Reducción
al absurdo
A
propósito de la decisión de Correa de prohibir a sus ministros hacer
declaraciones a medios privados
Pepe Laso R. HOY.com
La escolástica fue la gran corriente
filosófica de la Edad Media que hizo una recuperación del pensamiento
greco-latino. Las disputas escolásticas que muchas veces se reducían a juegos
lógicos, eran tan acendradas que Buñuel, en su película "La vía láctea"
las inmortalizó, representándolas como un duelo entre frailes con espadas de
verdad. Uno de esos métodos lógicos de argumentación era lo que llamaban los
escolásticos "la reducción al absurdo".
Una proposición, supuestamente
defendida, era estirada lógicamente, para demostrar que llevaba al absurdo, a
un callejón sin salida o a una contradicción tan grande que caía por su propio
peso y desmoronaba el edificio conceptual. Este método se usa en matemáticas y
en muchas ciencias exactas. Yo lo voy a usar ahora quizá con la certeza de ser
acusado, si alguien me lee, de vil sofista simplemente para mostrar que un
cierto argumento afirmado desde el poder soberano me deja un reguero de
desasosiegos de diverso orden y magnitud y de dudas porque me parece que
despojándolo de la pasión política remite a alguna otra cosa incierta que
pretende a lo mejor producir unos extraños miedos que domestiquen a los
mensajeros y mediadores.
El argumento del poder para prohibir
que los funcionarios públicos vayan a los medios de comunicación privados
porque estos al pertenecer a la órbita del mercado enriquecen a unas pocas
familias que dominan los medios de comunicación podría ser reducido al absurdo
como ejercicio lógico para mostrar una cierta simplicidad de la mirada sobre la
complejidad del mundo y de la hora que nos ha tocado vivir.
No se podría me he preguntado extender
acaso la prohibición a los funcionarios a que usen cualquier bien o servicio
privado que enriquezca a algún otro ser humano que habite en cualquier lugar de
este planeta. Por ejemplo, los funcionarios públicos deberían cultivar sus
propios alimentos con el sudor de su frente en algún terreno celestial donde
las semillas y los insumos no vengan de algún espacio nacional o multinacional
con fines de lucro y deberían alimentarse con una especie de maná caído del
cielo y tener unos rebaños de ovejas para que con la lana trasquilada
fabricaran sus vestidos, cuidando de no tener pastores que podrían enriquecerse
o viles diseñadores de modas que podrían medrar de la necesidad humana de
abrigarse.
El problema no es negar las
determinaciones del mercado sobre la vida social a través de múltiples
mediaciones sino preguntarse cómo el mundo de lo simbólico que circula por las
industrias culturales y lo medios engendra, gracias a la capacidad de lo
humano, sus propias tácticas creativas de resistencia a las múltiples formas de
poder. Porque si esto no fuera así la única posibilidad liberadora que
tendríamos los esclavos del sistema que gozamos del fútbol televisado y de las
telenovelas, sería preguntarnos, lo que el poder quiere escuchar: ¿y ahora
quién podrá defendernos?
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