Un arrebato que esconde problemas
Eduardo Van Der Kooy. CLARIN
Ningún gobernante
argentino o ciudadano común podría resignar el reclamo de soberanía y posesión
de las Malvinas. El arrebato cometido en las islas por la dictadura de Leopoldo
Galtieri, que despertó ilusiones iniciales y un llamativo apoyo popular,
produjo sin embargo un retroceso histórico en el
desarrollo del conflicto con Gran Bretaña. Ningún gobernante o ciudadano podría
tampoco renunciar a la soberanía petrolera, capaz de ser ejercida de varios
modos. Como sucedió con las Malvinas, el interrogante que plantea la
expropiación de YPF, dispuesta por Cristina Fernández, consiste en saber si el camino elegido resultó el adecuado,
más allá de las coreografías que el kirchnerismo monta con eficiencia.
La comparación entre
Malvinas e YPF no responde a un antojo, aun cuando aquellos contextos históricos
de la Argentina sean opuestos al extremo. Los hidrocarburos son una de las
riquezas en disputa del litigio con Londres. La acción de la Presidenta en uno
u otro caso estaría trasuntando que, en alguno de ellos, imperó la improvisación o un
grueso error de cálculo.
Desde que arrancó su
segundo mandato, Cristina colocó la cuestión de Malvinas como una prioridad.
Detrás de la legítima demanda hizo filtrar sus conveniencias de política
doméstica. Machacó con anuncios desopilantes, como que
los vuelos a las islas serían hechos en el futuro por Aerolíneas Argentinas.
Arreó a la oposición a una ceremonia menor en la Casa Rosada. Si el plan de
expropiación de YPF estaba ya maduro, la Presidenta debió saber que esos gestos
y su invocación a una salida pacífica del pleito quedarían en la nada. El
avance sobre Repsol-YPF, la empresa petrolera de mayoría accionaria española
iba a significar, como ocurre, también un desafío a la Unión Europea.
Haber supuesto otra
cosa denotaría cierta familiarización deshonrosa con el oscurantismo militar,
cuando la dictadura conjeturó que la guerra contra Gran Bretaña no involucraría
a la OTAN.
El problema, en todos
los casos, parecería el mismo.
La disrupción
frecuente de la Argentina en el plano internacional. Su tendencia a las experiencias traumáticas, al esfuerzo tenaz por
derrochar la confianza. Existe una cronología, en ese aspecto, que causa
asombro. En sólo 30 años (1982-2012) nuestro país ha registrado, al menos,
cuatro quiebres con el mundo. Uno cada siete años y medio, según el cálculo. El
primero fue la guerra por Malvinas. Luego la declaración en 2001 del default
más grande de la historia, hasta que llegó el de Grecia. Cuando asumió Néstor
Kirchner se produjo la reestructuración de la deuda con un 75% de quita. Una
decisión que todavía causa trastornos en los tribunales internacionales, pero
que resultó determinante para el despegue de la economía de
poscrisis. Ahora, la expropiación de YPF.
Quizás el problema no
radique en la expropiación misma sino en sus métodos.
De arrebato, sorteando
las leyes y escondiendo el dinero.
Ya había ocurrido algo
similar en el 2006 con la francesa Suez y La Caixa de Barcelona en Aguas
Argentinas. Además, una intervención a la petrolera ─ Julio De Vido y el
viceministro de Economía Axel Kicillof ─ que llegó con ínfulas y obligó a una
fuga de los jerarcas españoles. También de los representantes argentinos, el
Grupo Eskenazi.
Como si se tratara de
una batalla contra el peor enemigo.
Al kichnerismo le
afloran resabios de mandoneo militar, sobrevivientes, tal vez, de aquellos
turbulentos 70.
Nadie en el Gobierno
se ocupó de probar con una negociación que podría haber conducido al mismo
puerto, con más tiempo pero infinitamente menos ruido.
Los españoles de
Repsol-YPF estaban dispuestos a ese diálogo y hasta lo insinuaron.
Fue el 27 de febrero
durante la visita del ministro de Industria José Manuel Soria.
De Vido lo hubiera
aceptado. Pero el ministro de Planificación, a esta altura, funciona apenas
como un apéndice de Kicillof. El viceministro pateó la mesa de un posible
consenso desde el primer día – en enero – que ingresó al edificio de Puerto
Madero. Su encono contra el ex director Ejecutivo de la empresa, el catalán
Antonio Brufau, fue indisimulado.
En realidad, fue mutuo. Kicillof – quedó en evidencia la semana pasada – es ahora la voz más
autorizada de Cristina.
El viceministro parece
haber sabido adecuar su marxismo universitario a la ramplonería kirchnerista.
Las culpas de las desgracias están siempre fuera del Gobierno. Ahora sería el
turno de España. Aunque las propias estadísticas que mostró Cristina indican
otra cosa: la declinación de la producción de gas y petróleo se remonta a 17 años.
Con la gestión de los Kirchner se extinguió el autoabastecimiento que había
despuntado con Raúl Alfonsín. Repsol-YPF no fue la excepción descendente de
esta época: otras ocho empresas del sector, de las once que
trabajan en el país, exhibieron tendencias similares. La cuestión no
sería una mala gestión empresaria: sobre todo, una errada política energética.
