Responsabilidad genital
Ernesto Morales Licea. MARTINOTICIAS
Guillermo García Frías y José Ramón Machado Ventura |
Once
portañuelas alegres han empantanado al servicio secreto estadounidense. La
dimensión que ha tomado el escándalo de los agentes encargados de proteger a
Barack Obama en Cartagena (y que antes decidieron protegerse del stress
poniéndose en manos de profesionales del sexo) ha sido devastadora: renuncias,
juegos políticos, investigaciones y denuncias.
Para
la conservadora y severa sociedad norteamericana el dilema no sólo tiene el
matiz simbólico de pensar a los hombres destinados a velar por la seguridad de
su presidente en orgías desenfrenadas y lúdicras, sino peor aún: que seamos
nosotros, los contribuyentes, quienes pongamos los dólares en sus bolsillos
para las fiestecitas nocturnas.
Me resulta imposible no recordar situaciones
semejantes, secretos a voces iguales o peores en el país en el que nací y formé
mi conciencia cívica. La comparación de circunstancias y consecuencias es
aberrante.
Mientras las cabezas de los agentes secretos
ruedan, tres hoy, dos mañana, todas alguna vez, y la sociedad estadounidense
pide cuentas por este desenfreno ético y moral, el Vicepresidente del Consejo
de Estado cubano desfoga su senil perversión con total impunidad.
José Ramón Machado Ventura reserva mujeres en
cada provincia a donde va. Nunca menos de dos. La práctica es tan conocida
entre sus subordinados que en su agenda de visitas oficiales, fotos en
panaderías y parques e inauguraciones de mercados agrícolas, siempre deben
quedar algunas horas vacantes para el placer sexual del anciano Vicepresidente.
Al menos, su placer ocular: José Ramón Machado
Ventura tiene 82 años. Otro gerontócrata de los que no escasean en la cúpula
dirigente cubana sazona sus vacaciones privadas con atenciones de hasta tres y
cuatro geishas tropicales, la mejor cosecha de su Isla voluptuosa.
El Comandante de la Revolución Guillermo
García Frías, hombre de vicios incontenibles entre los cuales figuran las
peleas de gallos, los derroches en regalos sórdidos para sus queridas de
alcoba, y las bacanales con doncellas (mientras más jóvenes mejor), ha podido
disfrutar, en su eterno puesto de símbolo de una dictadura, de las mejores
mujeres de su pisoteado país.
Es vox populi. Todos lo saben. Sus ex amantes
lo pregonan. Quienes han cocinado langostas y servido el vino para sus noches,
dan fe de ello. Todos los periodistas oficiales han tenido noticia de esto
alguna vez.
Como
mismo todos supimos de la granja humana en que convirtieron Carlos Valenciaga y
Hassan Pérez Casabona a la Universidad de Ciencias Informáticas (UCI), donde
iban a elegir a las candidatas de cada fin de semana con el goce del azar:
“Este sábado tú y tú, el sábado que viene aquellas dos…”.
Fotos y videos, orgías lésbicas y
heterosexuales, y dinero, mucho dinero puesto en función de sus excesos de
placer, el mismo dinero que cada año falta para las escuelas cubanas, para los
hospitales, las vías públicas, el deporte.
El inventario de devaneos amorosos que
financian los sátrapas de mi país, desde los más elevados hasta sus pajes
beneficiados, sería el cuento de nunca acabar. Algunos pagan sus mancebos,
otros sus doncellas, la mayoría goza de la impunidad sexual de un sistema sin
libertades para la denuncia o la exigencia de poner cuentas claras ante el
pueblo al que mal representan.
Cuando a mediados de los años ’90 la becaria
Monica Lewinski puso en el centro de la tormenta a uno de los presidentes más
admirados de la historia de los Estados Unidos, una verdad como un templo
emergió de entre aquel lodazal de sensacionalismo y chismorreo palaciego: ni
tras las puertas de la Casa Blanca existe impunidad en una democracia como la
estadounidense.
Las reglas que debe cumplir el menor de los
empresarios de este país con sus empleadas, debe respetarlo también el
Presidente.
Quizás con una criollita impúber sentada en
cada pierna, los guardaespaldas, asesores, voceros y soldaditos diligentes de
cada politicastro cubano se burlarán del destino nefasto que les espera a los
miembros del servicio secreto norteamericano ahora que una apetecible
colombiana les sacó sus trapos sucios a la luz.
Brindando con champán y fresas festejarán sus
jefes el manchado nombre de la delegación americana en Cartagena. Las
mujercitas que juegan su juego aderezan el festejo con risitas sin preguntas.
La franja irreconciliable que separa a las
naciones democráticas de las amordazadas por el poder, tiene en la
responsabilidad genital un termómetro que no falla jamás.
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