Gustavo Linares Benzo. EL UNIVERSAL
El chavismo lo celebra todo, hasta las derrotas. El golpe de Estado del 4 de febrero de 1992 fue un fracaso militar y lo hubiera sido político si las instituciones y quienes las dirigían no se hubiesen suicidado después. Pero se mataron, juzgando y condenando contra todo Derecho a un Presidente democráticamente electo, primero, y luego actuando del peor modo en las elecciones de 1998, rechazando las ofertas electorales más prometedoras por otras que no atraían a nadie.
Desde ese 4 de febrero el chavismo está signado por la mentira. Desde Miraflores siempre se ha querido reescribir la historia, ahora edulcorando un hecho de sangre como una gesta con fines democráticos y de limpieza administrativa, de lucha contra la corrupción. En realidad, desde el primer momento, se trataba de un trasnochado proyecto de ultraizquierda, basta leer los decretos ya preparados por Kléber Ramírez para cuando ya estuviera tomado el poder.
La verdad tampoco se dijo en la campaña electoral que llevó a Chávez al poder. Salvo algunos que no tenían duda del talante totalitario del golpe, muchos creyeron y apoyaron el nuevo proyecto político, al punto de que los residuos democráticos que quedaron en la Constitución de 1999 se deben a ellos. Pero como decía entonces Manuel Caballero, el único objetivo de esa Constituyente era consagrar la reelección, a lo que podría añadirse independizar a los militares del poder civil. Ambas cosas se lograron, lo demás es libreto.
Entre los logros más cacareados en estos días está la reducción de la pobreza. Con cientos de miles de millones de dólares cualquiera reduce la pobreza, es la verdad que tampoco se dice. Como ya dijo Francisco Rodríguez, en un trabajo de hace algunos años, todos los booms petroleros venezolanos (1973 y 1980) han reducido sustancialmente la pobreza, por el solo hecho de los mayores ingresos. La novedad chavista es que esa reducción ha sido a costa de todas las demás cosas, literalmente: José Guerra hizo notar hace poco que el acervo de capital neto no aumenta desde 1998, es decir, de los billones de bolívares aquí no ha quedado nada salvo caraotas importadas, neveras chinas y blackberris.
La bonanza petrolera es la principal y casi exclusiva explicación de la popularidad presidencial. Cualquiera es simpático y carismático repartiendo ese realero.
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