Kicillof evidenció
habilidad para enmascarar el pasado que condena al kirchnerismo. Justificó, sin
mencionarlos, el respaldo de los Kirchner a la privatización de Repsol-YPF en
el 92 y el 98 (cuanto Santa Cruz cedió su último 4% accionario) aduciendo que
se trató de una marcha avasallante del ultraliberalismo en la región.
Falso: ni Colombia ni Brasil ni México, en iguales circunstancias, entregaron su
patrimonio petrolero. Tampoco Augusto Pinochet en Chile quiso privatizar el
cobre, principal recurso de su economía.
El viceministro
incorporó además otra mirada novedosa, al menos para el peronismo.
Sostuvo que al
Gobierno no le interesa la rentabilidad de las empresas del Estado.
Tal vez, eso explique
por qué Aerolíneas ha consumido su presupuesto del 2012 en un trimestre. Un
concepto, sin dudas, oxidado. Imposible de ser sostenido, menos con un Estado hiperexpansivo
como le gusta a Cristina. Bajo esa lógica, ¿quién se atrevería a invertir en
una empresa como YPF? ¿Qué sucedería, por ejemplo, con los accionistas
extranjeros que hoy representan el 17% de la petrolera? ¿Deberían conformarse
con ver a los argentinos disfrutar de los bajos precios del gas y de las
naftas? Cristina, en cambio, prometió otra cosa: que la futura administración de
YPF deberá ser profesionalizada.
Es decir, eficiente,
productiva y rentable.
Una buena señal que,
de cumplirse, abriría quizás una
oportunidad.
El petróleo atrae
inversiones soslayando la calidad y decencia de los países y sus gobiernos.
Angola puede ser un caso.
Esa señal se enturbió
no bien la Presidenta afirmó que su Gobierno está dando ejemplo de buenas
administraciones en empresas del Estado. Debió apuntar cuáles. La mayoría de
ellas –en especial la línea aérea – indican lo contrario. Y hay fracasos estrepitosos
como Enarsa: fue creada en el 2004 a modo de brazo auxiliar de YPF para
explorar hidrocarburos. Quedó limitada a la importación, no siempre transparente, de combustible.
Cristina se suele
empalagar hablando del Estado. Esa sensación la conduce a comparaciones
imposibles. Ahora eligió a Noruega como símbolo. Es cierto que la presencia
estatal en el país escandinavo resulta poderosa, al punto que fiscaliza hasta
la venta de bebidas alcohólicas. Pero ese mismo Estado, desde que accedió al
petróleo en los 80, deposita su renta en un Fondo de Pensiones pensado
para abonar las jubilaciones de las próximas generaciones de noruegos.
Ese fondo dispone
ahora de 400.000 millones de euros. El plan no se ha alterado con el cambio de
signo de los gobiernos. En la Argentina, se privatizó YPF en los 90 para pagar
jubilaciones y ahora el aporte de los jubilados se usa para incentivar el
consumo o financiar proyectos políticos.
Esas pendulaciones
argentinas son conocidas en el exterior. También, la costumbre de Cristina y el
kirchnerismo acerca de que las palabras muchísimas veces no condicen con los
hechos. Cuando comunicó la expropiación de YPF aseguró que no posee prejuicio
contra las empresas españolas y las inversiones extranjeras en general.
Pero enseguida advirtió
a una telefónica.
Oscar Lescano, el
dirigente de Luz y Fuerza que con aval del poder brega para desplazar de la CGT
a Hugo Moyano, no descartó que pueda haber expropiaciones en empresas de
electricidad, también con capital español.
Nadie lo desdijo. Los temores y las sospechas aumentan en Madrid.
Mariano Rajoy se
desliza allá sobre un abismo. La crisis económica de España tiene en vilo a la
UE. Se comunicaron las primeras represalias comerciales contra la Argentina.
Washington hizo conocer con prudencia su inquietud.
Algunos efectos se desparramaron por la región. Hubo quejas de México, Colombia
y Perú. También del gobierno chileno. Evo Morales hizo una defensa encendida de
Repsol, una de las diez empresas dedicadas a la explotación de gas que hay en
Bolivia.
Cristina despertó la
reacción de medio mundo pero logró silenciar, momentáneamente, las
voces opositoras que empezaban a criticarla. Casi toda la oposición se alineó
con la expropiación de la petrolera. Resistió Mauricio Macri, pero con un
libreto impreciso.
En paréntesis
permanece el escándalo que involucra a Amado Boudou. También parece insonora la
investigación de la tragedia ferroviaria en Once, que disparó el procesamiento
de dos ex secretarios de Transporte. Asoma de nuevo el caso
Schoklender-Bonafini. Las inconsistencias económicas se agudizan y complican a
Guillermo Moreno.
Ni bien el impacto
político de la expropiación pierda vigor, esos conflictos volverán sobre
Cristina. Tal como están y tal como son.
Copyright Clarín 2012
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