Julio Cesar Álvarez. CUBANET
Las desaparecidas escuelas en el campo, con defensores y detractores, marcaron la vida de cientos de miles de adolescentes cubanos a lo largo de más de cuarenta años.
Siete años después del triunfo de la revolución, en 1966, se inició en Cuba el experimento de “la escuela al campo”, que podríamos considerar el germen de las escuelas secundarias y pre universitarias en el campo que surgieron poco después. El proyecto consistía en enviar a todos los estudiantes de enseñanza media a campamentos en el campo, durante 45 días cada curso, para trabajar en labores agrícolas; al final del periodo los estudiantes regresaban a sus escuelas en la ciudad.
Después vinieron las ESBEC (Escuelas Secundarias Básicas en el Campo); centros educacionales construidos en el campo donde los estudiantes becados, lejos de sus hogares, combinaban diariamente el trabajo y el estudio durante todo el curso.
Oficialmente el objetivo de este modelo de enseñanza revolucionario era lograr una formación integral de los alumnos mediante la combinación del estudio y el trabajo desde la adolescencia. Muchos opinan que en realidad se buscaba separar a los adolescentes de sus familias para moldearlos mejor como “hombres nuevos”, fieles la revolución.
Algunos recuerdan las escuelas en el campo como prisiones sin tapias, que los mantenían alejados de sus familiares, y en donde se les obligaba a trabajar. También las consideran como antros de promiscuidad y violencia, donde hubo violaciones, corrupción de menores y hasta asesinatos.
Sandra González es hoy ama de casa y madre de tres. Tenía doce años cuando sus padres la becaron. Tuvo su primer novio en la ESBEC República Popular de Ángola, en el municipio Güira de Melena.
Él no la enamoró en el pasillo aéreo que conducía de los dormitorios a las aulas, a la luz de la luna, como hacían la mayoría de los adolescentes en la década de los ochenta. Simplemente la acechó y la condujo a la fuerza a un aula vacía, donde la violó.
ESBEC abandonada |
Sandra me confesó que a ella siempre le gustó el muchacho, pero que no esperaba, ni hubiera querido, que las cosas sucedieran de ese modo. No se lo dijo a nadie y, a pesar de lo que pasó, fue su novia por espacio de un mes. En la jerga de los estudiantes de aquella época a eso no se le llamaba violación sino “dar una cañona”, y era algo común. Ella conocía al menos a siete muchachas de la escuela que habían sido “conquistadas” de esa forma, y una de ellas por un maestro.
Otros recuerdan estas escuelas como el lugar donde conocieron al primer amor, donde se independizaron de sus padres, y donde conocieron la amistad franca y desinteresada de la adolescencia.
Ledea y Madelín se hicieron novios cuando trabajaban en los naranjales que rodeaban el antiguo preuniversitario en el campo (IPUEC) Batalla de Ayacucho, también en el municipio Güira de Melena. Aunque ahora están divorciados tienen un hijo, fruto de aquellos días.
Para ellos, la escuela en campo fue lo mejor que les pudo pasar. En sus tres años como becarios nunca conocieron de un hecho de violencia como el que le aconteció a Sandra. Ellos dicen que las escuelas secundarias eran más problemáticas en todos los sentidos que los preuniversitarios, pero no saben por qué.
Lo cierto es que estas historias de adolescentes, tristes o alegres, ya no volverán a repetirse. Ante la enorme crisis financiera que enfrenta, el gobierno finalmente optó por cerrar las ESBEC. Este modelo cubano de estudio y trabajo permanente siempre fue económicamente inviable y, como los otros “logros de la revolución”, solo se podía mantener gracias a los enormes subsidios soviéticos que desaparecieron con la URSS. Fracasó desde sus inicios, aunque a los dirigentes de la revolución les haya costado más de cuarenta años reconocerlo.
Ahora muchos de los edificios construidos para albergar estas escuelas permanecen abandonados y otros han sido convertidos en prisiones. Quizás, por justicia del destino, el adolescente que violó a Sandra haya vuelto a caminar la escuela como reo, y se haya detenido a recordar sus días de estudiante en la misma aula en que un día le arrebató la inocencia.
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