Oscar Elías Biscet
No me opuse a la visita del Papa Benedicto XVI a mi país. Aun convencido de que no esperaría palabra de solidaridad con aquellos que llevamos muchos años en la búsqueda de la libertad para la nación cubana.
La disidencia en Cuba se enfrenta a un sistema totalitario estalinista con todos los recursos a su disposición para frenar o aniquilar cualquier acto de rebeldía en la búsqueda de los derechos humanos fundamentales de los cubanos. Quienes levantan su voz en contra de la justicia son vituperados y ultrajados en sus medios masivos de difusión.
El sistema carcelario, las torturas y el paredón de fusilamiento serían las cuotas obligadas para esos valientes contestatarios.
No abundaré en los vergonzosos actos de la jerarquía de la Iglesia Católica cubana. Al llamar a la policía política y expulsar por la fuerza a un grupo de personas que confiaron en su caridad y se refugiaron en su seno para reclamar libertades básicas para sus conciudadanos.
Tampoco por la falta de no tributarles misas a los mártires Orlando Zapata Tamayo, Juan Wilfredo Soto, Laura Pollán y Wilmar Villar. Las complicidades de las iglesias cubanas con la dictadura castrista son tan evidentes que solo con su silencio cruel han asesinado durante años las esperanzas de libertades del pueblo cubano.
Las palabras de Benedicto XVI durante su estancia en Cuba fueron de mucha precaución para evitar desavenencias con la cúpula castrista.
En la misa de Santiago de Cuba, un ciudadano sencillo se lo recordó en alta voz y fue golpeado y detenido por la policía política. Esa muestra de violencia extrema ante su eminencia Benedicto XVI se había realizado a la vista del pueblo antes y durante su visita.
En las diferentes homilías en esta visita papal no hubo palabras de aliento para estos valientes pacificadores y perseguidos. Fueron olvidadas las bienaventuranzas de Jesucristo.
Bienaventurados los que tienen hambre y sed de justicia porque ellos serán saciados. Bienaventurados los que padecen persecución por causa de la justicia porque de ellos es el reino de los cielos. Bienaventurados los pacificadores porque ellos serán llamados hijos de Dios.
Jesucristo fue un extremista de la filosofía del amor. Dispuso amar al enemigo y orar por los que nos odian. Existen personas con conductas aberrantes condenadas por siempre, como aquellos ángeles que guardan prisión perpetua hasta el juicio final. El evangelio nos recuerda que no debe haber fusión entre el bien y el mal. Los malos deben arrepentirse para el perdón y la reconciliación.
En el caso de Cuba deberían salir del poder todos los relacionados con hechos de sangre, como crímenes de inhumanidad y de genocidio, y tomarse medidas que garanticen las libertades básicas de todos los cubanos sin excepciones. Y también el establecimiento de un gobierno provisional con todas las fuerzas democráticas del país. Entonces podremos iniciar un proceso hacia la transición democrática.
En varias ocasiones he indicado que la Iglesia Católica cubana puede y debe actuar como mediador en todo proceso de libertad y de democracia para el pueblo cubano. Hoy no lo niego pero sugiero con bondad que primero debe reestructurarse la jerarquía de la Iglesia con personas que den el ejemplo de la prédica cristiana de Pérez Serantes, Pedro Meurice y otros buenos sacerdotes católicos que pudieran llamarse los cardenales del pueblo. Así se recuperaría la confianza en la milenaria institución.
Entre los mediadores no olvidaremos a los sacerdotes protestantes y evangélicos. Ellos podrían participar como institución en la formación de un comité de pastores. Esto aseguraría un balance justo y equilibrado en las negociaciones del camino hacia un estado de derecho democrático.
Dios es la libertad absoluta. Asimismo es poder, sabiduría, majestad, amor y gloria. Para él, no hay nada imposible. Por esto esperamos y actuamos en él en la promoción para nuestra nación de una sociedad libre donde predomine para el bien de todos su triada básica: cristianismo, comercio y civilización.
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