¿Por qué la disidencia no es un
referente para el cubano de a pie?
Iván García. MARTINOTICIAS
No son pocas las noches que debo escuchar unas cuantas quejas y
críticas subidas de tono hacia el régimen del General Raúl Castro. Las causas
de los disgustos son variadas. Desde lo difícil de llevar comida a la mesa por
los altos precios de los productos básicos y los bajos salarios, hasta la
absurda doble moneda, la ineficacia del aparato judicial, la burocracia letal y
la corrupción en todos los niveles de la vida.
Por menos que eso, les digo, en cualquier país del mundo la gente
se tira a la calle a protestar. En Cuba no. Las personas prefieren tomar de
tribuna la sala de su casa. Y puertas adentro y en voz baja, no se cansan de
lamentarse de su mala suerte.
Cuando usted les pregunta por qué no se sindicalizan de forma
independiente, en el caso de los trabajadores, o las amas de casa salen a la
calle con las cazuelas vacías, a hacer ruido por la carestía de la canasta
básica, todos ponen caras largas. Invariablemente la respuesta es: “Yo no soy
un héroe”. Y en el mejor de los casos: “Si otros lo hacen yo me sumaría”.
¿Por qué no se asocian a un grupo opositor?, vuelvo a indagar.
Para no confesar su temor, suelen decir que "no desean poner en riesgo a
su familia". O que no confían en la disidencia o que a ellos ningún
opositor se les ha acercado.
Ese es un punto interesante. Es raro que en un barrio de La Habana
-menciono la capital por ser donde vivo-, no resida un disidente. La mayoría de
los opositores sufren las mismas carencias que los ciudadanos comunes. Incluso
más. Pues por lo general son acosados por los servicios especiales.
Mi apreciación es que la oposición cubana no ha sabido aprovechar
el evidente descontento popular para sumar adeptos.
Viven enclaustrados en un mundillo por ellos mismos creados, salvo
contadas excepciones. Es el mundillo de las charlas, academias, videos y
encuentros. Sí, es cierto que sus artículos y documentos son redactados en la
isla, pero generalmente solamente los leen los agentes encargados de vigilarlos
o los periodistas y blogueros autorizados por el gobierno para replicarles. Un
círculo vicioso estéril.
Los cubanos de a pie ni siquiera se enteran de qué va el asunto.
Mientras, siguen disgustados por estar dos horas en una parada para abordar el
ómnibus. Se quejan de todo. La pésima elaboración del pan. Cómo los
contenedores de basura se desbordan. Las calles convertidas en ríos por los
innumerables salideros.
No creo que Manuel Lagarde o Enrique Ubieta, defensores a ultranza
del régimen, desconozcan que sus vecinos están irritados por la mala calidad de
la educación y la salud pública.
Ocho de cada diez personas con las cuales hablo, están
descontentos con los Castro. La oposición nunca ha sabido capitalizar ese
enojo.
Está más preocupada en que sus planes e intenciones se conozcan
fuera de las fronteras cubanas. Y apenas realizan trabajo comunitario local, a
no ser la Red de Comunicadores Comunitarios que preside Martha Beatriz Roque y
grupos apenas conocidos en provincias del interior.
Es cierto que la Seguridad del Estado, entre el acoso, los topos
infiltrados y su misión de dividir, les hace más fastidiosa y complicada su
labor.
Los medios del régimen no le dan espacio a la disidencia para que
puedan emitir sus puntos de vista. Y no lo harán. Por tanto, ese espacio hay
que ganárselo a pulso. La labor de un partido opositor es captar miembros.
Creo que no es muy difícil encontrar gente dispuesta a
escucharlos. Debiera la disidencia enfocarse más en los problemas de sus
vecinos del barrio. Que constituyen un aliado natural.
Cierto que alistar a cubanos escépticos con la política sí no es
tarea fácil. Los políticos no están de moda, ni en Cuba ni en otras naciones. Y
muchos indignados criollos ven también a la disidencia como una banda de
vividores y oportunistas.
Es el mensaje que el gobierno ha trasmitido durante años.
Desmontarlo no es simple. Y el comportamiento de determinados disidentes
tampoco ayuda.
No son pocos los que se enrolan en la oposición para, a la vuelta
de un tiempo, ganarse el status de refugiado político. Existe una disidencia golondrina.
Y algunos que resisten y combaten con sus ideas al régimen dentro
de la isla, se han transformado en narcisistas de libro. Para ellos, los
proyectos políticos son válidos solamente si ellos los han redactado. Los otros
proyectos no cuentan. O sí. Para descalificarlos.
Noto una tendencia preocupante entre algunos disidentes. Están
usando las mismas armas del régimen. Conmigo todo, fuera de mí, nada. Y las
calumnias entre ellos son muy frecuentes. Cuando alguien no les rinde pleitesía
o no comparte sus teorías, lo primero que sueltan es: “Fulano es agente de la
seguridad”.
Sin aportar pruebas. Es la manera más rápida de etiquetar a un
adversario de criterios. Por esa vía, nada sacarán en limpio. Es el régimen
quien gana puntos teniendo todo el tiempo a los disidentes fajándose entre sí.
La oposición cubana se asemeja a una pasarela de vanidades. Y
siento escribir de esa manera. Pero cada vez que acudo a un evento o charlo con
algunos opositores, me quedo con un mal sabor de boca.
Las descalificaciones entre unos y otros son patológicas. Si hasta
el momento no han sido un referente válido para la ciudadanía, en parte ha sido
por su propia culpa.
Si uno no se respeta, no puede exigir respeto. Esas miserias
humanas debieran echarse a un lado. Por encima de egos y protagonismos está el
futuro de Cuba.
No queda mucho tiempo para cambiar de táctica. Mientras, los
gobernantes de verde olivo hacen lo suyo. Y trazan su estrategia intentando colonizar a la
disidencia.
Mis vecinos quieren un cambio de gobierno y de sistema. No confían
en los hermanos Castro. Tampoco en la disidencia. La oposición ha hecho muy
poco para sumarlos a su causa.
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