Friday, April 6, 2012

El arte de perder la oportunidad de quedarse callado

El presidente Correa pretendió manejar la Cumbre de Las Américas como maneja el Poder Judicial de su país.

Eugenio Yáñez. CUBAENCUENTRO

El presidente ecuatoriano Rafael Correa ha logrado lo que parecía imposible entre los integrantes del ALBA: resultar simultáneamente más prepotente que el venezolano Hugo Chávez, más torpe que el boliviano Evo Morales y más cínico que el nicaragüense Daniel Ortega.

En su desespero por apropiarse de un liderazgo que presupone Hugo Chávez deja por su mala salud, él mismo se creó una situación de perder-perder, al llamar a una cruzada para boicotear la Cumbre de Las Américas en caso de que no se invitara al Gobierno cubano. Y al no recibir apoyo de sus compinches ha quedado en una situación que, de no participar ningún representante de Ecuador, como ha anunciado, aísla a su país y a él mismo, pero si participara, para decirlo en cubano, “se chotea”.

Por eso tuvo que declarar, pretendiendo escamotear el bulto: “Por definición, no puede denominarse Cumbre de las Américas a una reunión de la cual un país americano es intencional e injustificadamente relegado. Se ha hablado de ‘falta de consenso’, pero todos sabemos que se trata del veto de países hegemónicos, situación intolerable en nuestra América del Siglo XXI”. Solo le faltó gritar: ¡Viva Fidel Castro!

Correa no quiso darse cuenta de que no es asunto de definiciones gramaticales, trabas burocráticas o confusiones y papeleo de última hora, sino una situación evidentemente “contra natura”: en una reunión concebida por los gobiernos democráticamente electos del continente, para intercambiar criterios periódicamente entre esos gobiernos, no tiene el más mínimo sentido la participación del Gobierno cubano, que se define a sí mismo como “revolucionario” y reniega de principios básicos de la democracia como se concibe en el continente americano, tales como elecciones multipartidistas, libertad de prensa, de asociación y de expresión, y que proclama al Partido Comunista como “la fuerza dirigente superior de la sociedad y del Estado”, ignorando así la soberanía del pueblo cubano para colocarla en manos de una agrupación elitista cerrada, secretista y discriminatoria.

Alegar que Cuba es “un país hermano”, como evidentemente lo es, para pretender justificar su participación en esa Cumbre, vale tanto como alegar que en un triángulo rectángulo el cuadrado de la hipotenusa es igual a la suma de los cuadrados de los catetos. Es decir, que eso sea cierto no es razón suficiente para pretender imponer la presencia del régimen cubano en una reunión de gobernantes democráticamente electos.

El criterio de participación en la Cumbre de Las Américas no es geográfico, sino político. Incluso, si fueran a verse criterios geográficos solamente, la recientemente creada Comunidad de Estados Latinoamericanos (CELAC) admitió al Gobierno de Cuba con todos los honores, a la vez que excluyó a Estados Unidos y Canadá por criterios políticos, no geográficos. Lo que valió y se admitió para CELAC — criterios políticos y no geográficos — se pretende ahora que no valga para esta Cumbre de Cartagena.

El presidente Correa pretendió manejar la Cumbre de Las Américas como maneja el Poder Judicial de su país. Pensó que la moral que propugnan los alabarderos del populismo y la demagogia, lamentablemente tan expandidos en América Latina y el Caribe, y que puede funcionar con mucha facilidad en barricadas “antiimperialistas”, podría imponerse con la misma facilidad en cualquier institución.

Si hubiera tenido un comportamiento menos temperamental y más inteligente, como se esperaría de los grados universitarios y los cargos electivos que ha logrado, en vez de pretender imponer su criterio hubiera argumentado que en una Cumbre de Las Américas, para que realmente lo sea, deberían participar todos los países que forman parte del continente, con independencia de sus regímenes sociales.

Pero para ello, siendo serio y responsable, también debería proponer entonces que se modificaran los criterios de participación establecidos en la Cumbre de Miami (EEUU, 1994) y reiterados en las siguientes de Santiago (Chile, 1998), Québec (Canadá, 2001), Mar del Plata (Argentina, 2005) y Puerto España (Trinidad y Tobago, 2009).

Si esa era su intención, tendría más posibilidades de lograr algún resultado concreto participando en la Cumbre de Cartagena y fomentando sus criterios entre sus colegas latinoamericanos y caribeños, en vez de formando un escándalo mediático desde lejos, a un nivel tan patético que ni Hugo Chávez, Evo Morales o Daniel Ortega lo han seguido, mucho menos los gobiernos caribeños menos “bolivarianos” del ALBA.

La verdadera decisión del bloque “antiimperialista” latinoamericano no es lograr la participación de Cuba en esta Cumbre de Cartagena — misión imposible — sino eliminar las Cumbres de Las Américas donde participan Estados Unidos y Canadá. Si el objetivo fundamental del ALBA de Fidel Castro y Hugo Chávez fue acabar con el ALCA (Asociación de Libre Comercio de Las Américas) que propugnaba Estados Unidos, es lógico que los “duros” del eje “bolivariano” pretendan eliminar las Cumbres de Las Américas y sustituirlas por Cumbres de la Comunidad de Estados Latinoamericanos y Caribeños (CELAC), que con esa intención fue creada a finales del 2011.

Es cuestión de tiempo. El eje radical de populistas y demagogos tratará de deslucir la Cumbre de Cartagena en cuanto a logros y acuerdos, aunque no pueda sabotearla completamente. La siguiente Cumbre de Las Américas será acordada con reservas, y en ese intervalo los hermanos Castro, Chávez, Correa, Morales y Ortega dirán, cada uno a su manera y dónde considere conveniente, que si se realizan las Cumbres de CELAC cada año, como ha sido planeado, las Cumbres de Las Américas son innecesarias.

Naturalmente, los pueblos latinoamericanos y caribeños serán los grandes perdedores de esta maniobra “antiimperialista”. Pero, en realidad, ¿a que demagogo o populista le importa eso?

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