Ernesto Morales. MARTI NOTICIAS. Blog EL PEQUEÑO HERMANO
Si algún idólatra genuino le queda al viejo, ese idólatra debe estar sufriendo una severa crisis existencial. Los lacayos con pedigrí, los de verdad, sufren lo indecible cuando sus ídolos se revelan como simples humanos, y en casos como este -Fidel Castro expuesto al público durante 6 horas-, como humanos esperpénticos.
Asociar al Fidel Castro iconográfico, aquel que obligó a Virgilio Piñera a esforzar su esfínter para no orinarse de miedo ante el mastodonte de pistola al cinto que se reunió en 1961 con él y otros intelectuales descarriados; asociarlo con este ancianito de pómulos huesudos, de mandíbulas y ojos emancipados que se movían a contrapelo del relato, podría entenderse en el terreno de la biología, pero los idólatras asumen la biología como cuestión de mortales. ¿Y cómo hacerse a la idea de que el Líder Supremo también se convertiría alguna vez en un viejito grácil como este, un viejito que solo sirve para reírse de él?
El nefasto simbolismo con que carga este hombre no nos impide disfrutar de la comicidad hilarante que ofreció en su más reciente alocución, durante el lanzamiento de su libro de memorias en el Palacio de las Convenciones en La Habana.
Guerrillero del Tiempo, ha titulado este libro Katiuska Blanco, la diligente escribana destinada a teclear estas casi mil páginas de ficción separadas en dos volúmenes. Guerrillero del Tiempo. Los sátrapas y sus manías exclusivas: unos se levantan pirámides, otros se construyen memorias con títulos faraónicos.
Puede que los dos tomos de este delirio cuasi póstumo de Fidel Castro no sirvan más que para decorar los salones oficiales y para regalo de vanguardia partidista, pero el pintoresco lanzamiento de este capricho del poder, lo que se dijo y no se dijo en esta salita del Palacio de las Convenciones, no tiene desperdicio alguno. Como ellos mismos se apresuran a decir: allí se hizo Historia.
El viejito habló de lo humano y lo divino. Su auditorio, compuesto por una exótica argamasa de farsantes, idólatras y tontos útiles, rió a más no poder cuando el Comandante lo pidió, y calló las carcajadas auténticas cuando la prudencia lo aconsejó.
El viejito dejó perlas de valor incalculable. Digamos: calificó al precandidato republicano Mitt Romney como “el menos infumable de los infumables”, reveló un top secret al denunciar que los británicos pretenden extraer petróleo de Las Malvinas, y masculló su definición personal de qué es Internet: “un instrumento revolucionario que permite recibir y trasmitir ideas en las dos direcciones, algo que debemos saber usar”.
Entre vahídos e hipos, entre desvaríos y quebraderos de voz, ora susurrando ora pronunciando un galimatías indescifrable, como quien habla una lengua extinta, el Castro más de feria que jamás se haya visto nombró, por ejemplo, a un híbrido entre su fallecida cuñada y la presidenta del Brasil ("Vilma" Rousseff); confesó el errorcillo de poner a todo un pueblo a estudiar Ruso cuando el mundo entero aprendía Inglés; y cuando le pusieron al teléfono al espía liberado René González, lo confundió con otro agente de la Red Avispa tras las rejas, Antonio Guerrero.
Estaba mandado a correr.
Para no desentonar con la atmósfera de teatro bufo, los dos acólitos culturales que escoltaban al magro líder esta vez, pusieron de sus cosechas. Abel Prieto, Ministro de Cultura, aseguró sobre este libro de memorias que “mucha gente que enfrenta hoy en el mundo la barbarie irá corriendo a buscarlo” como manual de soluciones. Miguel Barnet, Presidente de la UNEAC, fue más lejos aún: “este libro recrea la vida del Comandante como una película en tercera dimensión”.
Con toda probabilidad esta podría ser la última gran aparición pública del ayer hombre fuerte de la Isla, hoy armazón de huesos, canas mal peinadas y balbuceos coloridos. No creo que su cuerpo aguante otras seis horas de cantata, aunque con este espécimen arqueológico nunca se sabe, la verdad.
Pero como final agridulce, como ese giro de tragicomedia que corta la sonrisa hasta convertirla en mueca dolorosa, la presentación de los dos primeros volúmenes de las memorias de Fidel Castro nos dejará una imagen como vergüenza histórica: intelectuales, artistas, científicos, profesores, convertidos en muñequitos de cuerda que aplauden, ríen o se emocionan en el instante en que un cerebro chamuscado por el tiempo así lo solicita, e incluso, llegado el caso, un auditorio que se tornaría ejército de enfermeras dispuestas a cambiarle el pañal maculado al líder incontinente.
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