Sunday, February 5, 2012

¿Por qué los Castro no dejan viajar a Yoani?

Fernando Mires. Blog POLIS

Cuando uno lee que por decimonovena vez las “autoridades” cubanas han negado el permiso de viaje a Yoani Sánchez, esta vez al Brasil de Dilma Rousseff, es imposible hacerse esta sencilla pregunta: ¿Por qué? ¿Por qué “los hermanos” impiden que Yoani, tan delgadita y frágil, tenga el mismo derecho que se concede a cualquier comunista? 
¿Temen “los hermanos” que Yoani pida asilo y no vuelva? ¿Y para qué la quieren en Cuba? ¿No es para ellos peor una Yoani metida en lo más cotidiano de cada segundo, amiga de medio mundo, conocedora de cada esquina, denunciante de tropelías, asaltos e irrespetos? ¿Puede decir la bloguera fuera del país algo que no haya dicho desde dentro? ¿No vuelan las palabras de Yoani a través de las nubes para aterrizar en cientos, miles de computadoras, en todos los países del mundo?
Si tantos leemos a Yoani, no es porque ella sea una filósofa, ni una escritora genial (aunque a veces lo es) ni una mujer mesiánica. La leemos simplemente porque nos testimonia del comidillo, de la palabra clandestina, del gesto solidario, de la leche comprada en el mercado negro, de la cena que preparan los amigos con los restos del día, de su inclaudicable amor por las estrofas de Silvio Rodriguez y, no por último, de sus propios silencios.
Yoani no escribe panfletos ni diatribas, no hace teorías ni defiende ideologías. Ella es simplemente una cronista de lo cotidiano, la testigo del malecón sombrío: una chica simple, alegre y tan digna.
Yoani, ella misma lo dice, está protegida por su propia publicidad. De otro modo estaría encerrada en una celda, torturada, quizás muerta. Eso quiere decir que desde fuera de Cuba, cada vez que abrimos un mensaje suyo, la estamos protegiendo. ¿Para qué proteger a Yoani si ella viviera en Miami, Madrid, o Río? Si queremos tanto a Yoani es porque su son no se fue de Cuba.
 He intentado diversas respuestas a la pregunta del porqué los “hermanos” no dejan viajar a Yoani y ninguna me ha convencido. Hasta que me di cuenta de que estaba cometiendo un grave error. Estaba intentando responder a esa pregunta desde el punto de vista de una lógica formal, olvidando que la de “los hermanos” es otra lógica, y esa es la lógica brutal del poder. Creo que debo aclarar lo dicho:
El poder es siempre poder sobre el otro. De ahí que el poder, para existir, necesita de la existencia del otro. Pero el otro no es un concepto, el otro no es sólo un ser, y si lo es, es porque ese ser es antes que nada un cuerpo. El poder es siempre corporal. Si no tuviéramos cuerpos, no habría poder. Esa es la razón por la cual, gracias a personas como Yoani, he comenzado a entender mejor, y algo tardíamente, el exacto sentido del ya legendario “Vigilar y Castigar” de Michel Foucault.
El título del libro no pudo ser mejor elegido por Foucault. El poder, de acuerdo al filósofo, es tener la posibilidad de vigilar y castigar al otro. Más todavía: según Foucault es tener la posibilidad de eliminar el cuerpo del otro para convertirlo en cenizas. El poder, luego, es un poder sobre la vida. Es, dice Foucault: un “bío-poder”.
El poder sobre la vida, denuncia Foucault, es ejercido en nosotros a través de múltiples dispositivos. En la escuela, en la familia, en el mercado, en la moda, en la sexualidad y sobre todo en las cárceles, clínicas y hospitales desde donde puede que no salgas nunca más ¿Será esa una de las razones ─ inevitable pregunta ─ por la cual los regímenes totalitarios han dedicado tantos fondos para perfeccionar no sólo las cárceles sino también la medicina, tanto la privada, la social y la más especializada?
