Francisco Rivero Valera. EL UNIVERSAL
Fresco de la Capilla Sixtina de América, en Andahuaylas, Perú: "Ay que ardiendo quedo, ay que ya no puedo". Foto de Karina Pacheco |
La Venezuela que tenemos está hirviendo, como la rana de la metáfora de Olivier Clere.
Imagine una cacerola llena de agua fría en la cual nada tranquilamente una pequeña ranita. Un fuego se enciende debajo de la cacerola y el agua se calienta lentamente. La rana se siente feliz nadando en el agua tibia. La temperatura sigue subiendo. La rana ya no puede gozar y se siente cansada pero no se asusta. Ahora, el agua está tan caliente que la rana la encuentra desagradable pero está muy debilitada y no puede hacer nada. La temperatura continúa subiendo hasta que la ranita termina su vida, hervida.
En otras palabras: algunos cambios ocurren lentamente y escapan de nuestra conciencia, ocasionando acostumbramiento y, al final, anulación de nuestra capacidad psicológica de reacción, de oposición y de revuelta. Y liquidación de la vida.
Verbigracia: el chavismo en Venezuela.
La Venezuela de hoy, por ejemplo, no es la misma de 1998.
En 1998, nuestro país estuvo nadando en el agua tibia de la campaña electoral del chavismo, full de promesas que crearon la falsa ilusión de contar con un brillante futuro de manos de una persona auténtica, democrática y hacedor de milagros, casi un Mesías. Hasta yo voté por él.
Luego vino la luna de miel, inducida por aquella psicosis chavista, pero de corta duración porque el país se dio cuenta que aquella persona auténtica y democrática era todo lo contrario: mitómano, socialista, comunista, hijo putativo de Fidel Castro y heredero, por derecho adquirido, de la nefasta revolución cubana. Pero todos lo pensamos demasiado tarde. Tremendo pelón.
A los 14 años de aquel pelón, la Venezuela de hoy es otra cosa: ya no es un país. Es un expaís que está hirviendo como la rana. Un expaís sin credibilidad, endeudado, polarizado y al borde de la ruina.
Es como un paciente de emergencia: politraumatizado, con múltiples fracturas, hematomas, vendajes y curitas, después del arrollamiento fatal de la política chavista y su filosofía esquizoide de un socialismo del siglo XXI que, al final, ha resultado ser el mismo modelo fracasado del comunismo del siglo XIX, padre de la ruina.
Y es un expaís de venezolanos acostumbrados, que han invertido sus valores hasta tal punto que lo inaceptable de ayer es lo aceptable hoy. Por eso, ya resulta común y sin sorpresas: las 45 muertes violentas de cada día, asaltos o atracos; invasiones o expropiaciones de la propiedad privada; un gobierno que viola a su antojo la Constitución Nacional, un Presidente que gobierna, no desde nuestro país, sino desde Cuba, repartiendo nuestros recursos como le da la gana. Y lo más grave: con pérdida de la capacidad psicológica de reacción, de oposición y de revuelta.
Ante este fatal acostumbramiento, no sería extraño ver que algunos venezolanos sientan nostalgia por las mentiras de este gobierno mitómano, las cadenas nacionales y la autocracia disfrazada con la Ley Habilitante.
Es la Venezuela que tenemos y no queremos: con compatriotas nadando en el agua tibia de la cacerola chavista o muertos de indolencia, mirando desde lejos la ruina de nuestro país que hierve en la quinta paila del atraso. Por deterioro moral. Colapso de la economía. Declinación de la productividad. Limitación de la libertad de expresión. Represión de la religión. Y por centenares de violaciones de los derechos humanos.
Y, aunque los pueblos tienen los gobiernos que se merecen, Venezuela no merece este gobierno tan perverso.
Amén
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