Ricardo Trotti. EL NUEVO HERALD
El sangriento conflicto interno en Siria ha desatado por el mundo los vientos de la Guerra Fría, aquella época de tensiones en la que los países se alineaban detrás de dos ideologías discordantes que ofrecían un peligroso y endeble equilibrio.
Desde que Rusia y China bloquearon la semana pasada en el Consejo de Seguridad de Naciones Unidas una propuesta de Estados Unidos y la Unión Europea que hubiera permitido una intervención en Siria, se ha renovado la eterna polémica entre aquellos países sobre dos principios en pugna. La de aquellos que consideran cualquier intervención extranjera como una injerencia en la soberanía nacional y los que creen que el carácter universal de los derechos humanos les obliga a protegerlos en cualquier lugar donde corran peligro.
Más de seis mil muertos a causa de bombardeos del gobierno sirio contra su población, entre ellos 400 niños, según denuncia la UNICEF, demuestran que no todas son flores en la Primavera Árabe. El presidente Bashar al Asad todavía goza de la protección de rusos y chinos, pero ya siente los duros efectos de las sanciones económicas de Occidente y el rechazo de los vecinos árabes. Aunque se descarte que pueda correr la misma suerte que el libio Moammar el Kadafi, tarde o temprano tendrá que responder por crímenes de lesa humanidad y dar paso a un proceso electoral democrático que viene prometiendo, pero que no cumple.
La falta de elecciones libres es la manzana de la discordia en Siria, más allá de la necesidad de un equilibrio de fuerzas entre las potencias mundiales. No es casualidad que el dique de contención que impide que Bashar al Asad deje el poder, lo conforman regímenes que recurrieron a procesos electorales corruptos y poco democráticos para mantenerse en el poder.
El primer ministro ruso Vladimir Putin, quien lidera la resistencia a intervenir en Siria, está acorralado en su país por protestas multitudinarias que le piden renunciar ante el escandaloso fraude electoral en los pasados comicios parlamentarios de fin de año. El presidente iraní, Mahmoud Ahmadinejad, otro aliado del régimen sirio, fue reelegido en 2009 también gracias a una mega trampa electoral, atornillándose al poder mediante una violenta represión contra ciudadanos y opositores.
En América Latina tampoco es casual que varios presidentes que expresaron su apoyo incondicional a Asad, y antes a Kadafi, estén bajo sospecha de ser producto de sufragios engañosos. Hugo Chávez, Rafael Correa, Evo Morales y Daniel Ortega tienen varios récords en materia de irregularidades electorales, desde manipulación de votos, hasta uso de dineros de dudoso origen. Mientras que Fidel y Raúl Castro, como los viejos comunistas chinos, siguen siendo alérgicos a cualquier sistema de elecciones abiertas o multipartidarias.
Sobre sus apreciaciones en materia de injerencia y soberanía nacional, estos presidentes son bastante hipócritas. Chávez, por ejemplo, es quien más aportes económicos secretos ofreció para las campañas de reelección de sus colegas, insufla su ideología a otros países mediante tácticas ilícitas y ha permitido que los cuerpos de seguridad, inteligencia y las Fuerzas Armadas de su país estén lideradas por agentes del gobierno cubano. Así lo denunció esta semana el gobernador del estado venezolano de Zulia, Pablo Pérez, candidato a las elecciones primarias de la oposición, quien pidió liberar a su país “de la invasión castrista y mantenerlo fuera de la influencia de todo imperialismo o intento de colonización cualquiera sea su origen o signo ideológico”.
En realidad, para aquellos países con fachada democrática, rechazar toda injerencia externa ante situaciones de atropello de los derechos humanos o pruebas fehacientes de fraude electoral, es muchas veces excusa para evitar que la comunidad internacional incentive “primaveras” en su territorio.
Rusia y China no tuvieron muchas excusas para vetar la resolución del Consejo de Seguridad sobre Siria, más que defender a un régimen aliado; y habrá que esperar ahora por otras iniciativas diplomáticas capaces de detener el baño de sangre. Mientras tanto, alinearse detrás de los poco democráticos gobiernos de Moscú y Pekín, demuestra lo acertado del refrán que reza: “Dime con quién andas y te diré quién eres”.
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