Elías Pino Iturrieta. TAL CUAL DIGITAL
El 4f es un fenómeno histórico profundamente negativo. Intentó romper el hilo constitucional que se había mantenido en Venezuela, a pesar de las evidentes fallas y limitaciones de nuestra democracia, desde 1958.
Fue un verdadero madrugonazo, al estilo del gorilismo clásico latinoamericano, contra un Presidente electo por el soberano, sin consulta con la sociedad, salvo algunos insignificantes partidos de la izquierda y, según los planes conocidos, destinado a instaurar una dictadura militar. Por lo demás fue un fracaso y su mentor mayor no fue precisamente un dechado de valentía.
Pero los chavistas tienen razón en celebrarlo porque ciertamente fue la fecha bautismal de un proceso que les permitió acceder al poder político, en especial, al tesoro público. Como es natural, una enorme cantidad de venezolanos lo lamentamos porque nos ha conducido a esta terrible catástrofe nacional, que está a punto de reducir a ruinas al país prácticamente en todas sus esferas, sin omitir la de la moral pública. De manera que es difícil señalar algo positivo de lo que ha conducido a estos abismos.
Pero sí diría que ese golpe artero hubiese podido ser algo realmente constructivo si las elites gobernantes de entonces hubiesen comprendido que era una alerta que los obligaba a rediseñar las políticas que conducían el país, tanto políticas como económicas, y cuya ineficiencia y decadencia eran flagrantes. No fue así, desgraciadamente, y si el gobierno de Rafael Caldera logró pacificar el país quedaron intactas las causas de fondo de nuestra enfermedad, básicamente la pobreza y la falta de equidad en el plano social y el deterioro ideológico de los partidos y la pérdida de ascendencia sobre las grandes mayorías nacionales. Pero fue lo que fue y es necio lamentarse de ello. No nos queda sino mirar hacia delante, para empezar en el ya muy próximo 8 de octubre.
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