Durante Hitler tenían lugar en Alemania las más complejas operaciones hasta el punto de que no pocos magnates europeos y norteamericanos viajaban a realizarse costosos tratamientos a ese país. A la vez, la población “aria”, gracias al sistema de seguro inventado por el nazismo (el que hasta hoy subsiste) tenía acceso a la mejor medicina de Europa. Lo mismo ocurrió bajo Stalin. Hacia la URSS viajaban los funcionarios comunistas de diversos países a reponerse de sus dolencias o para ser desde ahí enviados a las lujuriosas “dachas” y sanatorios del Mar Negro. Hoy, el totalitarismo cubano, para no ser menos, también hace ostentación de su medicina, hecho que los ingenuos alaban como una de las grandes “conquistas de la revolución” no percatándose de que, además, es un dispositivo del poder, de ese poder que sólo puede ser ejercido sobre los cuerpos y sobre nada más.
No obstante, en el mundo democrático donde vivió Foucault, el poder sobre los cuerpos no era monopólico, era competitivo, o en las palabras de Foucault, era “microfísico”. Esa fue al menos la lectura feminista de los postulados del filósofo. De ahí ─ dedujeron las feministas ─ es posible oponer a cada poder un contra-poder. La lucha por el poder se convierte así en el pan de cada día, aún en los recintos más privados de cada familia; incluso en la cama, lugar donde han tenido lugar tantas violaciones “legales”. Tampoco, y esto es importante, el poder es para Foucault, sólo político; puede serlo, pero en sí no lo es.
La simbiosis de lo político y lo económico ha sido un “aporte” de  los totalitarismos nazi y comunistas, los que Foucault conoció sólo por referencias. Allí el poder no es microfísico: es macrofísico. Allí el poder es económico, político, social y cultural a la vez. Y eso quiere decir: Allí el poder no tolera al contra-poder. Allí el contra- poder debe ser eliminado, y por lo mismo, quien lo porta también. Para eso están las tarjetas de racionamiento, los comités de vigilancia, las cárceles, las clínicas psiquiátricas, las cámaras de tortura, los campos de concentración y, no por último, los cementerios.
El poder, al ser un poder del y sobre el cuerpo, es también un poder sobre el  espacio que rodea al cuerpo. La expropiación del espacio individual – objetivo de cada dictadura totalitaria ─ es la expropiación del movimiento, de la intimidad, del pudor, del secreto, de lo que es propio, de lo mío y de lo tuyo. Entonces, al perder el cuerpo su espacio constitutivo, se convierte en un no-ser; deja de ser sujeto y pasa a ser un objeto, propiedad del poder y de quien lo detenta; en el caso de Cuba, de los dos siniestros hermanos.
Quizás eso fue lo que percibieron mártires cubanos como Wilmar Villar Mendoza. Al haber sido privados de su cuerpo y del espacio de su cuerpo en nauseabundos calabozos, es decir, al saber que estaban siendo convertidos en meros objetos carnales, no les quedó otra alternativa que – como dice tan bien Yoani ─ convertir sus cuerpos en plazas públicas a fin de salvar el derecho de ser en el mundo.
Entonces, al fin, puedo entender por qué los hermanos Castro no quieren que Yoani Sánchez  viaje fuera de Cuba.
Si Yoani viajara, no habrá después motivo para negar los viajes de miles de cubanos.
Yoani se ha convertido así ya no sólo en el símbolo de la libertad de palabra sino, además, en el de la libertad de movimiento. Si “los Castro” garantizaran la libertad de movimiento de Yoani, perderían parte del monopolio que ejercen sobre el cuerpo, el espacio y el tiempo de cada cubano. Y con ello, perderían el poder sobre la vida y la muerte que ellos mismos se han asignado, es decir, de acuerdo a Foucault, perderían la esencia del poder.
Llegará el día – y está muy cerca, lo aseguro ─ en que no sólo las palabras de Yoani viajarán; además, ella misma viajará por ese mundo que nos dieron para que lo viviéramos, es decir, para que, viajando, lo conociéramos mejor.

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