El poder presidencial absoluto y las equivocaciones en serie
Sergio Crivelli. LA PRENSA
Daniel Reposo y Cristina Fernández |
El gobierno cubrió con
creces durante la última semana su cuota de errores sorprendentes. Lo hizo con
la polémica decisión de proponer como procurador general a Daniel Reposo
mientras lanzaba una fuerte embestida contra la española Repsol para quedarse con
el control de YPF, lo que provocó una airada respuesta de España y de la Unión
Europea.
Quedó flotando la
impresión de que la jefa de Estado no mide las fuerzas que debe enfrentar, algo
que en el caso de España y de sus socios europeos resulta por lo menos
inexplicable.
En el caso del
reemplazo del procurador, la promoción de Reposo representa el último de una no
menor cantidad de pasos desafortunados que comenzaron con una conferencia del
vicepresidente Amado Boudou 10 días atrás para responder a las acusaciones de
corrupción en su contra por el escándalo de la ex Ciccone Calcográfica.
En su asombroso
monólogo ante la prensa, Boudou lanzó acusaciones a granel, una de las cuales
impactó de lleno en el procurador Esteban Righi forzándolo a renunciar. Otras
lo autoincriminaban y lo mostraban enzarzado en una pelea de poder por negocios
que no le hizo ningún bien a la imagen del gobierno, ni a la de la presidenta.
Por su insólita
naturaleza esas revelaciones provocaron estupor y dudas en las propias filas del
oficialismo, que se sumió un completo silencio de radio hasta que un periodista
adicto confirmó que Boudou contaba con el respaldo de la Casa Rosada. A partir
de ese momento la suerte de Righi quedó sellada y todos se volcaron a apoyar a
Boudou.
La decisión de
inclinarse por el vice y despedir al procurador podrá admitir distinto tipo de
reparos, pero lo fundamental es que demuestra que el poder político ha cambiado
desde octubre de 2011 y que en esta nueva etapa el liderazgo de Cristina
Fernández es tan absoluto como indiscutible.
Los viejos compañeros
de ruta ─ los Righi, Taiana o Fernández ─ no son ya más que recuerdos. Hoy el
entorno presidencial es otro y la geografía del oficialismo muy distinta de la
de la etapa en la que la conducción política estaba en manos de Néstor
Kirchner. Se trata de un gobierno "nuevo" y el cambio es válido, lo
que no lo parece tanto es la decisión de promover como procurador a un
candidato que tendrá serias dificultades para conseguir la aprobación del
Senado.
El 54% de votos no
alcanza ─ al menos por ahora ─ para imponer a un funcionario incondicional de
la presidenta y de Boudou que además fue acusado penalmente por el principal
bloque de la oposición. Hubo al parecer un mal cálculo sobre la verdadera
fuerza oficialista en la Cámara alta y si sufre una derrota (la oposición está
a apenas cuatro votos de infligírsela) el kirchnerismo entrará seguramente en
una zona de turbulencia.
En cuanto a la
pulseada con Repsol, allí no hay 54% que valga, detalle en el que la Casa Rosada
debería haber reparado. Para medir fuerzas con España y la Unión Europea no
alcanzan el discurso nacionalista y populista, combinado con el apoyo de la
Cámpora y de Luis D’Elía. Hace falta un poco más. También quedó en evidencia
que resulta inaplicable el método de la imposición y el apriete a menos que se
esté decidido a aislar aún más a la Argentina. La respuesta que llegó desde
Europa cuando el gobierno estaba por lanzar el asalto final contra Repsol no
dejó duda alguna al respecto.
En ese trance la
presidenta paró la ofensiva y no envió al Congreso un proyecto de ley cuyo
borrador había circulado profusamente y que expropiaba la mayoría de las
acciones de la empresa. Fue una reacción sensata en medio de clima de
incertidumbre y de fuerte desgaste para todos los involucrados.
El secretismo que hoy
impera en el gobierno no permite dilucidar para qué quiere la presidenta
apropiarse de la empresa. El problema energético y cambiario que hoy la desvela
proviene de la baja de la producción, lo que no se resuelve dándole a la
Cámpora el manejo de la petrolera, sino invirtiendo cifras de las que el Estado
no dispone hoy ni lejanamente. Lo único que lograría un cambio hacia la gestión
estatal sería convertir a YPF en una nueva Aerolíneas Argentina, pero con un
déficit todavía mayor.
Algo, además, que ni
el secretismo pudo evitar es la sensación de que la presidenta no sabe muy bien
cómo resolver el problema por decirlo suavemente. Las demoras y la
incertidumbre parecen la norma. También se ignora cuánto costará la apropiación
de la empresa, cuáles serán las consecuencias y qué haría con ella el gobierno.
Sólo queda una certeza: el amague y la amenaza no se pueden prolongar
indefinidamente.
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