Luis Cino Alvarez. CUBANET
Como tengo un problema personal con los dictadores, si hubiese nacido chileno seguramente hubiese estado involucrado en la lucha contra la dictadura de Pinochet. En esas circunstancias, con treinta y tantos años de menos, me hubiese gustado, toparme a alguien tan a mi gusto, como Camila Vallejo
Como en mis sueños casi todo se me da, puedo imaginarla montada en mi moto ─ antes que una japonesa, sería una clásica, americana, con el timón alto, como las de los Hells Angels californianos, que alguna ventaja habría que sacarle al capitalismo ─, bajo la fría llovizna austral, abrazada a mi cintura, rumbo a nuestro nidito secreto de amor guerrillero, en una barriada obrera. Allí, sobre un jergón proletario, con las por entonces prohibidas canciones de Silvio Rodríguez ─ grabadas de Radio Habana Cuba ─ como banda sonora, haríamos el amor ─ la guerra revolucionaria por otros medios ─, como si fuera la primera y la última vez, que es como se debe hacer si se ama de veras, se tiene veintitantos años y se tiene la vida en riesgo perenne.
Perdonen a este cincuentón, de regreso de todas las utopías, porque todavía sufre en carne propia el naufragio de una que le arruinó la vida a todo su pueblo, que se desahogue y les cuente un sueño tan romántico, pero propio de otra época. En esta, donde ya no estamos tan seguros de que la izquierda y la derecha, al menos en política, sigan donde solían estar, no dudamos que otro mundo mejor, más que posible, es urgente. Sólo que no sabemos a ciencia cierta cómo conseguirlo y dudamos rotundamente de los que dicen proponérselo del modo de Camila Vallejo.
El sueño con Camila, tan linda como es e inteligente que parecía, ciudadana con plenos derechos de un país donde hay democracia ─ por “muy absolutamente liberal que sea” ─ desde hace más de dos décadas y que vino a Cuba a patentizar su admiración por una dictadura de más de medio siglo, es un mal sueño con alguien que viene a mencionar la soga en casa del ahorcado.
A juzgar todas las sandeces que declaró Camila Vallejo durante su reciente peregrinaje a La Habana ─ que supongo para ella sea algo así como La Meca para los musulmanes ─ me temo que si con la misma edad hubiésemos coincidido en La Habana de los años 70 solo hubiésemos tenido en común, si acaso, las canciones de Silvio, que de prohibidas pasaron a ser obligatorias. Sospecho que Camila, en la escuela, más que esquivarme por raro, se hubiera contado entre los chivatones de la FEEM y la UJC que hacían la vida imposible a todos los que tenían problemas ideológicos tan graves como usar el pelo largo, escuchar música americana o tener creencias religiosas.
Precisamente por esos mismos motivos fue que me expulsaron de la universidad de La Habana, gratuita, es cierto, pero sólo para revolucionarios, que debe ser el tipo de universidad a la que aspira Camila Vallejo en Chile, de ser sinceras ─ y no mero y esperado teque de agradecimiento por el viajecito a La Habana con los gastos pagados ─ sus alabanzas al castrismo.
Confieso que al principio me simpatizó la lucha de los estudiantes de la Federación de Estudiantes Chilenos (FECH) por la educación gratuita. Y sobre todo, me simpatizaba Camila Vallejo, tan linda, tan inteligente que parecía, con su piercing en su naricita encantadora, como pintada por Boticelli. Sólo que tanta intransigencia y extremismo empezaron a hacerme sospechar que si el gobierno de Piñera pretendía dilatar y desgastar, Camila y sus camaradas se proponían conseguir, más que la educación gratuita, la desestabilización de un gobierno democrático. Lo cual no me hace justificar para nada la represión de los Carabineros y las leyes de la época pinochetista. Y en eso aventajo en objetividad a Camila, que ni siquiera se entera de la represión contra los disidentes cubanos, tan abominables como le debemos resultar.
Por eso, ya no sueño con Camila Vallejo. Por su bien, sólo deseo que cambie. Está a tiempo. Después de todo, como diría el argentino Francella: ¡Es sólo una nena!
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