Ariel Hidalgo. EL NUEVO HERALD
Varias preguntas se han estado formulando en torno al caso de Wilman Villar Mendoza a partir de su muerte el pasado 19 de enero mientras se encontraba bajo custodia policial en Santiago de Cuba. Las autoridades gubernamentales sostienen:
• Que Wilman no se hallaba encarcelado por motivos políticos sino por escándalo público debido a un acto de agresión contra su esposa durante una discusión familiar el pasado 12 de julio.
• Que no estaba realizando una huelga de hambre.
Los argumentos acumulados en numerosos artículos y denuncias en contra de esta versión son apabullantes. Una declaración, “¿Cuántos más tendrán que morir?”, con 35 firmas, entre ellas 29 de prominentes cubanos de la diáspora, una desde Cuba, cuatro de dominicanos –entre ellas la del historiador José Gómez Cerda, y la del dirigente sindical italiano Gaetano Lo Bianco, promovida y circulada ampliamente por el Grupo Concordia, que ya ha publicado anteriormente otros documentos semejantes a partir de la Declaración de Concordia en el 2008, intenta recoger y resumir esos argumentos.
• ¿Cómo es posible que su caso sea meramente común cuando el supuesto hecho citado por las autoridades se produjo el 12 de julio y sin embargo Villar Mendoza es detenido cuatro meses después, el 14 de noviembre, tras una manifestación antigubernamental?
• ¿Cómo aceptar la versión de que esa huelga no se produjo, cuando sus compañeros de lucha denunciaban desde varias semanas antes el peligro de muerte que se cernía sobre Villar Mendoza? ¿Cómo podían saber que se hallaba en peligro de muerte antes de contraer esa neumonía severa?
• ¿Por qué si es cierto que Wilman Villar agredió a su esposa Maritza Pelegrino en el rostro, ésta lo niega y ha retado al gobierno – sin recibir respuesta alguna –, a presentarla ante las cámaras de televisión como ella exigía para mostrar su rostro ante el pueblo?
• ¿Cómo es posible que estando bajo cuidado policial y según las propias autoridades, con una excelente atención médica, haya contraído esa “pulmonía severa” y se les haya ido entre las manos sin que medie un ayuno prolongado?
• ¿Por qué razón se ocultó su cadáver a la prensa y no se publicó la imagen del occiso, e incluso, no se hizo una autopsia transparente para despejar toda duda frente a las supuestas campañas, como tampoco se hizo con el cuerpo del huelguista Zapata Tamayo – un caso muy semejante – hace dos años.
El documento expone que estos casos de muertes bajo custodia policial – el de Zapata en el 2010 y el de Villar en el 2012 – no son los únicos en la ya larga historia de esta dirigencia en el poder, sino que suman ya trece: Luis Alvarez Ríos (agosto de 1967), Francisco Aguirre Vidarrueta (septiembre de 1967), Carmelo Cuadra Hernández (1969), Pedro Luis Boitel (1972), Olegario Charlot Spileta (enero de 1973), Enrique García Cuevas (mayo de 1973), Reinaldo Cordero Izquierdo (1975), José Barrios Pedré (1977), Santiago Roche Valle (1985) y Nicolás González Regueiro (1992).
“Esta lista no incluye a los prisioneros políticos que han muerto en otras circunstancias, ya sea por negación de asistencia médica o por agresiones de los carceleros. Otros son los casos de muertes fuera de los muros carcelarios donde han estado sospechosamente presentes, de una u otra forma, las manos de las autoridades. En este sentido no podemos dejar de mencionar que en los últimos dos años, además de los casos de Zapata Tamayo y Villar Mendoza, que perdieron sus vidas por huelgas de hambre en las prisiones, los de Juan Wilfredo Soto García, muerto de una pancreatitis aguda tres días después de ser golpeado brutalmente por un policía en el parque Leoncio Vidal de Santa Clara el 5 de mayo de 2011, y Laura Pollán, líder de las Damas de Blanco, fallecida el 15 de octubre de 2011 después de varios días de hospitalizada por un fallo respiratorio tras sufrir el asalto de turbas dirigidas por agentes de Seguridad del Estado que la arrinconaron violentamente contra un muro el 24 de septiembre”.
No queda otra cosa que preguntar lo que se repite en el título del documento: ¿Cuántos más tendrán que morir?
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