Luis Cino Alvarez. CUBANET
Luego de la visita a Cuba del Papa Benedicto XVI y teniendo en cuenta su papel de Vicario de Cristo, somos muchos los cubanos que nos sentimos abandonados hasta por Dios. Nos pasa por andar a la espera de milagros en estos tiempos en que prima por sobre todo lo demás ─ también y sobre todo, en lo espiritual ─ el pragmatismo.
Advertidos estábamos que el régimen iba a manipular la visita papal para llevar las aguas a su molino (¿rojo?). Y que la jerarquía católica nacional, a cambio de obtener migajas y espacios de cuchitril en el muy terrenal reino castrista, iba a seguir en su politiquería, sin definir exactamente qué se propone. Aunque ya quedan pocas dudas de que se contentará con que le permitan abrir seminarios, le devuelvan algunas propiedades confiscadas y le concedan al cardenal, de vez en cuando, unos minutos en la televisión. A cambio, hará poco más que organizar cursillos para cuentapropistas y bendecir los Lineamientos Económicos y Sociales del VI Congreso del Partido Comunista.
¿Por qué la Iglesia Católica iba a haber cambiado mucho desde los tiempos de los concordatos con Enrique V, Napoleón o Hitler? ¿Por qué pensar que ahora está más apegada a cuestiones terrenales y temporales? ¿Por qué Benedicto XVI iba a ser muy distinto de Calixto II, Pío VII ó Pío XI? ¿Había motivos para esperar una versión cubana de la humillación de Canosa?
Por estos días, muchos opositores cubanos enumeran la larga letanía de viejos pecados históricos de la Iglesia Católica ─ como si otras iglesias estuvieran inmaculadas y listas para tirar la primera piedra ─ que todos conocemos, y que ahora resulta no sé si políticamente correcta, pero sí más que oportuna, políticamente oportunista, para denunciar la alcahuetería de la jerarquía eclesiástica nacional con la dictadura.
No hay dudas de que aquello de que “la religión es el opio de los pueblos” nos hizo mucho daño. También a los opositores, que exigimos del Papa que vive en Roma lo que los cubanos no hemos sido capaces de hacer.
¿Por qué la soberbia de creernos, como opositores, que teníamos el derecho de vetar que el rebaño católico fuera visitado por su pastor? Por mucho que digan, sí es numeroso el rebaño. Y no necesariamente es abiertamente opositor. La mayoría está loca porque se acabe la dictadura, pero no se atreve a decirlo, casi ni a pensarlo, porque le han sembrado el miedo en el alma, no sólo a las represalias, a las tonfas, las brigadas de respuesta rápida, Seguridad del Estado y las cárceles, sino también al cambio. La dictadura consiguió eso porque, entre otras cosas, durante décadas nos mantuvo alejados de Dios, que era quien único nos podía curar el miedo. Entonces, ¿por qué volver a darle la espalda ahora sólo porque nos decepcionen y abochornen un cardenal y un puñadito de sacerdotes colaboracionistas y con ínfulas de alguaciles?
Por estos días han abundado los argumentos de que la mayoría de los cubanos no son católicos, sino santeros. Si se refieren a católicos practicantes, que son un 10%, es posible. Pero mientras se dice que los católicos son el 60%, otros aseguran que los que practican la santería representan el 70%. O sea, que excepto por una pequeña diferencia, son casi los mismos. Sucede que en Cuba habrá muchos santeros, pero casi todos están bautizados, van a la iglesia, y si les preguntan, dicen que son católicos “a su manera”. De esos, somos bastantes. ¿Quién tiene derecho a privarlos por motivos políticos de la bendición papal?
Benedicto XVI vino no solo en visita apostólica, como peregrino de la Caridad, sino también como jefe de Estado del Vaticano, que tiene sus propios intereses y que, por cierto, es un estado totalitario, aunque ya no haya hogueras inquisitoriales y sus gulags y su policía política sean sólo de tipo espiritual. Por mucho reconcomio que nos diera, el Papa, por protocolo, se reuniría con el gobernante cubano. No tenía obligación de recibir a opositores, pero tampoco al Compañero Fidel, un ciudadano jubilado, materialista confeso, y por demás, excomulgado por la Iglesia Católica desde hace 50 años.
La visita del Papa Ratzinger, más allá de su bendición a los cubanos, poco aportará a la solución de nuestros problemas. Supongo que una bendición papal nunca esté de más. Sólo es de lamentar el foso entre la iglesia católica y los cubanos que aspiran a vivir en libertad. Pero ya eso ha pasado en otras etapas de nuestra historia. Y aquí seguimos, tan católicos “a nuestra manera” como siempre.
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