Fernando Mires. Blog POLIS
Encontrar todos los días en el periódico la noticia del genocidio que perpetra la dictadura siria puede traer consigo efectos anestésicos. Podemos incluso acostumbrarnos al salvajismo si se convierte en diaria y medial monotonía. No deja de ser remarcable el hecho de que hay quienes se conmueven hasta el alma mirando la Guernica de Picasso, pero cuando ven los muertos sirios en la TV, cambian de programa. Al fin y al cabo, dirán algunos, y con cierta razón, eso no tiene nada que ver con mi familia.
Mi abuelo Salomón Mires (Meheres), cuya religión era la cristiana ortodoxa, nació en Homs, bastión de la resistencia siria. Su familia era muy grande. Quizás tengo desconocidos parientes en Homs, y puede que estén luchando en las ensangrentadas calles de la ciudad. Vaya a saber uno. Pero en este caso no estoy hablando de un parentesco familiar sino de otro que es, antes que nada, político.
Hay quienes que, quizás por experiencia, establecemos una relación de parentesco político con las víctimas de cada dictadura. Hay otros a los que sólo interesan las de su “equipo”. He conocido a algunos que se emocionan hasta las lágrimas cuando escuchan de torturas durante Pinochet, pero si les hablan de las que ocurren durante los Castro, ni se inmutan. También hay los que se identifican con la maldad humana. Si se tratara sólo de individuos, no habría ningún problema: sociópatas ideológicos hay en todas partes. Pero se trata, además, de gobiernos.
En política internacional no hemos encontrado todavía la denominación para calificar a aquellos gobiernos que defienden crímenes de dictaduras. Esa fue la deducción que no pocos establecimos cuando nos enteramos que Rusia y China, en la Conferencia de Munich (2-4 de Febrero del 2012) negaron una vez más su solidaridad al pueblo sirio. Fue el ministro de Relaciones Exteriores de Turquía, Ahmer Davatoglu, quien expuso la lógica de ese resultado: “Rusia y China no votaron pensando en la realidad del terreno. Votaron en contra de Occidente”.
Después del deprimente resultado, el diario El País ha llamado a diferentes expertos para que expliquen la actitud de China y Rusia. Las interpretaciones son diversas: Las hay desde quienes opinan que a través de la defensa de los pueblos árabes USA busca acceder al petróleo de Siria e Irán, hasta quienes afirman que Rusia no quiere sacrificar el lucrativo negocio de la venta de armas. No faltan tampoco quienes afirman que a China sólo interesan los negocios y no la política.
En cualquier caso los latinoamericanos sabemos que no estamos frente a ninguna novedad de la historia. Basta recordar que la China de Mao siempre negó suscribir resoluciones en contra de Pinochet y la Rusia soviética calificó a los generales argentinos como “progresistas”. De este modo, tanto la “nomenklatura” china como la autocracia rusa son consecuentes con el pasado de donde provienen. Y ese es justamente el punto: las dictaduras son muy solidarias entre sí, lo que no se puede decir de los gobiernos democráticos.
¿Cómo esperar solidaridad china con los movimientos sociales del mundo árabe si en el mismo país hay cientos de intelectuales en prisión, los obreros no tienen derecho a huelga, y los aparatos de vigilancia se meten hasta en el uso de la internet? ¿Cómo esperar que la autocracia rusa sea solidaria con movimientos democráticos si quienes critican la farsa electoral que ella ejecuta son aplastados con violencia?
Tanto los gobernantes de China y Rusia han extraído lecciones del derrumbe del comunismo. Ellos saben que no fue el poderío económico y militar de Occidente lo que hizo posible el fin de esa historia. Fueron los disidentes, después de las masivas protestas, las que enterraron a las nefastas dictaduras comunistas.
Putin sabe quizás que está montado sobre una máquina de poder que ya no funciona como él quisiera. Puede ser también que la dictadura china ─ tan admirada por tecnócratas occidentales ─ intuya que es un gigante con pies de barro pues llegará el momento en que el crecimiento económico sólo podrá ser impulsado a través de la ampliación de las libertades públicas. Visto así el tema, a nadie debería extrañar que el lema de Marx “Proletarios del mundo uníos” haya sido tácitamente transformado por el de “Dictaduras del mundo, uníos”
Las dictaduras del mundo están muy unidas entre sí. La razón es simple. Mientras en un país democrático el descontento popular lleva, en el peor de los casos, a un cambio de gobierno, en los países dictatoriales lleva a un cambio de sistema. De ahí que apoyar rebeliones como las árabes significa para las clases dominantes de China o Rusia apoyar reivindicaciones que tarde o temprano se volverán en contra de ellas mismas.
La negativa de Rusia y China, acompañada de la siempre cobarde abstención de gobiernos como el de Brasil, ha tenido, sin embargo, dos efectos históricos positivos.
El primero: los futuros gobiernos de los países árabes sabrán de ahora en adelante que sus principales enemigos ya no se encuentran ni en Europa Occidental, ni en los EE UU, ni en Israel.
El segundo: los gobiernos democráticos han tomado noticia ─ gracias a la actitud de China y Rusia ─ que la principal contradicción que recorre el mundo es la de dictadura–democracia. Eso significa que la necesidad de que las democracias del mundo se decidan de una vez por todas a actuar en bloque, es y será cada vez más imperiosa.
Con ello estoy diciendo que la lucha iniciada una vez entre Esparta y Atenas no ha terminado todavía. Ella continúa tanto hacia dentro como hacia afuera de cada nación.
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