como aquella sentencia suya de “la educación empieza en la cuna y acaba en la tumba”; o aquella de
que “instruir puede cualquiera, educar
sólo quien sea un evangelio vivo”.
José de la Luz Caballero |
Ahora el dictador jubilado de Cuba le
ha dado por pergeñar aforismos y, hasta la fecha, le ha regalado al mundo una
pequeña colección de seis micro-reflexiones que han suscitado interrogantes y
suspicacias en torno al estado de su salud mental. No lo creo independiente de
que en sus aforismos no hay el brillo de la genialidad y se cargan de
trivialidades, ellos no representan, por sí solos, señales de su decrepitud,
aunque no deje de serlo.
En Fidel Castro prima el narcisismo,
la creencia enfermiza de ser una especie de oráculo, el portador de la verdad
absoluta. No se resigna al anonimato y se considera a sí mismo más brillante
que José Martí y más sapiencial que José de la Luz Caballero; de aquí su afán de
hacer publicar sus idioteces literarias.
Promocionado por la Casa de Altos
Estudios Don Fernando Ortiz, se publicó en La Habana (2001) una edición de los
Aforismos del educador José de la Luz Caballero; quizá Castro tuvo la
oportunidad de leer esa compilación y decidió ser el nuevo Luz Caballero; sin
embargo no tuvo en cuenta, quizá no conozca, el aforismo de Ralph Waldo Emerson,
que muy bien le cuadraría: “Emplea el
lenguaje que quieras y nunca podrás expresar sino lo que eres”. Esto
simplemente es lo que expresan los mediocres aforismos castristas, lo que es
él, lo que queda de él, su petulancia. Es que como dijera Luz Caballero, “los aforismos no son para las inteligencias
vulgares”.
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