Es desconcertante que se haya empleado financiamiento público para beneficiar a una corporación multimillonaria que, a cambio, lo único que hizo fue sustraerle a su uniforme el nombre de la Florida para estamparle el de Miami.
Daniel Shoer Roth. EL NUEVO HERALD
Oswaldo “Ozzie” Guillén habla demasiado. Y al hacerlo no sólo dice vulgaridades con su grandiosidad impertinente, sino que también apuñala con las palabras.
Será muy diestro como mánager de los Marlins, pero como persona no sabe manejar las curvas y sus lanzamientos son descontrolados.
El pelotero venezolano se ponchó de nuevo el martes al ser suspendido por apenas cinco juegos de las Grandes Ligas tras agredir al exilio cubano y a todos los que tenemos cierto grado de sensibilidad por el dolor del prójimo.
El exilio cubano de 53 años es el más largo de la historia hispanoamericana e indudablemente el más triste. Como fenómeno político, la dictadura implantada por Fidel Castro está circunscrita a la isla que ha corroído. Pero como fenómeno moral, abarca las dos orillas. Por eso declarar adoración por Castro en una revista con el perfil de Time es un gesto de degradación a las víctimas de la más corrupta y cruenta dictadura del hemisferio.
Todos tenemos derecho a creer, pensar y expresarnos con la máxima libertad, amparados por la Primera Enmienda de la Constitución. Sin embargo, cuando una persona representa una institución, sus palabras en público tienen repercusión. Especialmente si dicha entidad ha recibido millones de dólares de las personas insultadas por la insolencia de uno de sus líderes.
Es evidente que la alianza entre el Condado Miami-Dade y los Marlins es uno de los peores acuerdos para la ciudadanía que jamás se haya forjado en una urbe norteamericana, sellado sin que los funcionarios del gobierno local corroboraran los alegatos de pobreza que formuló la gerencia del equipo para que los contribuyentes le regaláramos el estadio en bandeja de plata.
El comentario de Guillén es un insulto más a una comunidad que ha sufrido tremendamente para otorgar a los Marlins su gloriosa sede en La Pequeña Habana, el vecindario donde arribaron primero los cubanos a enfrentar un incierto futuro de prosperidad en tierra ajena. Ahora los vulnerables vecinos de múltiples nacionalidades han visto menoscabar su calidad de vida por el equipo que conscientemente ha ofendido sus creencias.
Los cabecillas del equipo han derrochado arrogancia y cinismo, comenzando con el presidente, David Samson, que primero cuestiona la inteligencia de la ciudadanía y luego exhorta a los vecinos a acostumbrarse a caminar algunas cuadras por la falta de estacionamiento frente a sus depauperadas viviendas, uno de tantos problemas para los que la Ciudad de Miami no se preparó habiendo tenido un plazo de tres años.
Es desconcertante que se haya empleado financiamiento público para beneficiar a una corporación multimillonaria que, a cambio, lo único que hizo fue sustraerle a su uniforme el nombre de la Florida para estamparle el de Miami. Mientras tanto, ir a ver un juego cuesta dinero, así que no toda la comunidad puede disfrutar de la instalación deportiva.
Con un dramático tono de mea culpa, Guillén pidió perdón, “con el corazón en la mano”, según dijo en una rueda de prensa el martes. No obstante, también se lavó las manos, usando su ignorancia como muleta. “Estaba pensando en español y dije la cosa equivocada en inglés”, aseveró.
Perdón, ¿qué confusión lingüística puede derivar en un “ I love Castro”? ¿Querría decir “yo odio” y emanó de la garganta un “I love”? ¿Padece de dislexia verbal?
Hubiera sido más prudente disculparse sin justificarse, pues eso le resta credibilidad a su honestidad. Y su historial tampoco lo ayuda, porque más de una vez ha empleado lenguaje profano para referirse a grupos minoritarios e incluso ha enaltecido a Hugo Chávez, otro caudillo mesiánico que, a la sombra de Castro, ha llevado a un pueblo a la bancarrota financiera y moral.
De todos modos, no hay disculpa suficiente para los exiliados que han sufrido la separación de sus familias y el hurto de sus patrimonios por parte del gobierno cubano. Por eso Guillén nunca será la descollante figura deportiva que tuvo el potencial de ser en Miami, sin que importe cuántos trofeos traiga a los peces. Tampoco podrá asomarse a la ventanilla de una cafetería local sin que alguien le eche en cara sus resentimientos.
Es fútil que un sector del exilio clame para que lo despidan, pues a la administración de los Marlins realmente no le interesa lo que piense la comunidad. Mejor es pasar la página, sin dejar de pasar la factura mediante el ausentismo a los juegos.
Guillén y los Marlins se han dibujado una raya más en este océano de equivocaciones que ha ahogado nuestra paciencia y tolerancia.
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