Wednesday, April 18, 2012

Playa Girón-Bahía de Cochinos: ¿dónde está la verdad?

Eugenio Yáñez. CUBAENCUENTRO

Determinar dónde está la verdad en el tema de Playa Girón-Bahía de Cochinos es demasiado complicado, pero siento que se va haciendo imprescindible. No pretendo escribir este análisis cargado de ideología ni desde posiciones de “izquierda” o “derecha”, para nada relevantes frente a verdades y evidencias. Si tuviera que militar en un partido, lo que nunca he hecho en mi vida, preferiría el del sentido común, pero no creo que exista ni pueda existir tal partido.

En la versión oficial cubana — la única permitida en la Isla — todo el pueblo combatió por el socialismo frente a “los mercenarios”. En la versión más común de Miami, no oficial, los únicos valientes fueron los invasores de la Brigada 2506, que no pudieron vencer por “traiciones” y “errores” de la parte norteamericana.

No hay un punto de equilibrio: de ambas partes se presenta la historia muchas veces — casi todas — como un conflicto entre los buenos y los malos, y las categorías de buenos y malos van a depender, naturalmente, de quien esté narrando o dónde se esté publicando lo que se escriba.

Determinados aspectos históricos están mejor definidos que otros, pero las conclusiones que se derivan de ellos no siempre son ejemplo de pensamiento racional: es evidente, por ejemplo, que las decisiones norteamericanas que imposibilitaron destruir en tierra a la fuerza aérea revolucionaria incidieron negativamente en el destino de los invasores, pero de ahí no se puede deducir, automáticamente, que la destrucción de la FAR hubiera garantizado el triunfo de quienes desembarcaron. Sencillamente, porque son muchos los factores que intervienen en una batalla, y la explicación de sus resultados no se puede reducir a uno solo.

Hay mitos y miedos de ambas partes, y tal parecería, con esas conductas, que reconocerle algo de razón o de humanidad al enemigo sería denigrante, o que no mencionar enormes bajas al adversario resta heroísmo a los narradores. Tal vez para las barricadas y la agiprop de ambas partes sea válido, pero sin dudas no lo es para análisis rigurosos, historiadores y periodismo serio.

No todos los que combatieron del lado castrista lo hicieron por el socialismo, aunque solo fuera porque, una vez movilizados en sus unidades militares y de milicias, no podían haberse retirado de ellas tras el anuncio por Fidel Castro, algunas horas antes del desembarco, de que la revolución “verde olivo” y “tan cubana como las palmas” resultaba en realidad una versión burlesca de comunismo tropical. Haberlo hecho hubiera sido “deserción”, delito que en tiempos de guerra se castiga con la muerte.

Sin embargo, de eso no puede deducirse que todos esos hombres fueran al combate por temor a represalias. Muchos de ellos enfrentaron a los invasores aunque no comulgaran con el “socialismo” de Fidel Castro, basados en conceptos de defensa de la patria y la soberanía nacional. Si alguien lo duda, puede encontrar en Miami, New Jersey, California, España, México y muchos otros lugares del mundo, a combatientes de esa gesta que terminaron saliendo de su país para radicarse en el extranjero, y para el caso no importa que se les llame exiliados, emigrantes o extraterrestres: no quisieron seguir viviendo bajo el “socialismo”.

A cualquier persona en Cuba — no importa su edad — que se le pregunte sobre “los brigadistas”, pensará en los alfabetizadores de las brigadas “Conrado Benítez” en 1961. Los invasores de Playa Girón se conocen allá como “los mercenarios”: ha sido, sin dudas, un triunfo de la propaganda totalitaria. Al reducirlos a “mercenarios”, el régimen pretende eliminar todos sus valores morales y humanos, sus sentimientos patrios y su espíritu de sacrificio, como mismo se intenta hacer ahora con todo disidente o cubano que muestre su descontento con el régimen.

Pero no nos equivoquemos: no todos los invasores eran arcángeles o beatos. Si bien una gran mayoría eran cubanos que fueron al combate por ideales y con grandes sacrificios, también hubo entre sus filas miserables, torturadores de la dictadura batistiana, chivatos, delatores, asesinos y oportunistas. Cualquier generalización es absurda: los invasores no eran todos tan malos como cuentan en La Habana, pero tampoco todos tan buenos como cuentan algunos en Miami.

Para reducir a todos sus adversarios a “mercenarios”, el régimen totalitario necesita también desvirtuar la historia y las evidencias. El concepto de mercenario minimiza honor o integridad moral, al referirse a alguien que combate por dinero, no importa de qué lado lo haga. Pero mercenario no es sinónimo de cobarde. Y no hay que irse a la Edad Media: los verdaderos mercenarios que combatieron en los años sesenta en el Congo belga, o en los setenta en el frente norte de Angola, podrán ser evaluados moral o ideológicamente de muchas maneras, pero no se consideran cobardes ni improvisados, porque no lo eran. La Habana nunca podrá reconocer eso.

