Marino Murillo, considerado graciosamente el tanque pensante de las actuales reformas en la Isla, lo dejó claro hace pocos días, al puntualizar, ante los micrófonos, que nada de reformas…
José Hugo Fernández. CUBANET
En versos de madurez, Nicolás Guillén reconocía el apuro de los jóvenes poetas por deshacer el soneto, pero les aconsejaba que antes de deshacerlo, aprendieran a hacerlo. Algo más o menos parecido debiéramos aconsejarnos a nosotros mismos los que hoy estamos apurados por descubrir señales de transición en este pantano de lava hirviente que es el sistema totalitario en Cuba.
Tanto nos apuramos que a veces nos gusta pensar que el proceso ya está en marcha. Vemos el inicio de la transición en lo que no es sino una reculada estratégica de la dictadura. Nos proyectamos con tal ansiedad que somos proclives al riesgo de confundir las señales, olvidando, aunque sea por momentos, que el dogmatismo ideológico del régimen no sólo es impermeable al cambio, sino, a la vez, lo suficientemente camaleónico para aturdir a sus críticos.
Dentro de una tiranía, las señales de transición deben manifestarse en acciones y efectos de cambios hacia otro sistema esencialmente distinto. Pero según mi raquítico entender, en Cuba, hasta hoy, no ha estado ocurriendo nada de eso.
No hay paso hacia la transición mínimamente esencial mientras no existan evidencias de ruptura con el viejo orden. Y aquí todas las evidencias indican lo contrario.
De hecho, Marino Murillo, considerado graciosamente el tanque pensante de las actuales reformas en la Isla, lo dejó claro hace pocos días, al puntualizar, ante los micrófonos, que nada de reformas, que lo que están pretendiendo es recomponer o remediar eso que también graciosamente llaman su modelo económico.
Quedamos entonces, según la última declaración oficial, en que no está en plan la transición, ni siquiera al modo en que los propios perfeccionadores del socialismo la pretendían, es decir, traspaso del mando absoluto de un caudillo hacia el mando de consenso por parte del partido comunista. Ya que aquí el partido sigue siendo lo que siempre fue: un instrumento fantasma de la dictadora.
De modo que allí donde a los pretendidos salvadores del socialismo, y aun a nosotros, sus contradictores, nos ilusiona ver señales de transición, no hay sino burda cocción.
Claro, en medio de este naufragio sin costas que las circunstancias nos imponen, es natural que prefiramos la cocción (en tanto paso, digamos, hacia adelante), y hasta quizá se justifica que la ansiemos y la aplaudamos. Pero lo que no se sostiene, desde la perspectiva de lucha contra la dictadura, es asumir la cocción como un signo de transición, ni siquiera como un leve paso hacia ella.
Es sólo mi punto de vista particular, apasionado tal vez, y tal vez erróneo. Al fin, ya sabemos que la realidad nunca es unívoca. Y menos en política, donde son corrientes las verdades contradictorias, y hasta las mentiras con patente de verdades.
Pero según yo lo veo, ni en lo económico hay esenciales amagos de transición. Por el sencillo motivo de que los medios de producción y las propiedades básicas (que son la sustancia del poder) continúan en las manos totalitarias del Estado.
Que el régimen le permita a un millonario cubanoamericano aterrizar en La Habana, y dar muela sobre la reconciliación, en un espacio limitado, no es un hecho que alcance, por sí mismo, a convertirse en señal de transición. Al contrario, mientras la realidad no demuestre otra cosa, más bien confirma la cocción.
Por cierto, entre las verdades socorridas, las medias verdades y las raras verdades que expresó en La Habana este millonario, hay una por la que podemos suponer que no conoce suficientemente a sus posibles futuros socios de negocios. Dijo que el socialismo cubano ha demostrado ser capaz de administrar la pobreza, pero incapaz de generar las riquezas imprescindibles para sostener su sistema.
Ojalá que el régimen hubiese sido capaz, por lo menos, de administrar competentemente nuestra pobreza. Pero lo único que administra de maravilla son sus propias riquezas y sus dogmas, porque, ante todo, y por encima de todo, ha sido siempre su único objetivo. También administraba muy bien (y por lo visto, continúa administrando) sus recursos propagandísticos, que tantas veces, y en tantos y tan disímiles escenarios le han permitido vender gato por liebre.
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