La pesadilla de Romney
Sergio Muñoz Bata.
EL NUEVO HERALD
Mitt
Romney, el candidato del partido republicano a la presidencia de Estados
Unidos, tuvo una oportunidad de oro para explicarle a la comunidad Latina cómo
resolvería el futuro de los jóvenes llamados dreamers si llegara a ganar la
presidencia, y la desperdició lastimosamente.
En
vez de enfrentar con decisión, valor e inteligencia el reto que unos días antes
le lanzara el presidente Obama al ordenar al Departamento de Inmigración
suspender la deportación y posibilitarles un permiso temporal de trabajo a los
dreamers, Romney habló en la asamblea de NALEO, una organización que agrupa a
políticos latinos electos y nombrados a puestos oficiales, pero no fue capaz de
articular una política coherente sobre los jóvenes o sobre el tema migratorio
en general.
Habló
vaguedades y repitió el repertorio de lugares comunes sobre el tema pero no
dijo nada sustantivo. Dijo, por ejemplo, que él enfrentaría el problema de los
dreamers “de una manera civil y firme”. ¿Qué quiso decir con esto? ¿Qué
dispondrá deportaciones muy ordenaditas?
En
otra parte de su discurso, sugirió que a él le gustaría que quienes han hecho
su servicio militar o su posgrado en Estados Unidos permanecieran en el país
pero no explicó qué haría él, en concreto, para que estos dos tipos de
migrantes se quedaran acá. Tampoco dijo qué haría con los que tienen familia
acá, los que se graduaron de la universidad o de la secundaria, los que llevan
años trabajando en este país y nunca han tenido problemas con la autoridad.
A
la fecha, Romney sigue sugiriendo una o dos ideas sobre el tema pero su actitud
denota una alarmante falta de interés en resolver el complicado tema de forma
humana y viable. Es cierto que en esta ocasión el candidato republicano evitó
el discurso agresivo que le ha caracterizado durante toda su carrera política.
En 2008, por ejemplo, le dio duro al senador por Arizona, John McCain,
nombrándole “el campeón de la amnistía a los indocumentados”. Aparentemente,
Romney nunca no le perdonó a McCain que trabajara en mancuerna con el senador
demócrata Ted Kennedy, y que estos dos personajes antitéticos estuvieran a unos
cuantos votos (republicanos por cierto) de lograr una reforma migratoria
integral.
Durante
la primaria de 2012, Romney también habló duro y fuerte contra el gobernador de
Texas, Rick Perry, por haber permitido en unos cuantos casos que algunos
muchachos indocumentados pagaran las cuotas de su colegiatura en una
universidad estatal con la tarifa para residentes del estado y no con la que
pagan los que vienen del extranjero o residen en otro estado.
En
esta ocasión, por lo menos, Romney no repitió los elogios a la ley de Arizona
que por su dureza obligaría a los migrantes a buscar la “autodeportación” ni la
postuló como su modelo de ley migratoria. Quizá no lo hizo porque con NALEO
Romney no habló de sus políticas, dijo boberías. Por ejemplo, le contó a la
audiencia peripecias del regreso de México de su padre, cuando tenía apenas 5
años de edad, pero no especificó que el abuelo salió huyendo para evadir el
castigo por infringir las leyes norteamericanas en contra de la poligamia y
encontró refugio temporal en aquel país. Tampoco aclaró por qué sacaba a
relucir el tema. ¿Será que alguno de sus publicistas le aconsejó que cuando se
presente con gente de origen mexicano exhiba por un instante sus ‘casi raíces mexicanas’?
Hasta ahora, lo tradicional era que los políticos que quieren el voto hispano
llegaran a los barrios con mariachi y repartiendo tacos.
Lo
evidente, en todo caso, es que Romney no acaba de entender que cuando un
político demoniza a la comunidad indocumentada se hostiga a gran parte de la
comunidad latina.
Obama
no ha sido ni por mucho el presidente ideal para los latinos. Su celo
deportando a gente que vino a trabajar y nunca cometió un delito es
inexcusable. Pero la realidad es que no hay más de dónde escoger y la
alternativa que Romney ofrece pinta mucho peor, por ello no queda otra que
seguir con el que a último momento se acuerda de nuestros hijos, y no
arriesgarnos a elegir a alguien que seguramente sería peor.
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