Sin embargo, del otro lado del estrecho de La Florida las versiones no siempre son más aceptables. El año pasado, en ocasión del medio siglo de los acontecimientos, periódicos de Miami hablaron muy tranquilamente de un solo combate donde se le habían infligido a las tropas defensoras en la Ciénega de Zapata ¡tres mil muertos!

Para que se tenga una idea de la barbaridad de tal aseveración: en el ataque a Pearl Harbor, el 7 de diciembre de 1941, con 6 portaaviones y 353 aviones, los japoneses provocaron 2,402 muertos norteamericanos y 1,282 heridos. El periodismo de pacotilla en Miami, el año pasado, dejó esas cifras en ridículo al “eliminar” tres mil milicianos en un solo combate en la Ciénaga de Zapata.

Mientras en Estados Unidos diversos analistas e historiadores han hecho detallados estudios de los acontecimientos que han pasado a la historia como el fiasco de Bahía de Cochinos (The Bay of Pigs fiasco), hay aspectos que no se analizan suficientemente desde el punto de vista estrictamente militar, algo que desde la Isla se ha hecho con más rigor, al menos con relación a “el enemigo”.

Un intento de desembarco con una brigada invasora de unos 1,500 hombres y unos pocos tanques, “brigada” que en realidad no sobrepasaba en total dos batallones de infantería ni una compañía de tanques, prácticamente sin artillería antiaérea, en una zona cenagosa y aislada, sin suficientes carreteras de comunicación, sin apoyo aéreo ni logístico, y sin ningún lugar verdaderamente importante a menos de 80 kilómetros de distancia, para pretender establecer una cabeza de playa enfrentándose a defensores que podrían agrupar a más de doscientos mil soldados y milicianos dispuestos —con independencia de su nivel de experiencia y preparación combativa— a combatir hasta la muerte, fue una soberana estupidez que lo menos que merecería sería la degradación absoluta y la expulsión deshonrosa de todas las funciones y cargos militares y del gobierno de sus planificadores, aunque el plan haya sido aprobado por el presidente de Estados Unidos.

La evaluación de la situación interna en Cuba por parte de la Agencia Central de Inteligencia (CIA) fue de una insensatez absoluta: el criterio de que los cubanos repudiaban masivamente al gobierno revolucionario, y de que los grupos de la clandestinidad anticastrista pondrían en jaque al régimen en apoyo a los invasores, duró menos que el clásico merengue en la puerta de un colegio: en pocas horas casi treinta mil militantes de organizaciones contrarrevolucionarias o sospechosos de no simpatizar con el régimen fueron detenidos por la Seguridad del Estado y los Comités de Defensa de la Revolución. Además, las prisiones fueron dinamitadas para volarlas si fuera necesario y garantizar que los “gusanos” que estaban presos desde antes no pudieran apoyar a los invasores en caso de que lograran avanzar.

El mito de Fidel Castro “hundiendo” un barco invasor desde un cañón autopropulsado SAU-100 en Playa Girón, ha prevalecido hasta hoy: Néstor López Cuba, el después general que en esos momentos disparó contra el Houston y lo hundió, tuvo la precaución de no desmentir la leyenda, y la foto del Comandante saltando desde un ingenio artillero alimentó la fantasía que tanto disfruta esa enfermiza izquierda latinoamericana a la que cualquier cosa le viene bien siempre que sea contra “el imperialismo”.

Tampoco se han analizado todavía, suficiente y responsablemente, múltiples errores en la conducción de las acciones militares por parte de los mandos en Cuba, como el hecho de enviar combatientes al teatro de operaciones militares en ómnibus civiles de color blanco — fácil presa de la aviación invasora —, el extraordinario desorden de oficiales y soldados del Ejército Rebelde que avanzaban hacia las zonas de operaciones “por la libre” en automóviles o cualquier tipo de vehículos civiles, o enviar a combatir como batallón a las personas más capacitadas que en esos momentos se preparaban como jefes de tropas — los llamados responsables de milicias de la escuela de Matanzas — en vez de utilizarlos como mandos de base e intermedios.

Tal vez mientras queden con vida participantes en esa gesta de ambas partes no será posible un juicio histórico verdaderamente sobrio, mesurado e imparcial, pero al menos pueden irse señalando aspectos que merecen un análisis detallado y más profundo de lo que se ha logrado hasta ahora.

Es interesante que el periódico Granma en su edición de este 17de abril no mencionara en primera página la efeméride, pero de ahí no pueden sacarse conclusiones. No pretendo resolver ninguna incógnita con este trabajo, ni convencer a nadie que se encuentre sólidamente aferrado — con todo su derecho — en sus convicciones, pero al menos destacar que, a pesar de tantas emociones, corazones y mentes sobrecargadas, debe quedar algún lugar para la sensatez y el sentido común.

Para que la historia y la leyenda sean cosas diferentes.

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